Gobierno de Kirchner: Cristina gana elecciones presidenciales con el 53%

Nunca tanto poder y jamás tan concentrado

Por Claudio Jacquelin


Cristina Kirchner acaba de batir varios récords con su triunfo.

De los tres presidentes argentinos que obtuvieron la reelección, es la única mujer; su fuerza política es la primera en ser elegida para gobernar el país en tres períodos consecutivos, y es la presidenta electa que más diferencia le sacó al segundo candidato más votado desde 1983.

Hay más, pero no hace falta enumerarlo. Cristina Kirchner es desde hoy la jefa del Estado más poderosa de la historia argentina. No sólo nunca nadie logró tanto poder, sino que jamás estuvo tan concentrado en una sola persona. Veamos:

Cristina tiene asegurado el control total del Congreso y no hay una oposición articulada que represente una porción significativa del electorado que no la votó o que haya salido indemne de la fenomenal paliza electoral recibida.

Tampoco existen factores de poder o grupos de presión -económicos, sindicales, eclesiásticos, militares- que se le opongan o que estén en condiciones de fijarle algún límite real, como tantas veces ha ocurrido.

No depende de un partido político en condiciones de imponerle o vetarle políticas ni personas. Tampoco que pueda sentirse acreedor ni siquiera de una pizca de todo ese poder.

No hay, ni asoma la posibilidad de formarse, una liga de gobernadores que pueda fijarle condiciones o instalarle reclamos. Casi todos los mandatarios provinciales le son afines, pero, sobre todo, son deudores de su popularidad y son, especialmente, dependientes de la caja del Estado nacional.

Hasta desaparecieron también los vestigios de cualquier coalición de caciques del conurbano en condiciones de rebelarse.

Pero no sólo no hay actores políticos que puedan impedirle a Cristina llevar adelante cualquiera de sus decisiones. Lo excepcional del escenario que acaba de abrirse hoy es que semejante acumulación se da en un grado de concentración en una sola persona del que no hay precedente.

Ni Perón ni Menem se encontraron con tanta libertad de movimiento. Hasta los presidentes de facto debían tributar al todopoderoso partido militar y pactar con sus distintas fuerzas y ramas internas.

Alrededor de Cristina no hay siquiera consejeros ni ministros que puedan torcer rumbos ya fijados en soledad.

Como si estos elementos no fueran suficientes para que la Presidenta celebre, puede agregarse que todo este poder alcanzado es en parte consecuencia de las batallas culturales que ha dado.

La ausencia de frenos y contrapesos o la fragilidad de la división de poderes no son demandas de la hora. Esas son preocupaciones del republicanismo liberal.

Y no se trata sólo de una mirada dominada por el pragmatismo político, basado en el legítimo y arrasador triunfo democrático que Cristina ha logrado por segunda vez consecutiva.

El populismo, que reivindica este tipo de liderazgo y formas de ejercer el poder, tiene basamento teórico y cuenta hoy en la Argentina con un creciente número de cultores en el ámbito intelectual y académico, arraigo en casas de estudio y predicamento sobre numerosos formadores de opinión.

Con el triunfo de Cristina termina por legitimarse, y para una buena mayoría ya no es más una categoría maldita de la política o una desviación del ejercicio del poder. El populismo es, para sus defensores y difusores, la forma más genuina de la democracia, el modo más adecuado para representar el interés popular y la herramienta más eficaz para satisfacer las demandas del pueblo.

Que el kirchnerismo haya logrado tanto poder y que el poder esté tan concentrado en una sola persona es el mayor triunfo al que podían aspirar.

También es su prueba de fuego: ahora todo depende sólo de ella y de su capacidad para administrar los desafíos y las contingencias que sobrevendrán.

© La Nacion

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