Actuemos contra el miedo

Jueves 08 de noviembre de 2012 | Publicado en edición impresa

Editorial I

Actuemos contra el miedo

Cuando se pretende estrangular las instituciones, toda expresión de libertad, como la marcha convocada para hoy, debe ser apoyada


Ante el autoritarismo creciente, la ausencia de una reacción contundente suele generar la duda de si se trata de prudencia o cobardía. Esta duda mora en la conciencia de muchos argentinos y no encuentra una respuesta tranquilizadora.

A medida que el Estado se vuelve sólidamente partidario, sin dejar grietas para que por allí se cuele el derecho, la pregunta es cada vez más acuciante. Hace falta mayor valentía para desafiarlo y más prudencia para sobrevivir. Pero en algún punto la prudencia se vuelve cobardía.

Ya no caben dudas de que todos los organismos federales están desviados de sus funciones para servir prioritariamente a los intereses políticos de quienes están hoy en el Gobierno. Las pruebas están a la vista: el Indec manipula y distorsiona los datos de la realidad; la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia utiliza criterios ajenos a su área de control; el Banco Central de la República Argentina ha dejado de ser una autoridad monetaria para ser un proveedor de billetes fáciles y cuentas dudosas; la AFIP es ahora la autoridad cambiaria y el látigo amenazante para quienes opinen distinto; la Comisión Nacional de Valores persigue a las sociedades que intentan decidir según les permite la ley y no según los caprichos del poder; los entes de control de los servicios públicos son sus verdugos, de muerte lenta; las autoridades energéticas están vaciando la actividad que pusieron a su cuidado; la Inspección General de Justicia ya no provee la información que guarda, rebelándose contra su propia razón de ser; la Cancillería busca alianzas con todos los países amigos del Gobierno, sin fijarse en los intereses del país; las autoridades del agro ahogan dolosamente a los productores rurales en retenciones y trabas a las exportaciones y, por desidia, con la falta de infraestructura frente a las inundaciones; no se sabe a ciencia cierta a qué se dedican los servicios de inteligencia del Estado ni la también desnaturalizada Unidad de Información Financiera (UIF); y sí, tristemente, a qué se dedican las autoridades que controlan los medios de prensa audiovisuales (Afsca).

Todas estas gravísimas desviaciones de poder son intencionales. Lo han dado a entender, una y otra vez, diferentes voceros del gobierno nacional: las instituciones molestan al modelo, son trabas burocráticas. Hay que correrlas, tomarlas o abusar de ellas, porque el proyecto de poder está por encima de ellas. Lo curioso es que lo dicen como si su ambición totalitaria fuera inédita en la historia humana. Tan poco novedosa es que nuestra Constitución nacional se hizo precisamente para contenerla. Para repartir el poder, para que el poder mismo y los plazos controlen esa aspiración asfixiante. La República está para eso. Y es por eso que molesta a las autoridades nacionales, en tanto limita su proyecto hegemónico.

Los jueces están, igual que todos nosotros, acorralados entre un gobierno que avanza sobre ellos sin escrúpulos. El tiempo tiene una sola dirección, que coincide hoy con el debilitamiento de un Poder Judicial que exhibe raros y valiosos signos moribundos de independencia.

Casi todas las entidades empresariales y las de defensa del consumidor han sido disciplinadas también. Guardan en un cajón su antiguo estatuto y a veces se animan a mirarlo con nostalgia. Solamente las del campo se han atrevido a enfrentar al poder, pero al carecer del acompañamiento de otros sectores, se ven forzadas a dosificar su acción.

Poco puede esperarse de los empresarios. Silenciadas las cámaras que los representan, parecen convencidos de que sólo están para hacer negocios y no política, olvidando quizá que su éxito sólo debería depender de la seguridad jurídica y de un clima para la inversión incompatible con los abusos del poder y el autoritarismo. Pero muchos creen que no les sirve un diploma de héroes si su balance será castigado o si desatan la ira de los organismos desviados de poder. Existió un valiente Juan José Aranguren y una compañía, Shell, que lo respaldó. Fue un gran ejemplo y existen otros menos notorios, pero se trata de excepciones.

Los profesionales allí están, más callados que antes, porque también deben sobrevivir hasta que vuelvan a encauzarse las instituciones y regresen las leyes para todos. Algunos economistas opinaron sobre el índice de inflación y fueron multados y hasta acusados penalmente. Y vieron que deben cuidarse, como se cuidan en Irán, en Cuba o en la más cercana Venezuela, donde hasta el periodismo tiene prohibido difundir la cotización del dólar paralelo, bajo amenaza de sufrir severas sanciones.

La pregunta sobre nuestra cobardía o prudencia es de difícil respuesta. Si todos juntos fuéramos más valientes, podríamos lograr una mayor vigencia de los derechos y las garantías ciudadanas. Pero si quedamos solos, las consecuencias no son auspiciosas. De allí la necesidad de unirse para cuidar la democracia republicana y de aliarse en favor de las libertades, del pleno Estado de derecho y de la justicia.

Desde esta columna editorial, siempre se ha abogado por la estricta defensa de la democracia representativa, basada en la ortodoxia constitucional de 1853-60. Con los nuevos tiempos y las novedades en materia de comunicación y tecnología, los mecanismos de democracia participativa fueron extendiéndose y nuestra reforma constitucional de 1994 tomó algunos de esos instrumentos de democracia semidirecta. Está claro que ni la voluntad popular expresada en las urnas ni el principio de que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes podrán ser sustituidos por el asambleísmo. Pero del mismo modo resulta elemental que, en ocasiones extremas, como cuando se pretende estrangular las instituciones y los derechos constitucionales e imponer el miedo sobre la sociedad, toda expresión de libertad, como la protesta callejera convocada para hoy en todo el país, debe ser apoyada.

Es necesario ser valientes cuando lo que está en juego es la República. Sin por eso dejar de tender puentes a los que hoy han desviado el poder del Estado, para que no queden allí las semillas de un renovado rencor.

La Nación

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