Demasiado estrés

Jueves 06 de agosto de 2015 | Publicado en edición impresa

El escenario

Demasiado estrés

Por Carlos Pagni | LA NACIO


ra Cristina Kirchner, la incoherencia no tiene secretos. Ayer suspendió su cura de silencio y anunció un aumento de las jubilaciones. Para justificar el uso de la cadena, esgrimió un fallo que ya había convalidado ese recurso en 2011. Después despotricó contra quienes no respetan lo que disponen los magistrados. Pero ocho minutos más tarde, al referirse a la investigación por presunto lavado de dinero en sus empresas, dijo que lo que dictamine la Justicia la tiene sin cuidado: "No le tengo miedo a ningún juez pistolero o extorsionador".

La Presidenta venía de otra contradicción llamativa. Fue cuando denunció la existencia de un mecanismo antidemocrático, consistente en utilizar a los tribunales y a los medios para realizar denuncias estridentes durante la disputa proselitista. Un inesperado homenaje a Francisco de Narváez, a quien Néstor Kirchner acusó por tráfico de efedrina, con la colaboración del espía Antonio Stiuso, en el juzgado de Federico Faggionato Márquez, más tarde destituido. Fue en 2009, cuando De Narváez venció a Kirchner. También Enrique Olivera fue reivindicado, post mórtem, por la señora de Kirchner. En 2005, Daniel Bravo, que era funcionario de Aníbal Ibarra, le adjudicó una cuenta falsa en Suiza. El ataque se produjo tres días antes de las elecciones legislativas en las que Olivera competía acompañando a Elisa Carrió. También Sergio Massa pudo ayer sentirse satisfecho: cuando se postuló en 2013, un espía de la Prefectura que responde a la Presidenta sustrajo de su casa una caja fuerte.

Cristina Kirchner comparó a quienes recurren a esos procedimientos con los grupos de tareas de la dictadura. Es difícil pensar que se sometió a semejante autocrítica en desagravio de Olivera, De Narváez y Massa. Ella sólo pretendió defender a Aníbal Fernández de la acusación de haberse involucrado en el tráfico de efedrina que le formularon el domingo pasado en el programa de Jorge Lanata. Se entiende que los argumentos utilizados hayan sido tan autodestructivos. El Gobierno está estresado. Entre otras cosas, porque la palabra efedrina está asociada a innumerables episodios oficiales. Entre ellos, el financiamiento de la campaña presidencial de 2007. Pero, además, el escándalo de la denuncia contra Fernández es la derivación más reciente de un problema de primera magnitud: la asombrosa incompetencia de la Presidenta para administrar el poder acumulado por su esposo en la provincia de Buenos Aires.

La crisis que desató la imputación contra Fernández es, más allá de sus pliegues policiales, la última señal del resquebrajamiento de la principal base territorial del peronismo. Ese proceso comenzó con la secesión de Sergio Massa, que determinó la derrota oficialista de 2013. Siguió con la insubordinación de Florencio Randazzo, que en junio pasado se negó a postularse para la gobernación. Y se agudizó con la feroz competencia que se libra por las primarias del domingo.

La razón del escándalo que rodea a Aníbal Fernández es muy obvia: sólo alguien muy irreflexivo puede someter al tenebroso aparato del PJ bonaerense a una elección interna abierta. Es como invitar a los Soprano a discutir en público el destino de su organización, sus negocios y sus fechorías. No terminarían bien.

La señora de Kirchner no contempló esa eventualidad. Cuando Eduardo "Wado" de Pedro le informó que Randazzo, enardecido por la decisión de que "el proyecto quede manco", no se prestaba a resolver la ecuación bonaerense, liquidó el problema con un despectivo "¿qué le pasa a ése?". En vez de persuadir a Randazzo, convocó a Fernández, Julián Domínguez y Fernando Espinoza a Olivos, y les dijo: "Vos, Espinoza, quedate en La Matanza y ustedes dos resuelvan una fórmula". Cuando salieron al parque, Espinoza aclaró que no obedecería. Fernández percibió algo más: que sus interlocutores ya se habían aliado. Entonces volvió sobre sus pasos y se lo comunicó a la Presidenta: "Espinoza no se baja y creo que tiene todo arreglado con Domínguez". "¿Ah sí? -contestó ella, indiferente-, entonces arreglate con Sabbatella y enfrentalos." Fernández casi llora al tener que sumar a Sabbatella. Por la bronca.

No hacía falta la denuncia de Lanata para advertir que la disputa sería inconveniente. Bastaría observar, en las concentraciones, a las barras de Aníbal enfrentadas con las de Espinoza. Un intendente del conurbano lo pintó así: "Estamos inventando dos Herminios". Hablaba de Herminio Iglesias, el ícono salvaje de la primera derrota peronista, en 1983. El mismo caudillejo ilustra: "Cuando en un acto vi la disputa por el palco, me vino a la memoria el «Beto» Imbelloni, que decidía quién subía y quién no a los culatazos". A propósito: el inmortal Imbelloni milita junto a Daniel Scioli, de la mano de Amadeo Genta. Todo en blanco y negro.

La pelea bonaerense es despiadada porque en ella están en juego organizaciones territoriales, fortunas incalculables, y, si Scioli no ganara, el posible liderazgo del PJ nacional. Hasta la policía bonaerense se partió: un sector se subordinó a Fernández y otro al ministro de Seguridad Alejandro Granados, alineado con Domínguez. Es comprensible que alguien que concibe el liderazgo con un desdén duranbarbesco por la organización política, como Cristina Kirchner, no advirtiera estos peligros.

Ya es tarde. "Herminio" Aníbal atribuye la denuncia que le hicieron a Domínguez y, sobre todo, al otro "Herminio", Espinoza. Va más arriba: sospecha que Scioli fue parte del complot. Si no, se pregunta, ¿cómo es que Lanata fue recibido sin restricción alguna en la cárcel de General Alvear? Fernández no supone que Daniel Guebara, el jefe del presidio, cultive la libertad de prensa. Se lo hizo saber a Scioli y al ministro Ricardo Casal, responsable del Servicio Penitenciario, el jueves pasado, cuando se enteró de lo que se publicaría. Discutieron dentro del auto que los llevaba a un acto en La Plata. El chofer casi queda sordo por los gritos.

Scioli no puede responder. Su candidatura es el resultado de un proceso en el que no tuvo intervención. En consecuencia, ningún "Herminio" le obedece. Pero él también es víctima del encontronazo. La campaña provincial se suspendió. Los intendentes dejaron de mostrarse junto a "Herminio" Aníbal. Pero tampoco quisieron ofenderlo invitando a Domínguez o a "Herminio" Espinoza. Algunos, como Martín Insaurralde, reparten las dos boletas.

Antes de que se desatara la tormenta, Scioli calculaba que la proximidad de Fernández le restaría entre 4 y 5 puntos. Por eso la noche del ajustado triunfo de Horacio Rodríguez Larreta llamó a Domínguez y le dijo: "Mirá el costo que tiene para un candidato a presidente postular a alguien débil en un distrito. Reforzá tu campaña, que te voy a apoyar." Ahora Fernández daña más. Y eso que todavía no salió a luz la responsabilidad de su subordinado Pablo Palladino en el desaguisado de Fútbol para Todos y la AFA. Esa asociación ya ingresó en la puja peronista. Cuando Marcelo Tinelli mostró a Domínguez bailando una chacarera, estaba promoviendo a un rival de su rival: Tinelli y Fernández están enfrentados por la tardía sucesión de Julio Grondona. Y "Herminio" Espinoza ingresó a la dirección de San Lorenzo. ¿Pagó 8 millones de pesos para hacerlo? Habladurías.

Para escuchar al tenor Palladino hay que esperar hasta septiembre. En ese momento Scioli estará seduciendo a quienes no simpatizan con el Gobierno. Y quizás sus competidores, sobre todo Mauricio Macri, hayan dejado de vituperar a Cristina Kirchner para dedicarse a él. Si el domingo se impone "Herminio" Aníbal, tendrán un argumento inigualable. Si gana "Herminio" Espinoza, aunque en menor medida, también.

A Aníbal Fernández le importa poco ser un activo tóxico. Él calcula que la contradicción con Clarín le consolidará el voto kirchnerista. Por eso cree que aún tiene chances de ganar el domingo. Después, para la general, le alcanzaría con el 40% de los votos. A Scioli, no. Pero a él no le interesa. O, tal vez, sí: si gana la provincia y Scioli pierde la Nación, "Herminio" Aníbal podría aspirar a la conducción de todo el peronismo. Antes, por supuesto, debería borrarse el tatuaje de la Presidenta. Un cambio más de piel.

La trasnoche del domingo promete una encrucijada apasionante. ¿Qué hará Fernández si pierde? ¿Se inclinará ante Domínguez en un homenaje a la democracia? ¿O se abrazará a las columnas del templo para arruinar la incierta fiesta de Scioli? Este "Herminio" no se arriesga a perder la gobernación. Se arriesga a perder todo futuro político.

Para Scioli la provincia de Buenos Aires es vital. Él compara su performance nacional con la de la Presidenta en 2007, cuando alcanzó el 45% de los votos. Pero ella obtuvo resultados espectaculares en el Norte, arrasó en Mendoza y ganó Santa Fe. La perspectiva de Scioli en el interior es mucho más modesta. Y en Buenos Aires, donde su jefa había obtenido 46%, él está afectado por la competencia de Massa. Los efectos de Massa sobre Scioli han sido paradójicos. En 2013 le quitó del camino a la Presidenta. Ahora lo debilita en su plataforma principal.

El resultado de Massa será decisivo. ¿Será la base de un nuevo relanzamiento? Y van? ¿O una polarización que lo someterá a la entropía que sufrió De Narváez en 2013, cuando de las primarias a las generales pasó del 10 al 5% de los votos? Si sucediera lo segundo, el 60% del caudal de Massa pasaría a Macri. El resto, a Scioli. Ningún escenario permite descartar el ballottage.

Por esta razón Scioli está interesado en saber cuánto sacará José Manuel de la Sota. Supone que casi todo lo que obtenga se volcará hacia el Frente para la Victoria. Carlos Zannini se beneficiaría así con el trabajo de su principal enemigo.

Quiere decir que, si se cumple el orden que vaticinan las encuestas, la ventaja que obtenga Cambiemos sobre el Frente Renovador será tan relevante como la que Scioli saque sobre Cambiemos. Esta última diferencia es importante para prever o descartar un ballottage. Pero el domingo por la noche habrá que observar otro detalle: el trato que Macri ofrezca a sus aliados Ernesto Sanz y Carrió. Cualquier discordia lo somete al riesgo de que los simpatizantes de la UCR y la Coalición Cívica se vuelquen a Margarita Stolbizer. Es tal vez el desafío más importante de Macri frente al objetivo de polarizar la batalla contra Scioli.


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