La muerte del billete de 100

Sábado 09 de febrero de 2013 | Publicado en edición impresa

La muerte del billete de 100

Por Eduardo Fidanza  | Para LA NACION



a historia de las naciones con altas tasas de inflación puede contarse, metafóricamente, por medio de la sucesión de billetes de vidas mediocres y fugaces, que terminan en una suerte de museo de papeles muertos, carecientes de todo valor, olvidados. La biografía económica de los ciudadanos que soportan este drama es también la crónica de los sucesivos medios de pago que se volatilizaron en sus bolsillos , engrosándolos a medida que perdían capacidad de compra, hasta extraviarse en el fondo de un cajón junto a objetos en desuso. Recorrer las fotos de esos billetes -se encuentran con facilidad en Internet- genera un sentimiento de dolor, entre irónico y angustiante. Tal vez sea el resultado de una desilusión o una broma impiadosa que ya dejó de importarnos porque nos acostumbramos a ella. Una antigua defraudación naturalizada, un karma transmitido por generaciones.

En esta historia triste le llegó la hora al billete de 100 pesos. A medida que se multiplica y abulta nuestra billetera, se deshace en las manos, pierde valor hora a hora, requiere ser cambiado con mayor frecuencia para comprar cada vez menos cantidades de bienes y servicios.

El billete de 100, el de más alta denominación de su generación, sobrevivió más tiempo que otros en los últimos 30 años. Nacido con el espejismo de la convertibilidad, debutó equivaliendo a 100 dólares. Dos décadas después agoniza, con más del 80% de su valor perdido frente a la divisa norteamericana. Mientras el billete argentino se muere, las monedas extranjeras están prohibidas. Un desasosiego cotidiano, familiar, empieza a apoderarse de los argentinos más allá de sus atributos de identidad sociales y políticos. Es inseguridad y anomia, que se expresa en los negocios y en la calle. "¡Cambio!", "¡cambio!", gritan con disimulo los "arbolitos" en Florida invitando a transacciones clandestinas en las cuevas. Sus voces se superponen con las que ofrecen prostíbulos, donde se negocia amor envilecido, acaso un reverso emblemático del dinero inflacionario.

Sucede que la depreciación de la moneda es antes un problema social y político que económico. Un síntoma de intereses inconciliables, de la dificultad para cumplir contratos, mantener políticas de Estado, inversiones a largo plazo, ahorro público y privado, certidumbre en los proyectos familiares, confianza en el Gobierno. Los análisis sociológicos actuales enfatizan como nunca antes el vínculo del dinero con la fiabilidad. En un mundo incierto, la moneda debe ser garante del orden económico social y debe posibilitar el equilibrio entre crédito y deuda asegurando previsibilidad en las transacciones. Para eso tiene que conservar su valor, ser creíble. De lo contrario, se convierte en fuente de desorganización y prueba del fracaso del Estado para garantizar la cohesión social.

Esta lección de sociología elemental la asumen casi todos los gobiernos en la actualidad, con independencia de sus ideologías. El valor de la moneda se vincula con la legitimación política, sostienen los analistas sociales. Moneda y legitimidad son señales simbólicas, es decir, medios de intercambio universales más allá de los rasgos personales y grupales de quienes se valen de ellos. Pervertir la moneda, entonces, es una manera de mellar la credibilidad institucional. Más inflación, menos confianza en las autoridades. Una enfermedad que puede llevarse puestos a los gobiernos, como ya nos ocurrió.

Concluyo con dos paradojas argentinas. En primer lugar, la muerte del billete de 100 expresa, otra vez, la imposibilidad de resolver una ambivalencia que atravesó las últimas dos décadas, pero que tiene largos antecedentes en nuestra historia económica: el dilema entre crecimiento y estabilidad de precios. En los años 90 se sacrificaron producción y empleo para sostener el valor de la moneda mediante una equivalencia ficticia entre dólar y peso. En los 2000 se insufló crecimiento y consumo ilimitado hasta matar a la moneda. El resultado final difiere sólo en apariencia. La distribución del ingreso, ahora como antes, se torna adversa para los que menos tienen y ellos, seguramente, terminarán pagando la irresponsabilidad de sus gobernantes.

Por último, aunque no lo último: en una serie del billete que agoniza se entronizó la imagen de Eva Perón, el símbolo mayor de la Argentina populista. La Presidenta habla a diario enmarcada en esa orgullosa escenografía, acaso sin advertir una fatal incongruencia: el venerado ícono reposa sobre un papel degradado por la insensatez de su política económica.

© LA NACION

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