Sábado 08 de septiembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Perón hablaba menos que Cristina
En el pasado, cuando la cadena nacional era sólo
esporádica y para noticias extraordinarias -anuncios puntuales, mensajes
navideños, algún episodio de conmoción nacional-, se le reservaba el
horario central de las 21. Se pensaba, con razón, que entonces la
familia iba a estar reunida en su casa y más gente recibiría el mensaje.
Era muy concisa y siempre comunicaba novedades puntuales y de gran
trascendencia. Por fuera de esa franja, la apertura de las sesiones
legislativas, las transmisiones del mando o los partes del Estado Mayor
Conjunto de las Fuerzas Armadas durante la Guerra de las Malvinas podían
sorprender en otros horarios, pero eran más bien excepcionales.
Los memoriosos recuerdan que a Álvaro Alsogaray, cuando
fue ministro de Economía, le gustaba hablar los domingos a la noche
porque sabía que, salvo los títulos deportivos, nadie más competiría con
él y así se aseguraba más centimetraje en la prensa del día siguiente.
Por cierto, varios titulares de la cartera de Hacienda fueron los más
largueros con las cadenas noctámbulas a la hora de presentar algo que se
ha extinguido del todo en la Argentina, al menos de 2003 para acá:
explicitar un plan de acción. Así, por ejemplo, el 2 de abril de 1976,
José Alfredo Martínez de Hoz pronunció un kilométrico mensaje para
anunciar su letal programa económico, que terminaría afectando
gravemente a la industria nacional.En el caso de la más alta magistratura del país, invariablemente, quien fuese el que estuviese a cargo, civil o militar, aparecía serio, sentado detrás del escritorio, con la bandera argentina a un costado. Era casi la única ocasión que se tenía de ver y escuchar a quien comandaba el Estado. Sólo a partir de Carlos Menem, los máximos gobernantes empezaron a prodigarse con más frecuencia en circunstancias informales y relajadas. El mandatario riojano se movía con tanta soltura, conforme a las pautas televisivas, que era frecuente invitado a programas de todo tipo, incluso de humor, y hasta participaba en competencias deportivas. Usaba poco la cadena nacional porque no la necesitaba: atravesaba toda la programación como un miembro más de la farándula. Era completamente extrovertido y tenía una respuesta para todo micrófono que se le acercara.
Históricamente, los mensajes presidenciales, por lo general, no excedían los veinte minutos, y la cadena nacional siempre llamaba la atención, precisamente, por ser un procedimiento del todo infrecuente que invariablemente sorprendía.
En tiempos de Fernando de la Rúa, la cadena recibió una mejora estética y de iluminación. Sus mensajes eran breves: un día antes de caer, el 19 de diciembre de 2001, anunció la implantación del estado de sitio en apenas tres minutos y 35 segundos.
Para no quitarle su valor excepcional a la cadena nacional, antes se solía recurrir a la llamada "cadena oficial", más limitada en sus alcances, ya que sólo convergían en ella Canal 7 y Radio Nacional y sus filiales, como cabeceras del Servicio Oficial de Radiodifusión, una de cuyas funciones primordiales es cubrir exhaustivamente la actividad presidencial. Sólo las emisoras estatales ponían en el aire la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas o el acto del Día de la Industria, mientras las demás señales continuaban con sus transmisiones habituales sin interrupción alguna.
Para buscar excesos en la cadena nacional anteriores a los que se registran en la actualidad hay que remontarse al gobierno de Isabel Martínez de Perón. Su brazo derecho, José López Rega, manejaba a su antojo la TV, entonces recién estatizada, a la que hacía entrar en cadena cuantas veces se le ocurría por cualquier motivo, desde una intrascendente visita de la mandataria a algún lugar hasta la realización de los campeonatos Evita.
Una cadena nacional tardía, y de más de una hora, como la de Cristina Kirchner el lunes último (comenzó a las 22.30) no cuenta con antecedentes. Y por eso fue tan mal recibida: cientos de miles apagaron el televisor o se pasaron al cable; otros cuantos se fueron a tocar la cacerola al balcón o a la calle, más que por ideología, porque les habían interrumpido sus programas preferidos y el relax previo a la hora de irse a dormir.
Se recuerdan las dos noches consecutivas y "encadenadas", protagonizadas por Juan Domingo Perón, tras su regreso definitivo al país. Por cierto, ambas estaban más que plenamente justificadas. Eran las 22 del 20 de junio de 1973, luctuosa jornada en la que graves refriegas entre grupos antagónicos del justicialismo frustraron su recibimiento en Ezeiza y se produjo un número hasta hoy indeterminado de muertos y heridos. Al líder le bastaron apenas siete minutos para pedir disculpas por no haber estado en el fallido acto y anunció que hablaría la noche siguiente. Así lo hizo. En menos de 25 minutos dijo que había regresado "casi descarnado" y realizó una advertencia, al referirse a las dificultades que atravesaba el país, cuya vigencia se mantiene: "O lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie".
Anteanoche, 39 años después, Cristina Kirchner, en cambio, soltó una frase inquietante: "Sólo hay que tenerle temor a Dios. Y a mí, en todo caso, un poquito".
© La Nacion
No hay comentarios.:
Publicar un comentario