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Tenían veintitantos y eran instrumentistas quirúrgicas en el Hospital Militar Central. En junio de 1982 se presentaron voluntariamente a una convocatoria para prestar servicio en Malvinas. Un día después embarcaron rumbo al Sur y trabajaron en el Rompehielos ARA Almirante Irízar, que funcionaba como buque hospital frente a Puerto Argentino.
Las enfermeras que se atrevieron a viajar en pleno combate a Malvinas
Seis instrumentistas salvaron vidas durante el conflicto con Inglaterra; los soldados aún les escriben cartas en agradecimiento
Tenían veintitantos y eran instrumentistas
quirúrgicas en el Hospital Militar Central. En junio de 1982 se
presentaron voluntariamente a una convocatoria para prestar servicio en
Malvinas. Un día después embarcaron rumbo al Sur y trabajaron en el
Rompehielos ARA Almirante Irízar, que funcionaba como buque hospital
frente a Puerto Argentino.
Marta Lemme y Susana Maza recuerdan esos días con emoción y respeto. A 30 años de la guerra,
pueden revivir cada momento y contar sus vivencias con detalles.
Reconocen que tuvieron miedo y mucha ansiedad, pero no se arrepienten.
"Nuestra función era servir a la Patria y eso hicimos", sostienen.
Marta había empezado a trabajar en el Hospital Militar
Central (HMC) en 1980. Susana, cuatro años antes. El 2 de abril de 1982,
cuando fue el desembarco argentino en el archipiélago,
preguntaron si podían anotarse para ir, pero no había instrucciones
precisas. Además, la mujer no estaba incorporada con grado militar a las
Fuerzas Armadas: recién a fines de ese año se recibieron las primeras
promociones.
En junio, por pedido del Hospital de Puerto Argentino, la dirección del HMC abrió una convocatoria: el combate estaba dejando heridos de gravedad
y necesitaban personal idóneo para cirugías. "Nos avisaron que si
queríamos, podíamos participar. Requerían personas que supieran preparar
las salas, el material, la aparatología...En aquel entonces, al no
haber personal militar, las instrumentadoras eran todas mujeres y eran
civiles. Los enfermeros que tenían grado militar no eran
instrumentadores", explica Susana.
El llamado rindió sus frutos: se anotaron cinco
enfermeras del HMC y una del Hospital Militar de Campo de Mayo. "Fue una
cosa rápida, nos dijeron un mediodía y salimos al día siguiente", dice.
Marta agrega que los familiares tuvieron poco tiempo para digerirlo. "A
veces me preguntan qué dijeron mis padres, pero no tuvieron tiempo de
pensar", cuenta.
A las cinco de la mañana se juntaron en la guardia del
HMC, en la avenida Luis María Campos, en Palermo. De ahí, Aeroparque,
Río Gallegos, helicópteros, el Irízar. Las equiparon con borceguíes,
camperas, abrigo. Y zarparon rumbo a Malvinas. Sintetizan: "Emoción
profunda, ansiedad, incertidumbre".
En el rompehielos convertido en hospital había 300
hombres, militares. "Nos recibieron muy bien, fueron muy atentos.
Primero estaban asombrados de que estuviéramos ahí", describen.
"Cuando llegamos al buque, lo primero que quise fue
llamar a mi familia para decir que estaba bien. Hasta que no encontré
una radio para hacerlo no me quedé tranquila", dice Marta.
Los primeros momentos a bordo fueron de incertidumbre.
"Tuve miedo, inquietud. Nadie sabía nada y eso me ponía mal. Empecé a
cuestionarme un montón de cosas. ¿Habré hecho bien? ¿Serviré para
algo?", rememora.
"Una vez que me dijeron dónde y cómo íbamos a trabajar, ya me quedé tranquila", añade.
Las enfermeras trabajaron en El Irízar, transformado en buque hospital. Foto: Gentileza Susana Maza
Cuando llegaron a Puerto Argentino, el combate no daba
tregua. El Irízar quedó en medio de fuego cruzado y el capitán tomó una
decisión. Susana relata: "Nos comunicaron que nuestra presencia sería
más útil en el barco que en tierra. Ya se preveía el cese de
hostilidades: íbamos a pasar a engrosar la fila de prisioneros".
"Pusimos el grito en el cielo. Habíamos viajado para
estar en Malvinas, queríamos bajar y estábamos ahí, justo enfrente. Pero
pronto empezaron a evacuar heridos y el ritmo de trabajo se volvió
intenso", recuerdan.
"Estábamos en un quirófano, al rato pasábamos a
terapia, a postcirugía. Ibas de un lado al otro y en plena acción,
aceleradas, no pensás, no te quejás: actuás", sintetizan.
Según cuentan, el buque hospital estaba bien equipado:
terapias intensiva e intermedia, varios quirófanos, radioterapia,
radiología portátil, cámara hiperbárica, laboratorio clínico y
consultorio odontológico.
"Los soldados quedaban sorprendidos al ver mujeres.
Después de la sorpresa, empezaban a abrirse, a tener más confianza,
veían en nosotras a una figura protectora; la hermana, la madre, la
novia", recuerdan.
No se les borran las caras de algunos heridos y ciertas
intervenciones quirúrgicas. Meses y hasta años después, ellos tampoco
olvidaron. "Nos agradecieron siempre, nos han escrito cartas. Uno hasta
me invitó a su casamiento", cuenta Marta.
El regreso de Malvinas fue duro: el día en que les
comunicaron el cese de hostilidades lloraron. Marta recuerda a un
soldado que rezaba el rosario. "Esas cosas me emocionan. Hubo una misa y
me descargué. Lloré, me aflojé. Todavía me emociono", cuenta.
Susana habla de un oficial que la conmovió. "Nos mostró
un cofre con la bandera argentina y nos dijo que en caso de ataque o
hundimiento, iba a correr hasta ahí para sacarla, para que no cayera en
manos enemigas. No es que sea sensiblera, pero hoy escucho una canción
patria y me emociono", confiesa.
El grupo de mujeres volvió de Malvinas el tercer
domingo de junio. Al día siguiente se presentaron a trabajar, pero les
dieron una semana de licencia. Hoy, siguen trabajando como enfermeras
instrumentistas en el HMC
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