El inquietante silencio de la Presidenta

El inquietante silencio de la Presidenta

Por  | LA NACION



El gran problema de la Argentina es el de un país en vísperas de una severa crisis económica de compleja solución, acompañada por la ausencia de liderazgo y capacidad de gestión, suplida por elevadas dosis de improvisación que revelan la carencia de un plan. Inquietan el 28,4% de inflación del año último, la escalada del dólar paralelo hasta los 12 pesos y la caída de las reservas del Banco Central por debajo de los 30.000 millones de dólares. Pero con mucha más preocupación se advierte en la dirigencia política, empresarial y sindical el creciente deterioro del poder presidencial.

Con buena voluntad, la internación de su madre puede ayudar a entender el silencio de Cristina Kirchner en las últimas horas. Pero no su virtual desaparición de la escena pública a lo largo de un mes. Nadie duda de que la Presidenta habla con sus ministros y da órdenes. Pero eso no alcanza para desactivar la sensación de que, ante la gravedad de los problemas, hay un Gobierno al que no se le cae una idea.

¿Es la ausencia presidencial fruto de una prescripción médica para no exponerse a situaciones estresantes o de una prescripción política para preservar su figura de las incesantes noticias negativas? Probablemente, ambas cosas. Pero no faltan quienes admiten señales de hartazgo de la Presidenta ante una situación que la ha forzado a hacer algo a lo cual los Kirchner nunca fueron muy afectos: delegar.

Por primera vez desde la salida de Roberto Lavagna del gobierno kirchnerista, un ministro, Axel Kicillof, parece haber asumido el mando unificado de la política económica, incluido el control del área energética en detrimento de Julio De Vido.

También por primera vez ha comenzado dentro del propio oficialismo una danza de nombres para la sucesión presidencial de 2015. A las conocidas aspiraciones de Daniel Scioli se sumaron los nombres de Kicillof, nominado por el diputado Edgardo Depetris; del ministro Florencio Randazzo, quien sostuvo que si corona exitosamente su plan ferroviario se animará a cualquier postulación, y hasta del senador Aníbal Fernández.

Claro que este prematuro concurso de candidaturas obedece a la propia debilidad de una Presidenta a la que comienza a escurrírsele el poder y al cada vez más utópico sueño cristinista de que a fines de 2015 venza sólo el mandato de Cristina, pero no su liderazgo, tanto si le toca ser oficialista como opositora. Casi nadie habla públicamente de una hipotética crisis institucional, derivada de una renuncia de la Presidenta. Pero todos, a su manera, parecen estar preparándose para una eventualidad como ésa, que ante el ostensible desgaste del vicepresidente Amado Boudou, podría dejar, como en 2001, en manos de una Asamblea Legislativa la resolución sobre quién quedaría al frente del Poder Ejecutivo por los dos años del período constitucional que le restan a Cristina Kirchner. Sergio Massa acelera la conformación de su equipo de asesores económicos. Y el sindicalismo antikirchnerista, con Hugo Moyano y Luis Barrionuevo a la cabeza, tiende puentes hacia los distintos sectores de un peronismo que siempre olfatea el poder, las crisis y las oportunidades.

Frente a las complicaciones económicas, el plan original del cristinismo parecía pasar por aferrarse al poder por los próximos dos años sin hacer cambios profundos en materia económica, dejándole tierra arrasada a quien llegue a la Casa Rosada en diciembre de 2015. Pero como la bomba estallaría bastante antes, el Gobierno debe pensar en otro plan.

Los datos de la economía son contundentes, aunque Capitanich pretenda desviar la atención con argumentos tales como que la caída de las reservas del BCRA es "estacional". Debería recordar que el nivel de reservas se viene desplomando desde los 52.600 millones de dólares a principios de 2011 hasta los 29.750 millones de hoy. También, que la corrida cambiaria no es más que el efecto de la huida de los argentinos del peso, derivada de un proceso inflacionario que tiene su germen en un creciente gasto público y un déficit de las cuentas públicas financiado con más y más emisión monetaria, que ha venido incrementándose en los dos últimos años a un promedio del 32% anual, que casi duplicó al porcentaje de crecimiento del tipo de cambio oficial.

Las advertencias de distintos economistas no han cesado en los últimos días. Un trabajo de Agustín Monteverde señala que, en los primeros 11 meses de 2013, el rojo fiscal reconocido por el Gobierno ascendió a unos 38.800 millones de pesos, nada menos que un 73% más que en igual período de 2012. Claro que el desequilibrio real se ve disimulado por los aportes del BCRA, de la Anses y del PAMI, que representaron unos 53.000 millones de pesos, 120% más que el año anterior. Así, sin tener en cuenta diciembre, el déficit real del Estado nacional sumó más de 91.800 millones de pesos.

Mientras siga creciendo la emisión monetaria para paliar el elevado gasto del Estado, aumentando la base monetaria y disminuyendo las reservas, el precio del dólar informal difícilmente se detenga. Pero hay un dato más: si se descuentan de las reservas brutas, de 29.750 millones de dólares, los depósitos en cuentas corrientes en moneda extranjera, las obligaciones con organismos internacionales y los depósitos para el Gobierno, las reservas netas rondarían hoy los 17.000 millones de dólares, según Monteverde.

Desde otra orientación, Javier González Fraga sostiene que la cantidad de dinero que hoy hay en manos del público podría disparar aún más la inflación, al tiempo que también nos hallamos al borde de un proceso recesivo, en el que los empresarios prefieren quedarse con la mercadería antes que venderla y empieza a desaparecer el empleo.

Ante este panorama, el ministro de Defensa, Agustín Rossi, esgrimió que los "sectores concentrados" de la economía, incluidos bancos extranjeros y medios de comunicación, están motorizando una operación especuladora sobre los títulos públicos para "desestabilizar la economía nacional". Hubo quienes pensaron que esa denuncia, en boca del funcionario responsable de las Fuerzas Armadas, sonaba a una pretensión de que, como en Venezuela, el Ejército termine controlando la economía. En tren de hipótesis conspirativas, hubo quienes, en cambio, vieron en esas palabras un incipiente puente hacia la salida más elegante que tendría la Presidenta para dejar el poder en medio de una crisis: la denuncia de un golpe. Esta idea se asocia con la de quienes recuerdan que Cristina Kirchner sugirió no hace mucho que antes que someter a los argentinos a un "ajuste" preferiría dejarle esa tarea a otro.

El inminente viaje a Francia de Kicillof para arreglar la deuda con el Club de París podría significar una de las últimas esperanzas del Gobierno. Hoy la Argentina depende demasiado de sus reservas por carecer de crédito internacional. Lo triste es que se perdieron años de aislamiento, mientras nuestros países vecinos aprovechaban las bajas tasas de interés mundiales para tomar deuda.

Entretanto, Capitanich busca ganar tiempo pidiendo moderación a sindicalistas en sus demandas salariales y a empresarios en su afán de remarcar precios, con el riesgo de terminar como Juan Carlos Pugliese, el recordado ministro de Economía de Raúl Alfonsín que, en tiempos de la hiperinflación, terminó lamentándose de que habló con el corazón y le contestaron con el bolsillo.

La comunicación difícilmente puede paliar lo que la gestión no es capaz de solucionar. Sobre todo en un gobierno donde manejar el silencio de la Presidenta es más difícil que manejar el relato oficial

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