Domingo 11 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa
Cristina y la economía que viene
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
El Gobierno está sediento de dólares. Esa escasez se produce después
de diez años de un importante crecimiento de la economía local y a
pesar del cepo cambiario, que eliminó la libertad de los argentinos de
acceder a monedas extranjeras. En los últimos días, y ante el evidente
fracaso del blanqueo impositivo para los tenedores de dólares, el
Gobierno hurgó hasta en el fondo de la cacerola. Les pidió a algunas
empresas que repatriaran dólares depositados en el exterior, y la AFIP
envió melosas cartas a los contribuyentes invitándolos a adherir al
blanqueo aun vigente.
Entre agosto de 2012 y junio de este año, el Banco Central perdió
10.000 millones de dólares de reservas. Un ritmo de 1000 millones de
dólares por mes. Eso sucedió en medio del cepo cambiario y cuando
todavía la soja estaba a más de 500 dólares la tonelada. El problema
consiste, en el fondo, en la imposibilidad del Banco Central de
comprar dólares. Se frenó, además, el ingreso de dólares por el
turismo externo y cayó verticalmente la inversión externa directa, que
significa recepción de dólares del exterior. Esto debe aclararse
porque el Gobierno inscribe también como inversión externa las
inversiones en pesos que hacen empresas extranjeras radicadas en el
país.
Las cosas podrían empeorar aún más en los próximos meses. Los primeros
síntomas de reactivación de la economía norteamericana llevaron al
presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, a anunciar que su
política (tasas de interés bajas hasta la inexistencia) no será para
siempre. Parte del dinero que andaba en países emergentes se fue en el
acto a los Estados Unidos. La tendencia de la economía de China
continúa en declinación, aunque suave, pero declinación al fin. Esta
noticia afecta sobre todo a Brasil, que tiene un comercio más amplio y
diversificado con China. La Argentina es una víctima indirecta, pero
infaltable: cualquier desestabilización de la economía brasileña le
concierne directamente.
Una cuestión central del cambio de rumbo de las variables
internacionales es la tendencia a la baja de los precios de las
materias primas. En los últimos tres años, el país se benefició por
los altos precios de sus exportaciones primarias, espoleados por
problemas climáticos propios y ajenos que limitaron la oferta. Este
año está prevaleciendo la normalidad. La cosecha norteamericana de
soja, cuyo volumen se conocerá a fines de septiembre, se anuncia
extraordinaria. También podrían serlo las de Brasil y la Argentina,
que son, junto con los Estados Unidos, los tres grandes exportadores
de soja. Habrá soja, entonces, pero a precios más baratos.
La soja a futuro se está vendiendo ya a unos 100 dólares menos la
tonelada. Según el movimiento CREA, un think thank de las
organizaciones agropecuarias, el país podría perder globalmente unos
7500 millones de dólares por la caída de los precios internacionales.
Aunque no todos coinciden con esa cifra, la mayoría de los economistas
pronostica también un descenso en los ingresos por las exportaciones
de materias primas.
La novedad tendrá dos consecuencias. Por un lado, el Gobierno accederá
a menos dólares. Ya en los precios a futuro de la soja, la
administración está perdiendo 35 dólares por tonelada, que es el valor
de las retenciones. A su vez, el actual nivel de precios, que sigue
siendo históricamente alto, es insuficiente para los productores
agropecuarios argentinos, que deben vérselas con altas retenciones y
con el retraso del tipo de cambio. La austeridad a la que serán
sometidos los productores frenará, desde ya, la dispersión de recursos
hacia las comunidades del interior del país.
El campo tiene ya un final abierto con la escasez de trigo. Hay una
pregunta que ningún productor puede responder: ¿hasta qué calidad se
va a moler? Una parte importante del trigo que queda no tiene calidad
para convertirse en pan o, lo que es peor aún, contiene toxinas
dañinas para la salud. El camino más barato sería el de la importación
de trigo, pero esa salida chocaría con las barreras ideológicas del
oficialismo. Ya hay, de todos modos, notables faltantes en la oferta
de pan en grandes cadenas de supermercados.
El único precio internacional que aumentó es el de los combustibles,
pero en esos productos la Argentina es compradora, no vendedora. El
volumen de dólares que el país debe dedicarle a la compra de
combustibles (unos 13.000 millones de dólares) aumentó en los últimos
tiempos un 15 por ciento por el alza de los precios. Pésima noticia
cuando lo que faltan son dólares.
En gran parte, al menos, estamos ante las consecuencias de un equipo
económico que no es sólo ideológicamente viejo; es, sobre todo, malo.
La presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, coloca las
ideologías por encima de la experiencia práctica. El hombre fuerte del
equipo económico, Guillermo Moreno, es, como lo definió un economista,
prehistórico. Y el otro líder de ese equipo, Axel Kicillof, habla un
idioma que no es de este mundo. El jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray,
pierde el tiempo en la persecución y la venganza.
La inflación se disparó, tal vez hacia una nueva y peligrosa fase de
su constante escalada. Los economistas privados le entregaron al
Congreso sus conclusiones sobre julio; seguramente, el número final
será el 2,8. Si esa cifra se repitiera todos los meses, la inflación
anual sería del 39 por ciento. ¿La inflación se está colocando por
encima del 30 por ciento anual? Es probable. El nuevo ritmo
inflacionario se debe al regreso de una emisión desmedida de pesos.
Durante el primer semestre, el Banco Central emitió menos dinero
porque el Tesoro estaba abastecido, sobre todo, por la buena
recaudación impositiva de abril y mayo, que es estacional.
En julio, junto con los tiempos preelectorales, volvió la emisión
desordenada de moneda nacional. Ningún economista prevé que la maquina
de fabricar dinero artificial se detenga hasta octubre, cuando
sucederán las definitivas elecciones nacionales. No hay ninguna razón,
por lo tanto, para ser optimistas sobre un eventual retroceso de la
inflación.
¿Qué hará el Gobierno ante ese cuadro preocupante, nacional e
internacional? Es difícil que la Presidenta modifique su política
económica. Moreno lleva siete años de fracasos en la conducción
económica, pero él se las arregla para convencer a Cristina Kirchner
de que las derrotas no son suyas. Son, según su descripción, una
combinación de conspiraciones internas y de un mundo incapaz de
valorar los méritos del anacronismo.
Empresarios y banqueros temen que el Gobierno los siga presionando
para traer al país saldos que tienen en el exterior. En dólares,
obviamente. O que directamente los obligue a hacer eso. Habrá ocurrido
un milagro con el blanqueo si al final aparecieran 1000 millones de
dólares. Demasiado poco.
¿Eliminará o limitará el uso de tarjetas de crédito en el exterior?
Nadie responde, salvo Echegaray, que en su momento lo desmintió
categóricamente. Es inexplicable que el Gobierno no haya liberado la
compra de dólares para los viajes al exterior. Sería un dólar que se
pagaría, desde ya, al precio del mercado paralelo, pero desahogaría al
Banco Central de esa carga innecesaria. Funcionarios del equipo
económico dijeron que ese sinceramiento podría ser sólo el principio
de una devaluación integral del peso. Temen elegir ese camino,
entonces, porque saben dónde termina.
Sea cual fuere el resultado electoral de hoy, Cristina Kirchner deberá
enfrentarse con una economía más complicada, quizá con un mundo menos
generoso. Nadie sabe cómo reaccionará ante la adversidad, pero nadie,
tampoco, espera otra cosa que la peor profundización de su política y
de su estilo en los dos años finales de su poder. Preferirá siempre
decir adiós con sus viejas banderas desplegadas.
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