El golpe de Moreno

a semana anterior había cerrado con las palpitaciones presidenciales, informadas por el Gobierno con idéntica e innecesaria arritmia comunicacional. Y la que pasó abrió con un sincericidio de Guillermo Moreno que, muy suelto de cuerpo, le encontró más méritos para alimentar a los argentinos a Jorge Rafael Videla, aun teniendo muy presentes sus crímenes de lesa humanidad, que a Mauricio Macri.

Lejos de arrepentirse de su derrape verbal en el programa de Mauro Viale, el actual consejero del Partido Justicialista volvió a desgraciarse frente a Cynthia García y hasta en la TV Pública. Ratificó indirectamente que prefería la política económica de José Alfredo Martínez de Hoz que la actual. Anteayer debutó con programa propio en una radio online hablando de uno de sus caballitos de batalla predilectos: Papel Prensa.

Los argentinos vivimos en ascuas desde los años 30 del siglo pasado por los cíclicos golpes y asonadas militares que volteaban a los gobiernos civiles y también a los castrenses entre sí. Esa nefasta peste se erradicó, afortunadamente, en 1983, pero apareció otra más asordinada que busca producir efectos similares: el fogoneo avieso de conmociones sociales para tirar abajo a los presidentes.

El exabrupto del ex dictadorzuelo de la Secretaría de Comercio ofició como una suerte de toque de diana -llamado militar para despertar a la propia tropa al amanecer- para que se desencadenaran tal vez no tan casualmente movimientos concretos y de maliciosa acción psicológica con alta vocación desestabilizadora.

Lo de Moreno pudo ser no buscado, pero funcionó de todos modos como una campana de largada a una serie ininterrumpida de turbulencias, de muy variada especie: sordos ruidos del conurbano profundo; la consecuente (y tardía) reacción del Gobierno con un plan de contención social, la carta de Cristina Kirchner en Facebook, la protesta de encapuchados kirchneristas munidos con palos en la avenida 9 de Julio bajo el inquietante rótulo de Resistencia Popular, y, anteayer, se combinaron ollas populares de movimientos sociales, que volvieron a colapsar el centro, con serios paros de controladores aéreos y camioneros, que desabastecieron las estaciones de servicio. Al anunciar nuevas "sorpresitas" para los próximos días, sonó pendenciero y sobrador Pablo Moyano, disfrutando poner todo patas arriba.

Moreno no sólo no tuvo empacho en reivindicar a Videla, en comparación con Macri a la hora de alimentar a los argentinos, sino que también distinguió en ese ítem a las otras dictaduras castrenses de 1955 y 1966, por sobre el presidente actual.

No debe llamar la atención la vocación castrense de Moreno. Pertenece a un partido (el peronismo) nacido en el seno de otra dictadura, la de 1943, cuyo exitoso caballo del comisario, Juan Domingo Perón, antes de ser ungido en las urnas, fue polifuncionario de ese gobierno de facto (secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente de la Nación). Hace unos días, precisamente, se cumplieron 70 años de su primera asunción al poder. Perón fue consecuente con su origen militar y quiso asumir sus dos primeros mandatos constitucionales el 4 de junio de 1946 y de 1952, para honrar la fecha magna del cuartelazo (en ambos casos, como también al recibir los atributos del mando de su tercera y brevísima gestión, en 1973, vistió con orgullo el uniforme de general).

No es llamativo tampoco el afán militarista de Moreno por ser personaje esencial de un movimiento en cuyo seno nacieron, desde su ala ultraizquierdista, las "formaciones especiales" de Montoneros, FAP y FAR, y, desde su ala ultraderechista, la Triple A y el matonismo sindical. El propio Moreno fue parte de la áspera Guardia de Hierro y protagonista de escenas de patoterismo explícito durante sus años de esplendor en la "década ganada".

Lo que sí llama poderosamente la atención es que aquellos que hasta el día de hoy siguen hostigando al ministro de Cultura porteño Darío Lopérfido para que renuncie porque se atrevió a discutir el canon sacrosanto de la cantidad de desaparecidos que dejó la última dictadura militar, nada tengan que decir ni cuestionar sobre la barrabasada morenista. Apenas Gabriel Mariotto (y tibiamente: "No me parece acertada la comparación", dijo) y algún otro dirigente kirchnerista de segunda línea se expidió sobre el tema. ¿Dónde están las condenas de los grandes referentes de las entidades de derechos humanos? ¿Dónde, la de los artistas e intelectuales que se sienten tan violentados por los dichos de Lopérfido? "Cuando alguien de ellos -dijo el mencionado funcionario en declaraciones a La Once Diez- hace lo que hizo Moreno, que es apología del delito, no se pronuncian."

En efecto: tampoco abrieron la boca cuando Cristina Kirchner, al estatizar el fútbol en 2009, habló del "secuestro de goles" ni, un año más tarde, al señalar que "si fuera una genia haría desaparecer a algunos". Y también miraron para otro lado cuando Amado Boudou, en 2010, asoció a los redactores de Clarín y LA NACION con "los empleados que limpiaban las cámaras de gas durante el nazismo".

La Argentina agrega así una tenebrosa vuelta de tuerca al concepto de la banalidad del mal que definió Hannah Arendt: un perverso doble standard que exculpa a propios lo que se condena de los enemigos.

psirven@lanacion.com.ar


http://www.lanacion.com.ar/1908179-el-golpe-de-moreno

No hay comentarios.:

Publicar un comentario