River Plate desciende a la B por primera vez en 110 años de historia


El Monumental pasó de la tensión a la barbarie


Los hinchas de River explotaron con el descenso del equipo; chocaron con la policía en el puente Labruna y en la avenida Figueroa Alcorta: hubo 89 heridos y 50 detenidos 
26 de Junio de 2011 - 17:18
Por Alejandro Casar González 
Un partido de fútbol hizo que el Monumental pasara de la esperanza a la sinrazón en cuestión de 90 minutos. Si los hinchas de River llegaron al estadio donde festejaron tantos éxitos dispuestos a dejar la garganta por su equipo, tras el descenso lo abandonaron hechos una furia. Muchos de ellos, no todos, canalizaron su bronca hacia lo primero que encontraron: butacas, baños, canillas, carteles, puestos de venta de comida. Y hasta destrozaron algunas vitrinas del hall, en el que el club atesoraba medallas y trofeos. Le arrancaron de cuajo parte de su historia. 
Al cierre de esta edición, había 89 heridos (50 civiles y 39 policías, cuatro de ellos en estado grave) y la Policía Federal informó que 50 personas fueron detenidas por atentado y resistencia a la autoridad, lesiones y daños. La ministra de Seguridad, Nilda Garré, confirmó en su cuenta de Twitter que todos los efectivos hospitalizados estaban fuera de peligro. 
La metamorfosis del público, que alentó desde que pisó el estadio, comenzó con el gol del equipo cordobés. Algunos hinchas, los más precavidos, optaron por hacer el duelo en privado y abandonaron su ubicación cuando todavía la historia podía revertirse. Afuera, el gol se gritó por error. Muchos se abrazaban; otros se persignaban en el suelo. Hasta que alguien los despertó de esa rara ensoñación. El gol no era de River, sino de Belgrano. Así, los cánticos dieron lugar al llanto y a la desazón. Minutos después, padres con hijos pequeños llorando, parejas de novios abrazados en el dolor y gente mayor se iban porque sabían que venían horas difíciles. A esa altura, el estallido era inevitable. 
 
El segundo quiebre, definitivo, tajante, devastador, fue el penal que Olave le detuvo a Pavone. Lo que minutos antes era incredulidad ("¿Cómo se va a ir River al descenso? ¡Imposible!", se escuchaba en la platea) se transformó, por imperio de una jugada, en certeza. Los huecos en las tribunas comenzaron a hacerse más notorios. Y los hinchas, que minutos antes se habían desgañitado por el equipo de sus amores, se apiñaban en las escaleras rumbo a la salida. 
De repente, un cántico partió de las entrañas de la barra brava: "Si no ganan, ¡qué quilombo se va a armar!". La amenaza pasó inadvertida para la mayor parte del estadio, que no acompañó. En ese instante, los peores presagios se hicieron realidad y nadie tuvo dudas: si el equipo no conseguía el milagro, el Monumental se resquebrajaría. 
A tres minutos del final, los plateístas se hartaron. Destrozaron las butacas y usaron las maderas para agredir a policías y a los hombres de seguridad privada. La acción provocó un efecto dominó: el alambrado de la Sívori se tambaleó. El césped parecía un campo minado por los proyectiles. El teatro del fútbol se transformó en campo de batalla, multiplicado en las arterias que llevaban a la salida. Para entonces, los Borrachos del Tablón ya habían sacado sus banderas. Según pudo averiguar La Nacion, ésa era una señal inequívoca para el resto de los simpatizantes: había que abandonar el estadio. 
Tras el descenso, los incidentes
Aunque la mayoría de los hinchas sólo procuraba regresar a su casa, hubo quienes necesitaron descargarse. La salida anticipada del público local aumentaba, y con ello crecía la represión policial. Por momentos, innecesaria. En otros, inevitable, porque el descontrol se apoderó de todas las inmediaciones. La intersección de Figueroa Alcorta y Udaondo era uno de los escenarios. El camión hidrante barría la calle. Iba y venía tratando de dispersar a los más violentos. Las corridas eran desordenadas, sin norte ni sur ni este ni oeste: la premisa era escapar. La policía montada hacía lo suyo. La infantería avanzaba y retrocedía mientras algunos insultaban, tiraban piedras y hasta culpaban a la prensa por este presente impensado de River. Un camión de exteriores de Crónica sufrió las consecuencias. El conductor se bajó y, escapando de una turba descontrolada, se refugió en un móvil policial. 
Con el partido suspendido y la derrota consumada, el desmadre se apoderó de todo. Gases lacrimógenos, balas de goma para intentar contener lo incontenible. La concesionaria Toyota, de Libertador y Udaondo, terminó con los vidrios rotos. Idénticas consecuencias sufrieron los locales comerciales que se animaron a abrir. Un supermercado chino, sobre Libertador, no llegó a cerrar sus persianas y pagó su tardanza con destrucción. Al menos diez tachos de basura fueron incendiados por hinchas que se animaban a enfrentar a la Guardia de Infantería con lo que tenían a mano. Si bien el principal foco fue en el emblemático puente Labruna, tan cercano a los afectos riverplatenses, en los cuatro puntos cardinales del estadio la situación se repetía. Como en el mítico hall del estadio, donde los vidrios se hicieron añicos y un efectivo policial recibió el impacto de un cartel que, según testigos, "le abrió la cabeza como un coco". 
Cuando oscureció, pasadas las 18, el descontrol de las inmediaciones amainó. Los últimos hinchas se retiraron en paz, aunque desconsolados, y la guardia de Infantería volvió a reunir sus filas sobre Udaondo y Libertador. Sólo quedaban las postales del destrozo y la indignación de algunos vecinos que, a pesar de su experiencia en desmanes, aseguraban que nunca habían presenciado algo semejante. Piedras y baldosas sobre el pavimento; vidrieras rotas; negocios saqueados; contenedores de basura incendiados dominaban la geografía. "Nos destrozaron los vidrios de nuestra casa a pedradas. No podés vivir acá, porque es un campo de batalla", se quejó Marcelo, que vive en Udaondo al 1300, mientras le mostraba a LA NACION las vidrieras destruidas de un local de cerámicos y de una concesionaria a metros de donde vive. 
Dos cuadras más adelante, todavía salía humo de las dos fogatas que había armado un grupo que se enfrentó a la policía sobre Libertador. Un efectivo de la infantería comentaba que en 200 metros había, por lo menos, veinte locales dañados. Uno, el de la esquina de Libertador y Padre Juan B. Neumann, todavía tenía en su interior el cartel de la calle con que habían destrozado la vidriera. 
"Era previsible que esto pasara, pero se emperraron en que se jugara con público", protestó Fernando, vecino del edificio de Libertador 6662, mientras observaba un almacén saqueado. En Libertador y Udaondo, una camioneta utilitaria destruida en medio de la avenida era la imagen que resumía la ira desatada minutos atrás: según testigos, había arrancado cuando cruzaban algunos hinchas, golpeó a uno de ellos y no se lo perdonaron. Le quitaron hasta los cables del motor para después darla vuelta. Algunos hinchas rezagados que pasaban por al lado se tomaban su tiempo para sacarle fotos, incrédulos. Núñez, muy de a poco, volvía a la calma, esa que se había alterado por un partido de fútbol y que, durante la tarde, pareció más lejana que nunca. 

UN OPERATIVO POLICIAL MONUMENTAL 

Además de los 2200 efectivos policiales que fueron asignados para custodiar el Monumental y sus adyacencias, los dirigentes millonarios contrataron cerca de 1000 guardias privados que se ubicaron dentro del estadio. El partido tuvo una recaudación de 1.772.840 pesos. 
50 detenidos, según informó la Policía Federal, hubo por resistencia y atentado contra la autoridad. 
89 fueron los heridos: 50 civiles y 39 uniformados, por lesiones cortantes y politraumatismos menores. 
6 hospitales porteños recibieron a los heridos: Pirovano, Fernández, Tornú, Durand, Rivadavia y Santojanni. 
Colaboró Fernando Massa

La historia de un Belgrano lleno de épica
Como lo marca su historia, la adversidad hizo más fuerte al Pirata. La “B” bajó a River y la Primera la espera. Conmovedor domingo en el Monumental.

27/06/2011 00:07 Pablo Giletta (Enviado especial a Buenos Aires)



Hubo un día en el que los “grones” se adueñaron de la tierra y cantaron su revancha a grito pelado. Un día en el que Belgrano fue de Alberdi, de Córdoba y del mundo, para anunciarles a todos que había llegado la hora de cumplir sueños postergados. Un día en el que la bandera del interior del país (si no existe, hay motivo para crearla) flameó en el Obelisco sin que pudieran evitarlo.
Belgrano volvió a ser pionero. Como en 1968, cuando fue el primer representante cordobés en los viejos torneos Nacionales; o como en 1986, cuando se convirtió en el primer equipo de la provincia en ganar un torneo organizado por AFA. Una vez más, la Docta se tiñó de celeste intenso, sin mezquindades, y “la primera barra” recibió refuerzos impensados.
En su hora más gloriosa, la “B” volvió a ser de la A. Volvió para quedarse y el eco de semejante rugir popular tumbó a uno de los gigantes.
River, “el más grande” según su himno oficial, uno de los “intocables” hasta ahora, mordió el polvo y jugará en la B Nacional. El 1-1, épico por donde se lo mire, selló la historia de uno y otro, condicionado por el 2-0 que la “B” había obtenido en Alberdi.
Amanece, que no es poco
Si alguien está leyendo estas líneas, quiere decir que amaneció; que no se cumplieron los presagios agoreros de los que anunciaban “el fin del mundo” si River se iba al descenso. Habrá que esperar hasta el año próximo para ver si el calendario maya tenía razón.

La historia del partido del domingo comenzó a escribirse mucho antes de que Sergio Pezzota ordenara el comienzo. Belgrano, que había caído simpático en Buenos Aires cuando se conoció que jugaría una de las llaves de promoción ante River, se convirtió en un monstruo tras el triunfo a la ida.
No sólo fue “ninguneado”, sino que cierta prensa del puerto invitó, hasta el hartazgo, a hacer de la salvación de River una causa nacional, como si el rival de turno fuera un equipo extranjero. Algún que otro acto fallido ante las cámaras lo desnudó así.
La delegación pirata se instaló el sábado a primera hora en un hotel del microcentro porteño. Y, entrada la madrugada de ayer, se encontró con el escrache, convocado en los foros del Millonario, con el objetivo de que, esa anoche, nadie durmiera. Una bomba de humo, que alguien activó desde adentro del hotel, hizo saltar la alarma y se ordenó la evacuación de las habitaciones. Eran las 4 del día del partido.
La pasividad de los policías que “custodiaban” el lugar fue escandalosa. El descanso no fue posible, pero los jugadores llegaron al Monumental cantando como hinchas, pese al piedrazo que rompió uno de los cristales del colectivo. En el trayecto, fueron testigos de postales surrealistas, como la del hincha enfundado con los colores de la banda roja que, a 60 cuadras del estadio, emprendió el recorrido… de rodillas.
De antología
Y después había un partido, que empezó con un gol anulado y, acto seguido, una gran definición de Pavone: 0-1 con sólo cinco minutos de juego. Pareció, a lo largo de ese primer tiempo, que el orgullo de River iba a poder con el argumento celeste de defenderse... Pero Belgrano creyó en sí mismo.

Creyó en sí mismo Olave, cuando le tapó el penal a Pavone y miró al cielo. Creyó en sí mismo “ese negrito”, que ahora ya todos conocen como Ribair. Y Franco Vázquez se puso el equipo al hombro y se recibió de crack, pisando la pelota, despilfarrando el tiempo y derrochando categoría.
 El grito de Farré, de los héroes silenciosos celestes, puso las cosas en su lugar. El dolor de River fue insoportable. La estupidez de los apocalípticos, también. Por eso el festejo estalló en el vestuario. Y, recién cuando el Monumental quedó desierto, con excepción de los 2.500 cordobeses que conocieron el éxtasis en la bandeja alta de la Centenario, el terreno fue como un patio de juegos.
Hasta “el Ruso” Zielinski se tuvo que aflojar. Y “el Mono Miki”, emblema moderno, nunca se pareció tanto a Superman. Salud, Belgrano. Gracias por la justicia.

Por la violencia, clausuran el Monumental

Gustavo Galante, fiscal en lo Penal y Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires, ordenó la clausura del estadio por 30 días. Si esa medida se oficializa por la justicia, la final del 24 de julio debería disputarse en otro escenario.

La final de la Copa América podría tener que jugarse en un escenario alternativo luego que un fiscal ordenó el domingo la clausura del estadio Monumental, tras los incidentes causados por hinchas de River Plate ante el descenso de su equipo a segunda división.
Una batahola entre policías y fanáticos de River Plate dejó más de cincuenta heridos y severos daños en el estadio, luego que el histórico club descendió al empatar 1-1 en un partido clave ante Belgrano.
Tras esos hechos, Gustavo Galante, fiscal en lo Penal y Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires, ordenó la clausura del estadio Monumental por 30 días. Si esa medida se oficializa por la justicia, la final del 24 de julio debería disputarse en otro escenario.
Descontentos por el naufragio de su equipo favorito, los hinchas destrozaron vitrinas, incendiaron el bar de la sede del club y prendieron fuego a automóviles estacionados cerca del estadio, tras arremeter contra los policías que custodiaban el lugar.
"Son 55 los heridos", dijo Alberto Crescenti, jefe del Sistema de Atención Médica de Emergencias. Al menos cuatro de ellos eran policías, agregó.
Un agente fue derivado en helicóptero a un hospital con un traumatismo de tórax y cráneo. "Por ahora, ninguna víctima fatal", destacó Crescenti.
Había al menos 22 detenidos, según medios locales. La policía disparó balas de goma y bombas de gas lacrimógeno, según se vio en directo por varios canales de televisión.
El Monumental, sede de la final del Mundial 1978, estaba previsto como escenario del cierre de la Copa América, que empieza el viernes.
En el partido de vuelta de una serie de promoción, River, el club más exitoso del fútbol argentino, necesitaba ganar por dos goles de diferencia para seguir en primera.

Passarella: De River me van a sacar con los pies para adelante

El presidente del "Millonario" se mostró desafiante luego del descenso de su equipo. "Resistiré", dijo en un breve contacto con la prensa.

El presidente de River Plate, Daniel Passarella, se mostró desafiante en la noche del domingo al salir de la concentración del plantel y aseguró al pasar por delante de los periodistas que resistirá en su cargo pese al descenso de categoría y que del mando del club lo tendrán que sacar "con los pies para adelante".
"Voy a resistir y de acá me tienen que sacar con los pies para adelante", afirmó Passarella a los medios que aguardaban en la puerta de la concentración la salida de los protagonistas.
El presidente riverplatense fue duramente hostigado por los hinchas, luego de producirse el descenso de River por primera vez en la historia al Nacional B.
Passarella asumió como titular riverplatense en diciembre de 2009 y tiene mandato hasta 2013.
http://mundod.lavoz.com.ar


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