Controles descontrolados

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Controles descontrolados

Por  | LA NACION



Con una economía plagada de controles, trabas y permisos previos para sostener artificialmente el "modelo" y sin un plan consistente para atacar las causas de una inflación que no deja de subir, ni siquiera con una alta dosis de buena voluntad podría preverse que a partir de mañana habrá una flexibilización importante del cepo cambiario.

Más bien se trata de una medida decidida de apuro, con el objetivo cortoplacista de descomprimir parte de la demanda de dólares en el mercado paralelo y destinada a ganar tiempo hasta que ingresen las divisas de la mayor cosecha de soja. Pero que difícilmente evitará controles adicionales si el Banco Central no deja de perder reservas.

La autorización dispuesta para que los particulares puedan comprar y atesorar dólares a $ 9,60 (el dólar oficial de $8 más el recargo impositivo a cuenta, ahora retrotraído a 20%) reedita en los papeles la primera etapa del cepo cambiario, que para el gobierno de Cristina Kirchner nunca existió a pesar de su progresivo endurecimiento. Entre fines de 2011 y mediados de 2012 también estuvo teóricamente permitido comprar dólares oficiales (a una cotización que varió entre $ 4,30 y $4,50) para ahorrar o viajar, aunque sin el recargo que luego dio origen al "dólar turista". Como entonces, los montos requeridos volverán a depender de la autorización previa de la AFIP, que nunca explicitó los criterios para aprobarlos o denegarlos. Pero hay una diferencia importante. Si en aquella época los permisos de la AFIP salían a cuentagotas, cuando las reservas del BCRA orillaban los 46.000 millones de dólares, nada hace suponer que ahora sean más amplios con un stock que apenas supera los 29.000 millones. Sobre todo cuando existe una sobreabundancia de pesos que buscan en el dólar un refugio frente a la inflación y tasas de interés nominales mucho más bajas que las expectativas inflacionarias y devaluatorias, en una economía que ha vuelto a dolarizarse (con un creciente componente "en negro" que ya afecta la recaudación impositiva).

La nueva apuesta oficial es que haya más oferta de divisas de los exportadores en el mercado oficial con el nuevo escalón de $ 8 por dólar, que para el tándem Capitanich-Kicillof significaría un tipo de cambio real aceptable para atenuar al deterioro previo frente a la inflación. Una realidad que el gobierno de CFK nunca admitió públicamente, mientras acusaba a quienes se quejaban de pertenecer al "club de los devaluadores", al que bien podría asociarse la Presidenta. De hecho, el dólar oficial acumuló una abrupta suba nominal de 62% en los últimos doce meses (cotizaba a $4,94 a mediados de enero de 2013), de la cual más de la mitad (32%) se produjo durante los dos meses transcurridos desde el cambio de gabinete y, dentro de este período, 17% corresponde a las últimas dos jornadas de corrida cambiaria.

Pero aquella apuesta no es segura por varias razones. Una de ellas es que se mantiene la incertidumbre cambiaria creada por el zigzagueante mecanismo de prueba y error aplicado por el equipo económico en los últimos meses, incluso a contramano del discurso oficial. Sin ir más lejos, la suba de 20% a 35% del recargo impositivo para el "dólar turista" y el "dólar tarjeta" (desaconsejada en su momento por el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray) rigió durante sólo 50 días y ahora queda sin efecto.

Otra, porque el shock cambiario de los últimos días reveló que los controles oficiales pueden descontrolarse ante cualquier atisbo de flexibilización. Bastó que el BCRA dejara por un día (el miércoles 22) de vender dólares en el mercado oficial, para demostrar que la demanda de divisas -pese a todas las restricciones- supera largamente a la oferta. Ese efímero ensayo de flotación "limpia" hizo que en una sola jornada el peso sufriera la mayor devaluación diaria (3,4%) en 12 años y le permitió a Jorge Capitanich esgrimir el insólito argumento de que fue provocada "por el mercado y no por el Estado", como si las acciones u omisiones del BCRA le fueran ajenas. Pero también ese relato duró poco, porque al día siguiente el BCRA retomó su posición vendedora, a costa de seguir perdiendo reservas y sin impedir que el dólar oficial trepara otro 12% y la brecha con el paralelo se ampliara a 62%.

También otra incógnita es qué ocurrirá con la estrategia de minidevaluaciones en el mercado oficial, que hasta ahora contribuyó al drenaje de reservas (ya que apura los pagos de importaciones o deudas y demora las liquidaciones de divisas) y últimamente fue poco eficaz para acortar la brecha cambiaria, pese a medidas intervencionistas como la masiva venta de bonos dolarizados y la rehabilitación del "dólar bolsa" para aquietar al mercado paralelo.

Por último y no menos importante es que la aceleración del ritmo devaluatorio tampoco permitió una significativa recuperación del tipo de cambio real, al realimentar las presiones inflacionarias. Si se considera un período más amplio que el de los últimos cinco o seis meses, trajo más costos que beneficios en términos de mejorar la competitividad de la economía. Un cálculo del Estudio Broda (con base 100 en diciembre de 2001) revela que a la cotización de $ 8, el tipo de cambio real bilateral frente al dólar supera en 23% al del último mes de la convertibilidad y se ubica en el mismo nivel de agosto de 2010.

La contrapartida de la escalada del dólar es que muchas empresas pasaron a calcular sus precios al mayor costo de reposición, en algunos casos suspendieron ventas o eliminaron plazos de pago a la espera de que el panorama aclare. Todo un problema para la AFIP, que además de autorizar las compras de dólares a particulares, también pasará a controlar la facturación diaria de las cadenas de supermercados para prevenir prematuros desvíos en la canasta de "precios cuidados", pese a que se la presentó como un acuerdo con el Gobierno. Pero en los sectores no controlados, se advierte una creciente distorsión de precios relativos: por caso, un miniencendedor descartable cuesta en quioscos del centro porteño más caro que un atado de 20 cigarrillos.

Desde una perspectiva más amplia, el economista Nadin Argañaraz sostiene que el problema cambiario es la punta de un iceberg y que, debajo del agua, primero aparece el problema inflacionario y más abajo el desequilibrio fiscal, que se financia emitiendo pesos ($ 94.000 millones en 2013, de los cuales 40.000 millones correspondieron a diciembre) mientras se paga deuda pública con reservas.

Este esquema no se ha modificado. Incluso, cuando CFK reapareció públicamente para anunciar el justificado pero tardío subsidio de $ 600 mensuales a jóvenes que no trabajan ni estudian (que implica un costo fiscal cercano a 7000 millones anuales), tampoco precisó el recorte de otros gastos no prioritarios para compensarlo.

Para colmo, mientras media docena de presidentes latinoamericanos aprovechó en estos días la vidriera internacional del foro de Davos para hacer marketing y buscar inversiones, Cristina Kirchner optó por preparar sus valijas para viajar a Cuba y luego a Venezuela.

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