Historia Argentina: Florentino Ameghino

El loco de los huesos


Publicado en http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/03/27/nosotros/NOS-11.html
27 marzo 2010



A lo largo de su vida, Florentino Ameghino pasó de paleontólogo autodidacta a celebridad internacional. Sin embargo, gran parte de su enorme obra intelectual se desarrolló en medio de penurias económicas. Su voluntad convirtió al país en uno de los principales centros de la paleontología mundial.
TEXTOS. DANIEL CICHERO. FOTOS. EL LITORAL.



Aún no está claro dónde y cuándo nació. Si en Moneglia (Italia) en 1853 o el bonaerense pago de Luján en 1854. De todas maneras, se trata de un dato biográfico casi menor dentro de una familia que ya había decidido emigrar al Río de la Plata. Florentino Ameghino fue el mayor de los cuatro hermanos del matrimonio de María Dina Armanino y Antonio Ameghino, una pareja pobre que terminó radicándose en la Villa del Luján. Sin quererlo, el lugar serviría a la perfección para moldear la curiosidad y las inclinaciones del primogénito.
Bolsillos flacos
Su madre le enseñó las primeras letras y luego entró -como uno más- a la escuela del pueblo. Su voracidad como alumno cautivó a Carlos D’Aste, su maestro, quien se ocupó de incentivarlo para que continuara sus estudios en la Escuela Normal de Buenos Aires.
Ameghino no tuvo la infancia y juventud típica de los chicos. A los 14 ya había leído las obras de Darwin y Lyell en francés. Y pronto sus amigos lo apodaron “El loco de los huesos”, por su pulsión hacia la búsqueda de restos de animales en las barrancas del río. Con el correr de los años, terminaría contagiando a sus hermanos Juan y -especialmente- a Carlos de una pasión que terminaría por signar las vidas de todos ellos.
Mientras estudiaba, el joven Florentino se daba el tiempo para encontrar esqueletos completos de mastodontes y de publicar sus primeros artículos en los diarios porteños, uno de los cuales también sería luego reproducido en la revista francesa Journal de Zoologie.
Por ese tiempo, participó con dos memorias en la Primera Exposición Científica de Buenos Aires. Fue el comienzo de una tarea de investigación enorme que, más de una vez, sostuvo de su propio bolsillo, siempre flaco. Durante años, el hombre vivió de su sueldo de maestro -luego llegó a director- de la misma escuela primaria en la que había garabateado sus primeras palabras.
Hasta entonces, nadie en la Argentina le había ofrecido algún tipo de reconocimiento por su labor científica. Sin embargo, sus trabajos llamaron la atención de los europeos, y con sólo 24 años fue invitado a exhibir su colección paleontológica en la Exposición Universal de París. Allí, Ameghino causó asombro y fue convocado al Congreso de Americanistas que se llevaría a cabo en Bruselas al año siguiente. Sin embargo, su estrechez económica le implicó que, para poder publicar sus dos primeros trabajos extensivos (“La formación Pampeana” y “La antigüedad del hombre del Plata”), tuviera que desprenderse de buena parte de su colección (Ver “Peripecias de un...”).
El regreso de Ameghino a Buenos Aires no pudo ser más decepcionante. Como “recompensa” por el éxito de sus presentaciones, el investigador se quedó sin su puesto docente y debió refugiarse en una humilde librería de la calle Rivadavia para ganarse la vida. Su salvavidas de ocasión fue la Academia de Ciencias de Córdoba, que publicó la que sería su obra más importante: “Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina”, una obra que escribió en sólo 14 meses y le valió una medalla de oro en la Exposición Universal de París. El reconocimiento local, aunque moroso, recién llegó cuando la Universidad de Córdoba le ofreció la cátedra de Zoología, para luego declararlo doctor Honoris Causa.
A La Plata, ida y vuelta
Ameghino fue el gran introductor de las ideas de Darwin en la Argentina, en un momento en el que todavía no eran aceptadas por el conjunto de la comunidad científica.
Hacia 1884, parecía haber superado definitivamente sus crónicos problemas de dinero. Incluso se arriesgó con un tema novedoso para su tiempo -como la climatología-, que dejó plasmado en su libro “Las sequías e inundaciones de la Provincia de Buenos Aires”. Aún hoy es un trabajo de consulta entre los meteorólogos.
Una nueva puerta pareció abrirse a poco de inaugurarse el Museo de La Plata. Su director, el perito Francisco Moreno, le ofreció la Subdirección, pero a condición de que renunciara a su trabajo en Córdoba. Y a Carlos Ameghino lo nombró como explorador. Los hermanos Ameghino aceptaron, pero a Florentino tampoco entonces le duró la tranquilidad. Surgieron profundas diferencias personales (¿celos profesionales?) entre ambos sabios y Moreno lo despidió de su cargo al cabo de un año.
De todas maneras, ese tiempo sirvió para que su hermano Carlos se convirtiera en un explorador excepcional (Ver “Carlos, el hermano viajero”) y comenzara a desarrollar una tarea enorme de búsqueda de nuevos ejemplares, generalmente en las condiciones más difíciles. Así, Florentino y Carlos se convirtieron en un tándem paleontológico ideal de recuperación y clasificación de muestras.
Para paliar el estancamiento de sus investigaciones causado por su (nueva) caótica situación económica, Ameghino finalmente tuvo que sacrificar 70 piezas de su colección, que fueron a parar a un museo alemán a cambio de cinco mil francos. Con ese dinero, el investigador al menos pudo publicar, en 1894, su obra “Enumération synoptique des espéces mamiféres fossiles des formations éocénes de la Patagonie”. Entre tanto, abrió -según su costumbre- otro local de librería y papelería, ahora en La Plata, para esquivar la miseria.
Deudas sin saldar
El ostracismo académico de Ameghino pareció terminar recién en 1902. Entonces, la Universidad Provincial de La Plata lo convocó para ocupar la cátedra de Mineralogía y Geología. Por ese tiempo, el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Joaquín V. González, también le ofreció dirigir el Museo Nacional de Buenos Aires. En los nueve años en que Ameghino desempeñó el cargo, el museo sumó 71 mil nuevos objetos a sus colecciones y publicó quince volúmenes con las colaboraciones de los hombres de ciencia más distinguidos del país y del exterior. Sólo así llegó el reconocimiento postergado y comenzaron a llegar los honores y las oportunidades merecidas.
Sin embargo, al promediar el año 1908 se sucedió una serie de acontecimientos desafortunados. En pocos meses murieron su madre, luego su esposa y finalmente Justo Martínez, su mejor amigo. Ameghino se hundió en una depresión, que derivaría hacia una diabetes severa.
Sus últimos tres años de vida los dedicó al estudio de restos de los que él consideraba como de precursores del hombre. Sus investigaciones antropológicas sobre el origen americano de la humanidad aparecieron en 1907 con sus “Notas preliminares sobre el Tetraprothomo argentinus” y en 1909 con “Le Diprothomo platensis, un précurseur de l’homme du pliocéne inférieur de Buenos Aires”.
Durante muchos años, Ameghino había defendido con pasión una tesis en la que consideraba que el hombre había evolucionado desde antepasados homínidos ubicados en la Patagonia, de manera que las migraciones humanas habían seguido el camino inverso al que hoy se da por válido. Y aunque su teoría nunca tuvo aceptación científica, eso nunca empañó su prestigio internacional.
Un trabajador incansable
En sus peores momentos, el hombre se recluyó en el trabajo. Amplió sus propias fronteras e incursionó en la lingüística con su trabajo “El origen poligénico del lenguaje” (1910) y, ya con la salud muy deteriorada, porfió en asistir al IV Congreso Científico Latinoamericano, en Santiago de Chile, pero sus fuerzas mermaron. De regreso, sin embargo, se concentró en la organización del Congreso Científico Universal que se reuniría en Buenos Aires como parte de los festejos del centenario. Ignoró consejos de amigos para que iniciara un tratamiento y -al cabo- siguió trabajando hasta que ya no pudo levantarse.
El día que murió, el 8 de mayo de 1911, se había negado a ser trasladado a un sanatorio y siguió corrigiendo las pruebas de la versión al francés de uno de sus libros.
En la despedida de sus restos, en el Teatro Argentino, hablaron Jean Jaurés y José Ingenieros. Sostuvo: “¿Qué otro argentino hemos conocido que reuniera en tal alto grado actitud para la observación y el análisis, resistencia para el esfuerzo prolongado durante tantos años y desinterés por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionario, pero matan al pensador?”.
La abundancia de palabras y elogios no alcanzó nunca a traducirse en hechos. A tres días de su muerte, el Ministerio de Instrucción Pública inició un proyecto de ley pidiendo al Congreso la autorización para erigir un monumento a Ameghino. La ley fue aprobada por unanimidad, pero el monumento nunca se construyó. También el perito Moreno -que por entonces era diputado nacional- presentó otro proyecto, ahora solicitando al Ejecutivo la compra de su biblioteca, sus manuscritos y sus colecciones para el Museo Nacional. Pero el proyecto tampoco se llevó a cabo.
Y el país dejó una deuda impaga enorme con aquel niño curioso de Luján.
Un hombre celoso del patrimonio
La Plata, marzo 18 de 1887.
Al señor Director del Museo de la Provincia de Buenos Aires,
Dr. don Francisco P. Moreno.
Tengo el honor de comunicar al señor director que en una reciente y rápida excursión a Monte Hermoso, a 12 leguas de Bahía Blanca, he descubierto un yacimiento de fósiles de los más ricos, con la circunstancia importante de pertenecer la mayor parte de ellos a especies y géneros aún no conocidos. En los pocos días que he permanecido en este punto, he recogido mandíbulas, cráneos y otros restos de varios mamíferos (...). Los objetos se encontraban a la vista y eran relativamente de fácil extracción; pero han quedado allí muchos otros que no he podido traer por encontrarse enterrados en tosca dura, y no disponer yo de tiempo ni de hombres, ni de herramientas para removerla.
Entre los objetos enterrados que desde luego he podido reconocer hay tres corazas de Glyptodon, diferentes de las que tenemos en el Museo, dos esqueletos de un animal parecido a Macrauchenia, dos esqueletos de desdentados megateroides y otro que por ahora no puedo determinar.
Me parece que su extracción sería de urgencia, pues habiéndose hecho público este descubrimiento habría peligro de que esos objetos fueran extraídos por cuenta de algún museo extranjero. La explotación de ese yacimiento por un empleado del museo, acompañado de uno o dos peones, podría hacerse en unos tres meses y el costo no excedería de 500 nacionales, suma insignificante para los objetos que de allí serán exhumados.
Saluda al señor director con la mayor consideración y respeto.
Florentino Ameghino

El valor de los descubrimientos
En sus 57 años, Florentino Ameghino realizó una producción impresionante. Sus obras completas reúnen 24 volúmenes (de 700 / 800 páginas cada uno), con descripciones de más de 9 mil animales extinguidos, muchos de ellos descubiertos por él mismo.
Tan importante fue este catálogo paleontológico con relación a lo que se había avanzado en el resto del mundo, que era habitual que científicos de América y Europa viajaran a La Plata para conocer la “Colección Ameghino”. Sin embargo, no sólo describió una cantidad enorme de especies fósiles, sino que contribuyó al estudio de las faunas fósiles comparadas. Esto le permitió formular hipótesis sobre la emigración de las especies a través de los continentes y lo impulsó a sostener (un siglo antes de su aceptación como hecho científico) el intercambio faunístico entre las -entonces- dos Américas.
Peripecias de un científico pobre
Luego de tres años en Europa, Florentino Ameghino regresó como fue, pobre, pero ahora casado con la joven francesa Leontina Poirier. Sin embargo, a pesar de su éxito científico internacional, fue exonerado de su cargo de director de escuela. Así fue que, para poder publicar sus primeros libros, el hombre debió vender casi toda su colección de objetos prehistóricos. Con esos últimos pesos, pudo instalar en Buenos Aires una pequeña librería y papelería. La bautizó Librería del Gliptodón y en su trastienda escribiría “Filogenia” (1884), una obra en la que adscribía al evolucionismo.
Carlos, el hermano viajero
Florentino Ameghino era un hombre de gabinete, un hombre de soledad. Su hermano era la contracara y se convirtió en su colaborador más dedicado. A partir de 1887, Carlos Ameghino recorrió durante años la Patagonia y sus expediciones revistieron contornos de epopeya. Sin Carlos, la obra de Florentino no hubiese alcanzado los niveles a los que llegó, por lo que quizás sea más apropiado hablar de la obra de “los Ameghino”.
Carlos Ameghino fue más tarde el jefe de Paleontología del Museo Nacional, y fue -en definitiva- quien más tarde trasmitió el legado de su hermano y su propia experiencia.

Los argentinos "llegan al Bicentenario con una serie de confusiones mentales"

Pinti: "Eliminaría a los punteros de la política"
En una entrevista con lanacion.com, el actor asegura que los argentinos "llegan al Bicentenario con una serie de confusiones mentales"; su visión de la realidad nacional y sus críticas a la dirigencia

Lunes 15 de marzo de 201


 Por Silvina Ajmat
De la Redacción de lanacion.com
majmat@lanacion.com.ar

Locuaz, ácido y reflexivo. Cada vez que Enrique Pinti abre la boca, pinta con su verborragia un retrato de la sociedad argentina. En crudo, casi sin filtros, vuelca una catarata de palabras en las que va intercalando datos, hechos, dichos y, por supuesto, opinión.

En una charla íntima con lanacion.com, antes de entrar a escena en el teatro Maipo , donde presenta su espectáculo Antes de que me olvide, el actor hace un balance de la situación del país: "Estamos llegando al Bicentenario con una serie de confusiones mentales", cuestiona, y frunce el seño, molesto. "Mientras todos los políticos están discutiendo el DNU, la Presidenta se pone loca, el otro se pone loco y todo el mundo grita: ?saquen a Redrado? y ?pongan a Marcó del Pont?. Mientras pasa eso, la gente sigue pidiendo limosna", reclama.

Conocedor como pocos de la historia del país y del ser nacional, prefiere definirse como un "empírico" del relato argentino. "Siempre digo que a la historia la seguí por Billiken. Hoy la gente no sabe un corno de todo eso", acusa, lapidario. Y para reforzar su sentencia, cuenta: "El otro día un amigo mío que es profesor pidió a sus alumnos que lleven información sobre Castelli. Un alumno le llevó una investigación sobre el pueblo de Castelli. Increíble. El tipo está obnubilado por Internet y Google " . Pinti se indigna y se involucra. Es pasional. Y ferozmente crítico.

"Nunca hemos entendido lo que significa la comunidad, más que nuestra familia y nuestro barrio"

Sin embargo, en una entrevista con la lanacion.com en la serie de reportajes de cara al Bicentenario, el artista mostró optimismo. Para él, la Argentina tiene una ventaja sobre Europa, porque no vivió grandes guerras ni catástrofes. "No nos ha pasado nada, sólo gobiernos", dice. Además, califica a los argentinos de antisociales e inmaduros, pero tiene fe: "Hasta los peores males se terminan", asegura, pero para empezar a sanear la política reclama el fin de la existencia de los "punteros".

Desde Historias recogidas, su primer unipersonal estrenado en 1973, Pinti supo interpretar en sus monólogos cómo es el argentino, qué cosas dice, qué males sufre, de qué se queja y qué celebra. Humor político e histórico, así definen los entendidos de qué se trata su arte. Pero sin importarle las etiquetas, hizo cine y teatro a diestra y siniestra. Protagonizó musicales en la calle Corrientes como en Broadway y triunfó. Pero la argentinidad le tira, y quiere seguir hablando de ello.


 - ¿Qué le dispara la palabra Bicentenario?

- 200 años no es nada. Hay países que tienen mil años y han pasado las mil y una. Nosotros, con 200, hemos pasado por pocas cosas. Primero colonia, después república, después anarquía. Una guerra, la del Paraguay, que armamos nosotros, y después la Guerra de Malvinas que fue en el ´82 y duró dos meses.

Me parece que tenemos una ventaja por sobre la Europa del siglo XX: Primera Guerra Mundial, Segunda Guerra Mundial, Guerra de Crimea, Guerra Civil Española, nazismo, fascismo, comunismo, campo de concentración, desaparecidos, horror, quilombo, hambre, racionamiento y diáspora: se tuvieron que ir todos para todos lados. Todo en un solo siglo. Al lado de eso, nosotros somos un sainete de Vacarezza. Lo que pasa es que tenemos la costumbre de ver todo mucho mas grande de lo que es, y si nos ponemos a pensar en esa perspectiva histórica no nos ha pasado nada, sólo gobiernos.

- ¿Cómo llegamos?

- Muy peleados. Pero hay detalles positivos: que desde el ´83 no haya habido más golpes militares, quiere decir que se está madurando. Todavía no sabemos qué hacer, ni con la democracia ni con la república. Pero somos una democracia y una república, enferma de 25 enfermedades, pero no esa que concurría siempre con una ambulancia al Hospital Militar a ver si se podía arreglar y no se arreglaba nada. Creo que ese país de opereta, por el momento se superó. Pero estamos llegando con una serie de confusiones mentales. Ya hemos aplicado mal o bien las teorías de repartir lo que esta tierra maravillosa tiene, repartirlo bien para que nadie se muera de hambre, nadie se quede sin trabajo, para que nadie se desacostumbre a trabajar y pierda la cultura del trabajo, para que nadie se quede sin acceso médico para curarse de alguna enfermedad.

- ¿Qué pasa con los argentinos? ¿No somos solidarios?

- Es contradictorio. Es casi patológico. Somos de una solidaridad total y absoluta en los actos individuales. Lo ves en todos lados. Tenemos una tendencia a que, cuando alguien sufre una desgracia, salimos corriendo a darle cualquier cosa. Sin embargo, como ciudadanos no funcionamos bien. No sé qué es. Nunca hemos entendido lo que significa la comunidad, más que nuestra familia y nuestro barrio. Somos un poco antisociales de alguna manera. Individualistas. A los actos en sociedad, los hacemos individuales.

- ¿Qué pasa con los políticos?

- Todos los gobiernos tienen una especie de ácido lisérgico que les hace ver un país no solamente virtual, sino con una visión como cuando se usaba el LSD. Hacen como una sesión de ácido lisérgico, y ven un país no sólo virtual sino con una visión fantasmagórica, donde todo se agranda, todo se achica. Van pasando por etapas donde niegan la realidad.

- ¿Por qué lo hacen?

- Miedo a perder el poder. Porque mucha de esa gente no está capacitada. Por eso no hay que meter a todo el mundo en la misma bolsa. Primero, porque no caben. Segundo, porque el olor sería insoportable. Tercero, porque cada uno tiene su especialidad para cagar al país: algunos lo cagan con el ajuste, los salarios inmovilizados y la riqueza cada vez mayor de un mismo grupo; otros lo cagan con los subsidios, el populismo, la demagogia, el mal reparto, y otros hacen caso omiso de las dos cosas: directamente, corrupción. A robar, que se acaba el mundo. Esas posiciones deberían estar desechadas.

Lo que pasa en la Argentina es que cuando la izquierda se equivoca, triunfa la derecha; y cuando se equivoca la derecha triunfa la izquierda. Hubiera sido más fácil que los señores conservadores de la época del ´30 hubieran repartido un poco. Perón ¿por qué existe? Porque cambia esa idea de ricos pobres. En una Argentina sin grandes catástrofes, ¿cómo es posible que no se haya repartido mejor para que fuera imposible la aparición de un demagogo? ¿Cómo no va a aparecer Chávez en Venezuela, con la desigualdad total que hay? Lo que yo veo es que seguimos dando vuelta sobre la misma historia: ajustamos y hacemos la economía ultraliberal, fracasó, y fracasó la otra también.

- ¿Cómo ve a las instituciones?

- Las instituciones están complicadas. Muy complicadas, porque el abuso de poder no lo hacen los dictadores como eran antes. Los gobiernos duraban dos años y medio y no tenían ni tiempo de hacer cagadas, o hacían una y después venía una imagen autoritaria, que era autoritaria de por sí. Al que vos no le podías pedir libertad porque no te la había prometido. Acá, toque de queda, estado de sitio, no puede ver tal película. ?Sí mi general?.

Ahora las instituciones han empezado a funcionar, y el abuso de poder lo comete la gente que está en la democracia. Esto es inexcusable. El abuso de poder hace que la gente descrea, que prefiera un sistema dictatorial que no le haga ver las fallas, que oculte todo y esto es terrible. Por eso creo que las instituciones necesitan de una limpieza a fondo. Yo eliminaría para siempre a los punteros de la política. Para mí eso es un horror, un espanto. Está bien, yo soy un hombre grande, pero, una cosa son los que andan pegando papeles, que se hacen de abajo. Pero creo que los punteritos que andan dando vueltas por ahí, esos son el caldo de cultivo de la corrupción general.

- ¿Qué deberían hacer los políticos para reconciliarse con la gente?

- Tienen que preocuparse de lo que la gente ve y sufre todos los días. No en forma demagógica. De la falta de trabajo, de escuelas, de educación que produce falta de seguridad. De la posibilidad de caminar por una calle, que una lluvia no convierta tu ciudad en Venecia. Todos cacarean, los ?pro k?, los ?anti k?, los menemistas, los radicales. Me parece que deberían dejar de estar peleando por conceptos. La verdad es que Alfonsín fue uno de los últimos que tuvo una cultura política, aparte de la experiencia, que, claro, no le sirvió para contener la inflación. Los demás son ex punteros. Debería haber una especie de universidad de políticos. La universidad de la vida la tienen, sólo que la aprovechan mal. Es la universidad de la calle, de la chicana, la de "yo te voy a cagar". Tienen que tener una base. He visto un solo presidente que sabía hablar otro idioma [por Fernando de la Rúa].

- ¿Cree que debería intentarse acá algo similar al Pacto de la Moncloa español?

- Sería un milagro. Es uno de los milagros que yo estoy esperando que se produzcan. Lo deseo fervientemente. Pero veo mucho rencor y sobre todo mucha basura. Cobos dijo que Kirchner es el mejor presidente de la democracia. Kirchner dijo que Menem lo era.

- ¿Hay esperanza?

- Claro que la hay. Tenemos un país que sigue siendo potencialmente fantástico. Hay que ponerlo en movimiento dejando rencores, estupideces y chicanas políticas de cuarta. Yo tengo confianza. No veo cómo, pero hay algo que flota en el aire que a mí me da esperanzas. Aún en las peores épocas. En la dictadura yo pensaba "esta gente no se va más. No vamos a poder respirar nunca con libertad". Y se fueron. Terminan las cosas. Hasta lo peor, lo más grande, termina. Yo tengo esperanza de que esta inmadurez va a terminar y tal vez una nueva generación de políticos que ya no tengan los rencores acumulados de tantos años atrás, puedan hacer algo. Pero, si nacieron como punteros y se vendieron al primer postor, no sirven para nada.

La Nación