Como parte de una campaña proselitista que viola las leyes, Cristina Kirchner no dudó en abusar de la buena fe del Papa

Jueves 01 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa

Editorial I

Desvergonzado oportunismo electoral

Como parte de una campaña proselitista que viola las leyes, Cristina Kirchner no dudó en abusar de la buena fe del Papa para promover a su candidato


Como en otras oportunidades, el Gobierno ha vuelto a violar las leyes que prohíben al Poder Ejecutivo la realización de actos o anuncios de índole proselitista durante los 15 días anteriores a los comicios. Pero esta vez ha ido aún mucho más lejos, hasta rozar los límites del grotesco y de la falta de respeto nada menos que al Papa.

Pese a que esa veda comenzó a regir el viernes pasado, la Presidenta no sólo no la ha respetado, sino que, sin ningún escrúpulo ni consideración por la investidura papal y por lo que el Santo Padre representa para los católicos y para el mundo entero, intentó sacar provecho del acto en el queFrancisco recibió el domingo pasado en Río de Janeiro a los presidentes y prácticamente le impuso de improviso la presencia de su candidato para las elecciones legislativas de octubre, el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde.

Carente de todo sentido de la ubicación y abusando de la buena voluntad del Papa, la Presidenta llevó a Insaurralde en busca de la foto y de los minutos de televisión que, habrá calculado ella, contribuirían, a expensas de la popularidad de Francisco, a consolidar la intención de voto de la aún no muy conocida figura de su postulante a diputado por la provincia de Buenos Aires.

De todos modos, el Papa hizo gala de su conocida habilidad y manejo de la gente, y no cayó en la trampa. El Pontífice sólo estrechó muy fugazmente la diestra de Insaurralde y en el acto volvió el rostro hacia la Presidenta.

La desvergonzada actitud presidencial lo es aún más si se tienen presentes los enfrentamientos del matrimonio Kirchner con monseñor Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires, o el hecho de que el Papa, en el extremo opuesto del oportunismo presidencial, tuvo la gentileza, en Brasil, de obsequiarle a Cristina Kirchner un par de escarpines para su nieto.

Pese a que el Papa casi eludió la trampa, el Gobierno no tuvo el menor pudor y ayer aparecieron en las calles del área metropolitana afiches en color de una empresa de publicidad vinculada con el oficialismo, en los que se ve al Papa, a la Presidenta y, en un primer plano, a Insaurralde. Al pie de la imagen figura una frase del Pontífice pronunciada durante la reciente Jornada Mundial de la Juventud, que él encabezó: "Nunca se desanimen, no dejen que la esperanza se apague". El afiche que apareció en varias carteleras con la firma de la kirchnerista Equipos de Difusión, contradice lo dicho repetidamente por el propio Insaurralde, quien negó que el encuentro con el Papa tuviera connotación proselitista, pues, según explicó, viajó a Brasil a encontrarse con el papa Francisco para agradecer por haber superado un cáncer que había padecido.

Pero no se trató de la única oportunidad en que la Presidenta rompió la veda. El sábado pasado inauguró plantas cloacales en la localidad bonaerense de San Fernando, cuyo intendente, Luis Andreotti, no fue invitado al acto porque se trata de uno de los jefes comunales aliados del candidato opositor del Frente Renovador, Sergio Massa. En cambio, a su lado se encontraba Insaurralde.

En esa ocasión, la Presidenta no vaciló en incursionar con franqueza en el terreno electoral cuando pidió "cuidar" las políticas kirchneristas y no volver a "la década del 90". Esa noche, la Presidenta e Insaurralde viajaron a Río de Janeiro a abusar de la buena fe papal.

No debe extrañar esta actitud en un gobierno acostumbrado a hacer caso omiso de fallos judiciales adversos y a ignorar a la oposición. Para el kirchnerismo, violar la legislación electoral ha de ser, con seguridad, un pecado venial si está de por medio la posibilidad de cosechar votos. Lamentablemente, en eso consiste la esencia del kirchnerismo, en una gestión de gobierno dirigida casi con exclusividad a la obtención de sufragios, ya sea mediante planes sociales que consolidan el voto esclavo, mediante un discurso que falsea la verdad histórica y, principalmente, mediante la propaganda.

Es ahí, en el aspecto propagandístico, propio de todo régimen autoritario, donde radica la explicación de por qué se violan las normas que vedan temporariamente cierta publicidad de los actos gubernamentales. Esta clara ruptura de las reglas de juego constituye una innegable forma de violencia y otra manera de aprovecharse del Estado en beneficio propio.


La Nacion

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