Una presidenta en un espacio sin límites

Domingo 17 de febrero de 2013 | Publicado en edición impresa

Una presidenta en un espacio sin límites

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION


Cristina Kirchner ha ingresado peligrosamente en un espacio político donde los límites desaparecen. Irán era un límite para su política interna y exterior. Ya no lo es. La Presidenta reacciona como una persona rechazada. Presiente que el mundo occidental le dio la espalda. Es probable que tenga razón. Decidió entonces romper los últimos lazos que tenía con él. No le importa que ese arrebato la distancie definitivamente de la comunidad judía argentina, una de las más importantes del mundo, ni de otros amplios sectores sociales. Sea cual sea la razón de ese cambio radical de su política (y la del país), lo cierto es que se suprimieron las viejas fronteras políticas.

Las elecciones de octubre se decidirán para el oficialismo en la vasta provincia de Buenos Aires. Ahí está el gobernador peronista más popular del país, Daniel Scioli, un componedor irremediable. Sin embargo, el cristinismo está presionando para conseguir la ruptura con Scioli. No es Scioli el que se va, sino la Presidenta la que lo está dejando. Sin recursos nacionales, destratado públicamente y, a veces, difamado, ¿qué podría hacer Scioli sino convertirse en una alternativa distinta del cristinismo en las elecciones de octubre? A Cristina tampoco le importa ese peligroso límite, del que huiría cualquier otro político.

La Argentina camina hacia un destino que parece inmodificable: pondrá en manos del sospechoso Irán la resolución del atentado a la AMIA. La Comisión de la Verdad, que se creará entre ambos países una vez que los Parlamentos hayan aprobado el acuerdo, tendrá cinco miembros. Dos serán nombrados por la Argentina, dos por Irán y el quinto deberá tener la aprobación del régimen de Teherán. La hábil diplomacia iraní se ocupará de que ese quinto y crucial miembro de la comisión sirva, en última instancia, a sus intereses. Tres a dos a favor de Irán. Es la primera vez, tal vez en la historia, que los acusados de un crimen serán también fiscales y jueces del crimen. Ésa es la trampa en la que está cayendo el gobierno argentino. Las evidencias son demasiado claras, la propia Presidenta conoce el tema tanto como desconoce otros y las advertencias sobre ese riesgo no vienen sólo de la política, sino de las víctimas del crimen. No tendrá lugar después para defenderse pretextando ingenuidad o desconocimiento.

La Presidenta ni siquiera repara ya en la dramática necesidad de callar a su canciller. Timerman acusó ahora a la dirigencia de la comunidad judía de obstaculizar todo en nombre de intereses locales y externos. ¿Cómo? ¿Acaso la sospecha se abatió ahora sobre las víctimas, mientras se defiende una alianza con los acusados? ¿Dónde terminó la sensibilidad de la Presidenta y de su canciller con los derechos humanos? Antes, en el Senado, Timerman había dicho que él tampoco confiaba en el gobierno iraní. "¿Cómo confiar en un gobierno que niega el Holocausto?", se preguntó. Y, entonces, ¿para qué firmó un acuerdo con gente en la que no confía?

Timerman desconfía, en rigor, de algo que viene insinuando el presidente de la AMIA, Guillermo Borger: podría haber en breve un nuevo y voluminoso dictamen de la fiscalía con nuevas pruebas contra Irán. La versión fue confirmada por fuentes judiciales.

El canciller aseguró también que el fiscal general del caso, Alberto Nisman, no tiene pedido de captura internacional recomendada por Irán. Es cierto, porque Interpol suele rechazar las arbitrariedades. Pero el fiscal sería detenido no bien pisara Teherán, porque allá dicen que violó la ley iraní que prohíbe acusar a su gobierno. Nisman acusó a Irán ante Interpol y fue advertido en ese mismo acto por diplomáticos iraníes de que lo detendrían. La información fue confirmada por fuentes diplomáticas argentinas, que recordaron que el entonces canciller Jorge Taiana reaccionó duramente contra Irán.

Nisman viene siendo amenazado, él y su familia, desde que expuso ante Interpol. Volvió ahora a recibir amenazas con información precisa sobre la actividad de su familia, según la denuncia que presentó ante la Justicia. El cristinismo calla.

El caso Timerman es extraño. El canciller fue ciudadano norteamericano hasta que el kirchnerismo lo mandó como diplomático a los Estados Unidos. Su padre, Jacobo Timerman, recibió la ciudadanía de Israel cuando los implacables militares argentinos le quitaron la ciudadanía argentina. Ahora, el hijo es un cruzado discursivo contra Washington y Jerusalén. Es cierto que Jacobo Timerman era muy crítico con la dirigencia de la comunidad judía argentina, pero con la dirigencia que había cuando él fue secuestrado y torturado por los militares. Lo habían dejado solo, acusaba. Héctor Timerman cree que heredó los pergaminos y la historia de su padre. No hay herencia posible de esas cosas intangibles.

De todos modos, Timerman sólo empeora las cosas; él es nada más que un peón en el ajedrez de la Presidenta. La mentira se mezcla con el cinismo en este caso misterioso y enigmático. El Gobierno llegó a asegurar que los iraníes con pedido de captura seguirían bajo persecución policial internacional. Un artículo expreso del acuerdo señala que el texto de ese pacto será enviado a Interpol. ¿Para qué se lo enviarían a Interpol si no fuera para dejar sin efecto la persecución de los iraníes? La verdad es antipática, pero es la única que hay.

El peronismo se enfrenta con la escritura de la historia. En los años 90 fue acusado, con razón o sin ella, de encubrir las investigaciones de los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel. La llegada de los Kirchner al poder pareció darle en su momento un nuevo giro a la investigación del crimen de la AMIA. La actual novedad del cristinismo colocaría al peronismo en la historia como el partido que sepultó esa investigación sobre la muerte de 85 inocentes. ¿Comercio? ¿Inversiones en energía, ahora que Hugo Chávez podría no volver al poder? ¿Respuesta a un mundo occidental reacio e indiferente al cristinismo? Probablemente se trate de una mezcla de todas esas razones. Pero son las razones de Cristina, no las del peronismo.

Por ahora, el peronismo está estupefacto ante una Presidenta dispuesta a desestabilizar a Scioli. El gobernador bonaerense recibió del gobierno nacional como contribución entre el 20 por ciento, en tiempos de Néstor Kirchner, y el 18 por ciento, en los últimos años de Cristina, del total de la masa salarial que debe pagar a los estatales de Buenos Aires. En 2012 comenzó una caída vertical de los aportes nacionales para el pago de salarios; en ese año Scioli recibió sólo el 8 por ciento. En 2013 podría no recibir nada.

El propio Scioli, consciente de la penuria financiera, logró que el Congreso provincial lo autorizara a endeudarse por 8000 millones de pesos, que son, más o menos, los que Cristina no le dará este año. Resulta que ahora es el gobierno nacional el que no lo autoriza a Scioli a endeudarse. Es exactamente lo mismo que ya le hizo a Mauricio Macri en la Capital. Julio De Vido, que ya perdió su viejo rol de arreglador de entuertos, lo desafió al gobernador a que contara qué conversó con Julio Cobos. ¿De qué pueden conversar dos ex vicepresidentes del mismo gobierno de De Vido? ¿O fue sólo un pretexto para que el cristinismo se abalanzara con furia contenida sobre Scioli?

¿Ruptura con Scioli? Increíble en tiempos electorales. ¿Y si Cristina se quedara sin Scioli y sin Sergio Massa, el otro bonaerense popular? ¿Y si Massa no aceptara las insistentes propuestas de Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia? ¿Y si la Presidenta se quedara sola en Buenos Aires y perdiera, como es previsible, en la Capital, Córdoba, Santa Fe y Mendoza? Esa sola posibilidad sería un límite intransitable para la política, pero la Presidenta oculta ya de su mirada la dimensión de los límites.

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