Gobierno de Kirchner: Políticas del ex presidente

Otra batalla que está ganando Kirchner
Por Luis Majul
Especial para lanacion.com


Miércoles 2 de junio de 2010

Néstor Kirchner no sólo está ganando la batalla para hacer creer a mucha gente que es invencible. También está ganando otra pelea crucial: la del uso de la palabra y el sentido que se le da a lo que se dice o escribe. Por supuesto, ni una ni otra cosa son verdades irrefutables: sólo percepciones de la realidad. Sin embargo, genera euforia entre los kirchneristas e impotencia y decepción entre los que no lo son. Y, además, desnuda la ineficacia de la oposición para fijar su propia agenda del lenguaje. (Y también la incapacidad de la misma oposición para ejecutar la acción que corresponde a ese lenguaje).

De tanto repetirlo, el kirchnerismo se ha apropiado, entre otros, de los siguientes términos: "funcional a la derecha", "el monopolio", "corporación mediática", "gorila", "partido judicial", "partido del ajuste" y "vende patria". También de los vaticinios políticos ("Lo que puede venir es peor de lo que hay"). Pero, además, se ha adueñado de otras falsas ideas, un poco más complejas, y cuyas consecuencias son más graves. La más extendida se podría resumir así: "En todos los gobiernos hay un poco de corrupción y en este también. Son errores del sistema. Es más importante la lucha contra los grupos concentrados y las cien familias que siempre mandaron en la Argentina que denunciar los casos de corrupción en los que se monta la derecha para tirar pálidas y aceitar la máquina de impedir".

Por supuesto, con cada uno de esos términos que los comunicadores oficiales usan para descalificar se podrían explicar las conductas del propio kirchnerismo.

El clientelismo, la corrupción, la persecución a políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas no kirchneristas que ejerce esta administración son prácticas típicas de la derecha autoritaria. Desde este punto de vista, no cabe ninguna duda de que los que apoyan a Kirchner y a la presidenta Cristina Fernández sin denunciar sus errores de gestión o los delitos que se cometen bajo su protección política, son "funcionales a la derecha".

De la misma manera, nadie se escandalizaría con la afirmación de que, a esta altura, hay una suerte de "corporación mediática" oficial y paraoficial cuya misión fundamental es descalificar y destruir todo lo que no sea K y defender y profundizar "el modelo" impulsado "por el mejor gobierno de toda la historia de la Argentina".

A su vez, al supuesto "partido judicial" que, según el ex presidente, "impide que la Argentina avance" le corresponde otro, formado por fiscales, jueces y camaristas que constituyen otro "partido judicial", pero de signo diferente. Es decir, "funcional al poder de turno". Se trata de magistrados que inventan causas, como el destituido Federico Faggionato Márquez, o las direccionan, como el polémico y controvertido Norberto Oyarbide, sólo por citar los dos casos más evidentes.

Así, a muchos kirchneristas fanatizados les entraría como anillo al dedo el mote de "gorila" porque todavía siguen culpando al peronismo de todos los males de la Argentina. O muchos militantes K podrían calificar a Kirchner y Fernández de "vende patrias", al pagar la deuda externa por anticipado, permitir la venta de YPF, terminar de destruir los Ferrocarriles Argentinos o haber apoyado el indulto cuando Carlos Menem lo ordenó.

Lo que cuesta entender es por qué prestigiosos periodistas que influyeron en generaciones enteras de colegas con la potente idea de que la corrupción era inherente al modelo que proponía Menem, ahora piensan que hay una corrupción mejor, más justificable o digna de ser ignorada. O por qué filósofos que llegaron a criticar los delitos de esta administración, de un día para el otro dejaron de hacerlo, a cambio de un programa en un buen canal del Estado o de unas cuantas audiencias con el ex presidente, la Presidenta o los ministros más importantes.

En ese sentido, Kirchner jugó otro partido difícil y también ganó. Utilizó su insuperable "detector de resentimientos" y sedujo a una importante cantidad de resentidos, con razón o sin ella. Resentidos contra la sostenida prepotencia de algunos directivos del Grupo Clarín. Resentidos porque no encontraron el lugar que suponen se merecen dentro del Estado, la cultura, la política y los medios de comunicación. Resentidos contra los intelectuales que no compran el paquete completo del ideario kirchnerista. Resentidos contra los periodistas que se atreven a cuestionar el discurso único del poder oficial. Todo este importante ejército de resentidos juega ahora al lado de uno de los políticos más resentidos de este país.

Pero el éxito de Kirchner no se explica sólo por la apropiación de las palabras. Se justifica también en la mística que logró transmitir al núcleo duro de sus seguidores. Y la carencia de sueños y de horizonte que se advierte en la mayoría de los líderes de la oposición.

¿Le alcanzará esa mística para esconder la verdad de los hechos y convencer a la mayoría de que se trata de un ex mandatario valiente, de alguien que necesita seguir gobernando para liberar a los argentinos del yugo de los poderosos?

Solo por dar un ejemplo: el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, al que todos los días le adjudican una nueva propiedad, no es un militante de los derechos humanos, ni un hombre con ideas progresistas, ni alguien a quien se pueda definir como un patriota del Bicentenario. Jaime fue, hasta que renunció un hombre de máxima confianza de Kirchner. Alguien que reportaba solamente a él.

La Nación







Kirchner y la última utopía
Por Fernando Laborda
Especial para lanacion.com

Miércoles 2 de junio de 2010

En los últimos días, tras los multitudinarios festejos del Bicentenario, se ha especulado con la posibilidad de que veamos un Néstor Kirchner más moderado y conciliador. Por ahora, se trata de una utopía.

La imagen positiva del ex mandatario ha experimentado una recuperación desde cuando perforó el piso del 20 por ciento, luego de la derrota electoral del 28 de junio. Sin embargo, esa mejora no es por el momento suficiente para instalar con éxito el objetivo de su reelección en 2011.

Uno de los problemas que más acosa a Kirchner se presenta en las clases medias urbanas y, en particular, en la Capital Federal, distrito donde debería alcanzar una intención de voto cercana al 25 por ciento para poder pelear la presidencia de la Nación.

No pocos dirigentes del oficialismo están convencidos de que si Kirchner y el gobierno de su esposa se mostraran más moderados y abiertos al diálogo, deberían recuperar posiciones en los sectores medios.

El problema es si Kirchner está convencido también de eso. Porque, por lo general, el ex presidente parece sentirse más cómodo en el cambio de golpes y el nivel de profundización de los enfrentamientos con los enemigos que elige hace que la crispación y el ensañamiento se retroalimenten en forma permanente.

No es inhabitual que los líderes políticos modifiquen su ideología en función de conveniencias personales o de cambios de corriente en la opinión pública. Pero es mucho más difícil que puedan modificar su personalidad y su estilo de gestión, en especial cuando vienen ejerciendo el poder durante más de dos décadas y se han acostumbrado a reciclar ese poder mediante el conflicto, como Néstor Kirchner.

Como en la fábula de la rana y el escorpión, ir en contra de la naturaleza no resultará sencillo para el ex presidente.

La Nación








Espionaje oficial y vacío opositor
Joaquín Morales Solá
LA NACION

Miércoles 2 de junio de 2010

La política siempre se sitúa al borde del fracaso cuando lo que parece predominar es la violencia y la arbitrariedad. Desde la agresión que recibió ayer el dirigente agropecuario Alfredo De Angeli (y las amenazas personales denunciadas por el líder de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi) hasta la humillación judicial de los jóvenes Noble Herrera, todo indica que los conflictos públicos se deslizan hacia primitivas y brutales resoluciones.

El gobierno de los Kirchner ha cultivado ese clima político en el que una eventual tragedia está siempre a la vuelta de la esquina.

Pero, ¿es sólo culpa de los Kirch- ner? El matrimonio gobernante se mueve, debe reconocerse, en un contexto de vacío político opositor cada vez más expuesto, a veces dramático. La oposición no logró aún integrar y poner en funcionamiento la comisión bicameral de seguimiento de los servicios de inteligencia. Han pasado casi seismeses desde la nueva composición del Congreso y ese crucial tema a y viene en interminables negociaciones. Entre tanto, el Gobierno se sirve del espionaje oficial para disciplinar a los jueces, para financiar fuerzas de choque propias y para intervenir las comunicaciones de políticos, empresarios y periodistas, entre otras tareas tan ilegales como solapadas.

El vacío político metió también en un círculo de negociaciones a la reforma del Consejo de la Magistratura, clave para dotar de independencia a la Justicia. Esas tratativas que comenzaron sólo ayer a entrever la luz de un acuerdo. Se notaban ya esas regresiones en el caminar de pies cansados de los jueces que investigan al oficialismo y en el ímpetu de magistrados más cercanos a los intereses del Gobierno.

La primera prueba la dio el juez Norberto Oyarbide cuando procesó a Mauricio Macri sin argumentos más serios que sus intuiciones, influidas por sus propias deducciones. El segundo experimento lo acaba de hacer la jueza Sandra Arroyo Salgado cuando sometió a los hijos de la directora de Clarín a una insoportable experiencia humana; ordenó que los trataran como cómplices de victimarios después de que la Justicia los considerara durante años supuestas víctimas. ¿Víctimas o victimarios?

Ni siquiera está debidamente probado que hayan sido víctimas. Es un caso único en sus características en el proceso de búsqueda de niños desaparecidos en la dictadura. Nunca antes ninguna otra persona, involucrada en esos procesos, sufrió semejante exposición pública ni tanto maltrato. Tal excepcionalidad se da en un momento de indisimulada furia oficial contra el diario que dirige la madre de los jóvenes Noble Herrera.
El manejo de Moreno

De Angeli denunció ayer que fue golpeado y ultrajado públicamente en Azul por una banda de sindicalistas que presuntamente responde a Guillermo Moreno. A Buzzi le dejaron carteles en su casa desvalijada de Rosario para que se callara la boca. Ayer mismo se comprobó que los violentos escraches en la última Feria del Libro fueron protagonizados por dos empleados del Indec, que maneja discrecionalmente el propio Moreno. Este es el mismo que apretó a los supermercados para que dejaran de comprar alimentos importados y el mismo que destruyó el prestigio de los organismos de control sanitario. Los mandó a éstos a que frenaran las autorizaciones para el ingreso de esos alimentos.

Ni los jueces ni las fuerzas de choque ni los seguimientos serían posibles con servicios de inteligencia dedicados a sus menesteres y no a resolver los intereses políticos de los gobernantes. Un sector de la oposición reclama la presidencia de la comisión bicameral, que deberá ejercerla la Cámara de Diputados, mientras otro sector amenaza con sacarle al oficialismo esa presidencia si la comisión no es convocada perentoriamente. Esa comisión debe controlar el funcionamiento del espionaje oficial, sobre todo de la ex SIDE. Un oficialista presidiendo esa comisión sería una concesión demasiado grande para el Gobierno. ¿El oficialismo controlará lo que hace el propio oficialismo en territorios tan turbios como los servicios de inteligencia? Así están las cosas.

La reforma del Consejo de la Magistratura, promovida por la oposición, tropezó hasta ayer con el obstáculo de la centroizquierda que lidera Pino Solanas en Diputados. Lentamente, comenzó ayer una etapa cercana al acuerdo. La centroizquierda no quería que un miembro de la Corte presida el Consejo, que debe administrar los recursos financieros de la Justicia. El resto de la oposición se abroquelaba en la defensa de la presencia de un juez supremo en la presidencia del Consejo.

El proyecto opositor entraría la semana próxima, a suerte y verdad, en el recinto de Diputados. Una derrota de la reforma opositora dejaría a la corriente de Solanas definitivamente al lado del Gobierno en las cuestiones más cruciales para la administración kirchnerista. Con el control oficialista del Consejo de la Magistratura, seguirían floreciendo jueces tan arbitrarios como Oyarbide o Arroyo Salgado.

El vacío político opositor no está sólo en el Congreso. El panradicalismo está inmerso en la interna cardinal del radicalismo en la provincia de Buenos Aires, donde habrá elecciones partidarias el próximo domingo. El aparato que controlan Leopoldo Moreau y Federico Storani le entregó a Ricardo Alfonsín el padrón definitivo, y supuestamente depurado por la Justicia, sólo en la noche del lunes último, cinco días antes de los comicios. Hasta ayer, la lista de Alfonsín había recibido sólo una información parcial de los lugares de votación y de la cantidad de mesas en las que se votará. ¿Cuántos fiscales se necesitarán? ¿Dónde irán? El aparato zigzaguea hasta el final con sus pequeños ardides.

El peronismo disidente no está mejor. Macri, que no es peronista ni disidente, decidió seguir haciendo la suya con total indiferencia hacia todo lo demás, sea político o institucional. Francisco de Narváez promociona su improbable candidatura presidencial o respalda la inexistente de Carlos Reutemann; todo sea para provocar el fastidio de Macri, que le teme sólo a Reutemann. Eduardo Duhalde, viejo tejedor de alianzas, se replegó ahora en su propia postulación. Y Felipe Solá no ha cesado en la faena de elogiar su personal proyecto presidencial. "¿Qué esperan Macri y De Narváez para acordar? Eso cambiaría radicalmente el clima político", deslizó un importante legislador oficialista.

Pero los opositores parecen demasiado preocupados por los víveres y la logística, mientras el ejército kirchnerista avanza decidido sobre espacios políticos, judiciales y sociales. El kirchnerismo se lleva valores importantes por delante, es cierto, pero la culpa no es sólo de los que mandan; también es responsabilidad de sus opositores, que tienen la obligación política y electoral de equilibrar el campo de juego y la inestable relación de fuerzas.

La Nación

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