Las cosas de las que el poder no habla

Domingo 08 de marzo de 2015 | Publicado en edición impresa

Las cosas de las que el poder no habla

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION


y cosas de las que el Gobierno no habla. El tedioso petardismo verbal
le sirve sólo para distraer con asuntos menores o falaces. ¿Cuántos
borradores de documento escribió Alberto Nisman sobre la actitud del
oficialismo frente a Irán? El Gobierno dio mil vueltas sobre un tema
que resultó intrascendente. Importa sólo la enorme denuncia que Nisman
presentó ante la Justicia cuatro días antes de morir. ¿Dónde fueron
ubicados los invitados al discurso del presidente de la Corte Suprema,
Ricardo Lorenzetti? Esa pregunta, y sus sesgadas respuestas, dio
vuelta por todos los medios oficialistas. Ni una palabra sobre lo que
Lorenzetti dijo, que fue lo relevante. El silencio sobre la parte
fundamental del discurso del juez se debe, tal vez, a que no se puede
refutar una clase elemental, pero indispensable, de instrucción
cívica.

El silencio es más amplio y sugerente. Nadie del oficialismo dijo nada
nunca sobre las conversaciones telefónicas que revelaron la
importancia de personajes orilleros en el centro de la política. Es
notable el esfuerzo del Gobierno para borrar los rastros de la
importancia de Luis D'Elía, por ejemplo, en el entramado de la
relación con Irán. Pero es el propio D'Elía el que le contó a Jorge
"Yussuf" Khalil, en una conversación telefónica, que estaba saliendo
de la Casa de Gobierno y que al día siguiente viajaría a Venezuela con
Cristina Kirchner. Khalil y D'Elía tenían (¿tienen?) las puertas
abiertas de la embajada iraní en Buenos Aires, según se desprende de
varias de esas conversaciones. Y hablaban directamente con el
encargado de negocios, al que llaman "el embajador", que en rigor no
lo es, aunque en los hechos cumple las funciones de máximo
representante iraní en la Argentina.

Khalil, que es en realidad el representante político del gobierno de
Teherán en el país, tiene diálogo directo con Moshe Rabbani, el ex
encargado cultural de la embajada iraní en Buenos Aires en el momento
del atentado contra la AMIA. Rabbani, que está en Irán, es "el
asesino" para la justicia argentina; es decir, el que organizó, ordenó
y financió la masacre en la mutual de la comunidad judía. Khalil tiene
diálogo fluido, además, con D'Elía, con Fernando Esteche (el jefe del
destructivo Quebracho) y con el jefe camporista y diputado Andrés
"Cuervo" Larroque. Khalil, D'Elía y Esteche fueron varias veces
compañeros de viaje en sus travesías por Irán.

Hay un protagonista en la historia, Ramón Allan Bogado, que el
Gobierno dice que es un falso influyente y que hasta se hizo pasar por
agente de la ex SIDE cuando nunca lo fue. Pero fue Esteche el que
contó públicamente que lo conoció a Bogado en el despacho del entonces
jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina y que negoció con él una
reducción de la condena que tenía por hechos violentos. ¿Qué hacía un
fanfarrón y un espía que no era espía en el despacho del jefe de
Gabinete? ¿Por qué negociaba con él sobre el contenido de una
resolución judicial? El relato es de Esteche, que ahora se sabe que
tiene una estrecha relación personal, no sólo funcional, con
funcionarios cristinistas. Quebracho es un ejército violento a las
órdenes del Gobierno.

Es el mismo Bogado que aparece en otra conversación con Khalil, en la
que éste le cuenta, desencajado, que le robaron 300 FAL. ¿Para qué
tenía Khalil 300 fusiles? En una grabación, Khalil asegura, incluso,
que se verá en privado con la Presidenta. ¿Se vio realmente? ¿De qué
hablaron? ¿Hasta dónde llegan las conexiones de protagonistas alejados
de la política formal, pero quizá más influyente? La importancia de
ese submundo que se mueve en los sótanos del poder es lo que el
Gobierno quiere esconder no hablando de sus personajes ni de lo que
dicen. Lo que dicen es, a veces, muy grave. Todos ellos cultivan ideas
antisemitas, que revelan hasta cuando hablan del canciller Héctor
Timerman, que es un mal ministro, pero no por la religión que profesa.

La Cámara Federal deberá ahora revisar o ratificar la resolución del
juez Daniel Rafecas, que desestimó de plano la denuncia de los
fiscales Nisman y Gerardo Pollicita contra la Presidenta, Timerman,
D'Elía, Esteche, Larroque y Bogado, entre otros. Larroque recusó al
fiscal de la Cámara, Germán Moldes, sólo porque éste participó de la
marcha del 18-F en homenaje a Nisman. ¿Qué tiene que ver una
manifestación de dolor con una causa por encubrimiento de terroristas?
Nada. No hay un solo artículo del Código Procesal Penal que habilite
semejante recusación. Moldes es ahora el enemigo del cristinismo: el
viernes le quitaron el auto oficial que le había entregado Néstor
Kirchner.

Extrañamente, apareció como operador del Gobierno en la justicia
federal el juez Rodolfo Canicoba Corral, que es el que firmó las
órdenes de captura internacional de los dirigentes iraníes, que
todavía están vigentes. Canicoba Corral fue desleal con Nisman no bien
éste hizo su denuncia y ahora fue desleal con el resto de los
fiscales, porque descalificó la marcha de febrero que éstos
convocaron. ¿Qué lo empuja a Canicoba Corral a ser tan funcional al
Gobierno? ¿Acaso la posibilidad de que su hijo sea nombrado juez?

En ese contexto, sabe a verosímil la denuncia de la jueza Arroyo
Salgado de que su ex esposo, y padre de sus hijas, fue víctima de un
crimen. El equipo técnico que hizo el trabajo forense para la jueza
es, además, muy prestigioso. De hecho, los médicos que realizaron la
autopsia de Nisman son todos discípulos de Osvaldo Raffo, el principal
perito forense que firmó el informe divulgado por Arroyo Salgado.

En rigor, la ex SIDE ya debería estar trabajando formalmente en la
investigación de la muerte de Nisman. Pero Cristina Kirchner desconfía
de los espías en los que se respaldó ciegamente durante una década. La
única alternativa que le queda es depositar ese trabajo de
inteligencia en César Milani, pero esa decisión sería ilegal. Si
Milani estuviera trabajando en el caso, no sería para buscar la
verdad, sino para salvar al Gobierno del desastre.

Silencio sobre lo que no se puede nombrar y distracción usando cosas
que no tienen nada que ver con nada. El viernes, la agencia oficial
Télam distribuyó un insólito cable que hablaba de la causa abierta por
Cristina contra los dueños privados de Papel Prensa. No contenía
ninguna información nueva. Sólo un recordatorio de ese expediente, que
carece de pruebas y argumentos. Es una causa del año 2010, que ningún
juez encontró viable. No sería extraño que el fiscal recientemente
nombrado por Gils Carbó, Leonel Gómez Barbella, le pida en los
próximos días al juez Julián Ercolini la declaración indagatoria de
Bartolomé Mitre y de Héctor Magnetto. La estrategia del Gobierno es
una sola siempre: no somos inocentes; todos somos culpables de algo.
Menem recurrió al mismo mecanismo en el ocaso de su poder.

Esas tretas no taparán la muerte política más importante de la
democracia argentina. Arroyo Salgado reveló también que ella les pidió
al secretario de Seguridad, Sergio Berni, y al jefe de la Policía
Federal que demoraran la autopsia de Nisman hasta que la familia
nombrara peritos de parte. La fiscal Viviana Fein asegura que no
recibió esos mensajes. ¿Por qué los jefes policiales no trasladaron
ese reclamo crucial? ¿Qué sucedió, en definitiva, con el cuerpo de
Nisman durante las muchas horas que estuvo muerto sin que su familia
se enterara? Esas horas incumben sólo a las fuerzas policiales,
incluida la custodia del fiscal. El silencio del poder cubre también
esas horas inexplicables y su inexcusable responsabilidad política.


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