Refugio en el golpismo

Domingo 01 de marzo de 2015 | Publicado en edición impresa

Refugio en el golpismo

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION



El golpismo de los otros es su último refugio y lo será hasta el día
antes de que entregue el poder. No es una cuestión real, sino
simbólica, que prepara los argumentos de un futuro incierto. A
Cristina Kirchner no le importan la candidatura de Daniel Scioli ni
las condiciones, ciertamente arduas, que aguardarán al próximo
presidente, sea quien fuere. En su polémica resolución del jueves
pasado, el juez Daniel Rafecas le hizo un enorme favor al Gobierno.

Pero también tornó más inverosímil aún la denuncia de que existe un
Partido Judicial. En vano. No es la causa de Rafecas la que preocupa a
la Presidenta, sino la investigación de otro juez, Claudio Bonadio,
sobre el lavado de dinero en empresas de la familia presidencial. El
fantasma de que la absolución por enriquecimiento ilícito se convierta
en cosa juzgada fraudulenta está creciendo, a su vez, en el imaginario
cristinista. Tal vez ni siquiera se equivoque.

La resolución de Rafecas podría ser revocada por la Cámara Federal. La
interpretación de la última y mortal denuncia de Nisman está abierta a
debate entre jueces y fiscales. Algunos la consideran sólida; otros
creen que la Justicia debe investigar para establecer si la teoría del
fiscal muerto es cierta. Ninguno o muy pocos, eso sí, suscriben la
resolución de Rafecas tal como fue escrita. El aspecto más
cuestionable de esa resolución no es el rechazo de la denuncia en sí
mismo, sino las razones, casi idénticas a las que planteó el Gobierno,
que era el acusado. Es decir, tomó por ciertos todos los argumentos
del oficialismo y descalificó todas las pruebas de Nisman. Es difícil
comprender una resolución respaldada más en la opinión del juez que en
el valor de las pruebas. Es probable que Rafecas le haya cerrado para
siempre las puertas de su despacho a esa causa.

Aun cuando la Cámara Federal revocara la decisión de Rafecas, sería
muy difícil, aunque no imposible, que la denuncia de Nisman volviera a
sus manos. Ese juez ya tiene opinión formada y se trata, además, de
una investigación que debería ponerse en marcha. ¿Para qué dejarla en
manos, entonces, de quien ya dijo que no hay nada que investigar? Si
la Cámara habilitara la investigación, la denuncia de Nisman llevará
mucho tiempo y terminará, en algún momento lejano, en la Corte Suprema
de Justicia. Serán los jueces supremos del país los que deberían
decidir si el acuerdo con Irán fue una decisión política no judiciable
o un delito. Esa causa es una carga política para Cristina, no una
preocupación judicial.

La denuncia de Nisman tomó un giro inesperado, es cierto, justo cuando
los peritos de la familia están a punto de dictaminar que el fiscal no
se suicidó, sino que fue asesinado. A pesar de todo, la causa más
preocupante es, en cambio, la del juez Bonadio por el lavado de dinero
que pertenece a la fortuna de los Kirchner. Se trata de la propiedad
de la Presidenta y de sus hijos, y en el entramado se mezclan
empresarios tan cercanos a ella como Lázaro Báez y Cristóbal López.
Bonadio está en la etapa de recolección de pruebas; cuando termine,
comenzará a tomar decisiones que podrían ser muy importantes. Más vale
no anticipar lo que ni el propio juez sabe con certeza. ¿Qué certezas
definitivas podría tener si todavía no recibió todas las pruebas?

El problema de la Presidenta es que no aprovechó las ventajas que el
Código Penal les da a los herederos de una persona muerta. Las cosas
serían muy distintas si, después de muerto Néstor Kirchner, ella
hubiera puesto toda la fortuna en un fideicomiso administrado por una
empresa ajena. Quizás ?habrían aparecido irregularidades y sospechas,
pero su presunto autor ya hubiera estado muerto. Los delitos penales
no se heredan. Dejó las cosas, al revés, en manos de contadores de
Santa Cruz y del propio Báez. Así le va.

La Corte Suprema avanzó en los últimos diez años en sentar el
precedente de que es posible establecer la cosa juzgada fraudulenta.
La Presidenta es beneficiaria de una vieja sentencia del juez Norberto
Oyarbide, que sobreseyó al entonces matrimonio presidencial en una
causa por enriquecimiento ilícito. Es, en principio, cosa juzgada y,
por lo tanto, la Justicia no puede investigar a la Presidenta por
aquel delito. Pero ¿qué sucedería si a esa cosa juzgada se la
considerara fraudulenta porque, por ejemplo, el juez no buscó la
verdad? La Presidenta volvería a ser juzgada por enriquecimiento
ilícito con todas las pruebas y sospechas agregadas en los últimos
años.

Cristina sabe que está en riesgo. Menea el golpe de Estado, imposible
para un gobierno al que le quedan meses de poder, porque en el fondo
considera que las próximas elecciones serán un golpe político para
ella, su familia y su facción. Las elecciones son el golpismo en
ciernes que denuncia una y otra vez, aunque la realidad la desmienta.
No tiene heredero confiable y ningún Kirchner puede suceder ahora a
otro Kirchner. ¿Cómo no suponer que los comicios son un golpe de
Estado cuando ella infiere que su persona es la democracia? ¿O no
hubo, acaso, carteles en la vía pública en los últimos días que
proclamaban que "la democracia no se imputa"? La imputada era Cristina
Kirchner, no la democracia.

Un gobernador cercano a la Presidenta confesó que no le encontraba
explicación a la estrategia de Cristina de enfrentarse con todos al
mismo tiempo poco antes de irse. Ese gobernador no tiene ?reelección
en su provincia. "Yo trato ahora de llevarme bien con amigos y
enemigos. Quiero después caminar tranquilo por mi provincia", explica.
Es lo que haría cualquier político.

Cristina no lo hace. Tampoco hará nada para resolver la deuda en
default parcial, ni el atraso del tipo de cambio, ni el insoportable
déficit fiscal. El próximo gobierno heredará un Banco Central con casi
nada de reservas en dólares, si se despoja a esas reservas de los
créditos, las deudas por pagar y el dinero que no es suyo. Aquel
gobernador las llama "reservas alquiladas". El Gobierno se las
arregló, en fin, para que parecieran como si fueran reservas propias,
aunque no lo son.

Por eso también, a la Presidenta le interesa más tensar la relación
con Washington y con Europa. Una líder progresista que se precie de
tal necesita mostrarse lejos de los imperialismos supuestos y cerca de
los símbolos de la izquierda mundial, como Rusia y China, aunque sean
países gobernados por dos autoritarismos de derecha. Es un concepto
viejo que está haciendo estragos en la Argentina. ¿Cuánta reacción
opositora habría tenido un gobierno argentino que hubiera firmado con
los Estados Unidos un acuerdo como el que Cristina firmó con China,
casi precolonial? Los chinos no sólo podrán hacerse de obras públicas
locales sin pasar por licitaciones, sino también traer sus propios
trabajadores desde China, a los que les aplicarán las implacables
leyes laborales de China. A pan y agua.

Pero un país gobernado por un Partido Comunista, como es China, le
sienta bien a la Presidenta. Algo parecido le sucede con Rusia, la
patria de Lenin (y también, cabe recordar, la del criminal Stalin),
aunque el déspota de ahora se llame Putin y gobierne uno de los
regímenes más corruptos del planeta. Con todo, esos símbolos le sirven
para entusiasmar a algunos adolescentes que ignoran todo, salvo el
discurso cristinista, y a los nostálgicos de un mundo que desapareció
hace 25 años. Está preparando el discurso para cuando haya vuelto a
casa, el de una líder progresista perseguida por la Justicia por
progresista y no por otra cosa.

A pesar de Rafecas, Cristina necesita la bandera del golpismo judicial
y la levantará con argumentos o con pretextos, pero no la dejará. ¿De
qué le serviría Scioli, si Scioli no estará en condiciones de salvarla
de los jueces? ¿No sería mejor, en cambio, abroquelarse como
estandarte de una izquierda alegórica para exhibirse luego como
víctima de sus ideas y no de sus hechos?

Padecerá necesariamente la soledad de los rupturistas. Fracturó la
sociedad, la dividió con trazos de fanatismo y de odio, sólo para
defender una fortuna que ella no puede explicar. El destino se encoge,
al fin y al cabo, en el pobre empeño de salvarse de algunos jueces, ni
siquiera de todos

Domingo 01 de marzo de 2015 | Publicado en edición impresa

Refugio en el golpismo

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION



El golpismo de los otros es su último refugio y lo será hasta el día
antes de que entregue el poder. No es una cuestión real, sino
simbólica, que prepara los argumentos de un futuro incierto. A
Cristina Kirchner no le importan la candidatura de Daniel Scioli ni
las condiciones, ciertamente arduas, que aguardarán al próximo
presidente, sea quien fuere. En su polémica resolución del jueves
pasado, el juez Daniel Rafecas le hizo un enorme favor al Gobierno.

Pero también tornó más inverosímil aún la denuncia de que existe un
Partido Judicial. En vano. No es la causa de Rafecas la que preocupa a
la Presidenta, sino la investigación de otro juez, Claudio Bonadio,
sobre el lavado de dinero en empresas de la familia presidencial. El
fantasma de que la absolución por enriquecimiento ilícito se convierta
en cosa juzgada fraudulenta está creciendo, a su vez, en el imaginario
cristinista. Tal vez ni siquiera se equivoque.

La resolución de Rafecas podría ser revocada por la Cámara Federal. La
interpretación de la última y mortal denuncia de Nisman está abierta a
debate entre jueces y fiscales. Algunos la consideran sólida; otros
creen que la Justicia debe investigar para establecer si la teoría del
fiscal muerto es cierta. Ninguno o muy pocos, eso sí, suscriben la
resolución de Rafecas tal como fue escrita. El aspecto más
cuestionable de esa resolución no es el rechazo de la denuncia en sí
mismo, sino las razones, casi idénticas a las que planteó el Gobierno,
que era el acusado. Es decir, tomó por ciertos todos los argumentos
del oficialismo y descalificó todas las pruebas de Nisman. Es difícil
comprender una resolución respaldada más en la opinión del juez que en
el valor de las pruebas. Es probable que Rafecas le haya cerrado para
siempre las puertas de su despacho a esa causa.

Aun cuando la Cámara Federal revocara la decisión de Rafecas, sería
muy difícil, aunque no imposible, que la denuncia de Nisman volviera a
sus manos. Ese juez ya tiene opinión formada y se trata, además, de
una investigación que debería ponerse en marcha. ¿Para qué dejarla en
manos, entonces, de quien ya dijo que no hay nada que investigar? Si
la Cámara habilitara la investigación, la denuncia de Nisman llevará
mucho tiempo y terminará, en algún momento lejano, en la Corte Suprema
de Justicia. Serán los jueces supremos del país los que deberían
decidir si el acuerdo con Irán fue una decisión política no judiciable
o un delito. Esa causa es una carga política para Cristina, no una
preocupación judicial.

La denuncia de Nisman tomó un giro inesperado, es cierto, justo cuando
los peritos de la familia están a punto de dictaminar que el fiscal no
se suicidó, sino que fue asesinado. A pesar de todo, la causa más
preocupante es, en cambio, la del juez Bonadio por el lavado de dinero
que pertenece a la fortuna de los Kirchner. Se trata de la propiedad
de la Presidenta y de sus hijos, y en el entramado se mezclan
empresarios tan cercanos a ella como Lázaro Báez y Cristóbal López.
Bonadio está en la etapa de recolección de pruebas; cuando termine,
comenzará a tomar decisiones que podrían ser muy importantes. Más vale
no anticipar lo que ni el propio juez sabe con certeza. ¿Qué certezas
definitivas podría tener si todavía no recibió todas las pruebas?

El problema de la Presidenta es que no aprovechó las ventajas que el
Código Penal les da a los herederos de una persona muerta. Las cosas
serían muy distintas si, después de muerto Néstor Kirchner, ella
hubiera puesto toda la fortuna en un fideicomiso administrado por una
empresa ajena. Quizás ?habrían aparecido irregularidades y sospechas,
pero su presunto autor ya hubiera estado muerto. Los delitos penales
no se heredan. Dejó las cosas, al revés, en manos de contadores de
Santa Cruz y del propio Báez. Así le va.

La Corte Suprema avanzó en los últimos diez años en sentar el
precedente de que es posible establecer la cosa juzgada fraudulenta.
La Presidenta es beneficiaria de una vieja sentencia del juez Norberto
Oyarbide, que sobreseyó al entonces matrimonio presidencial en una
causa por enriquecimiento ilícito. Es, en principio, cosa juzgada y,
por lo tanto, la Justicia no puede investigar a la Presidenta por
aquel delito. Pero ¿qué sucedería si a esa cosa juzgada se la
considerara fraudulenta porque, por ejemplo, el juez no buscó la
verdad? La Presidenta volvería a ser juzgada por enriquecimiento
ilícito con todas las pruebas y sospechas agregadas en los últimos
años.

Cristina sabe que está en riesgo. Menea el golpe de Estado, imposible
para un gobierno al que le quedan meses de poder, porque en el fondo
considera que las próximas elecciones serán un golpe político para
ella, su familia y su facción. Las elecciones son el golpismo en
ciernes que denuncia una y otra vez, aunque la realidad la desmienta.
No tiene heredero confiable y ningún Kirchner puede suceder ahora a
otro Kirchner. ¿Cómo no suponer que los comicios son un golpe de
Estado cuando ella infiere que su persona es la democracia? ¿O no
hubo, acaso, carteles en la vía pública en los últimos días que
proclamaban que "la democracia no se imputa"? La imputada era Cristina
Kirchner, no la democracia.

Un gobernador cercano a la Presidenta confesó que no le encontraba
explicación a la estrategia de Cristina de enfrentarse con todos al
mismo tiempo poco antes de irse. Ese gobernador no tiene ?reelección
en su provincia. "Yo trato ahora de llevarme bien con amigos y
enemigos. Quiero después caminar tranquilo por mi provincia", explica.
Es lo que haría cualquier político.

Cristina no lo hace. Tampoco hará nada para resolver la deuda en
default parcial, ni el atraso del tipo de cambio, ni el insoportable
déficit fiscal. El próximo gobierno heredará un Banco Central con casi
nada de reservas en dólares, si se despoja a esas reservas de los
créditos, las deudas por pagar y el dinero que no es suyo. Aquel
gobernador las llama "reservas alquiladas". El Gobierno se las
arregló, en fin, para que parecieran como si fueran reservas propias,
aunque no lo son.

Por eso también, a la Presidenta le interesa más tensar la relación
con Washington y con Europa. Una líder progresista que se precie de
tal necesita mostrarse lejos de los imperialismos supuestos y cerca de
los símbolos de la izquierda mundial, como Rusia y China, aunque sean
países gobernados por dos autoritarismos de derecha. Es un concepto
viejo que está haciendo estragos en la Argentina. ¿Cuánta reacción
opositora habría tenido un gobierno argentino que hubiera firmado con
los Estados Unidos un acuerdo como el que Cristina firmó con China,
casi precolonial? Los chinos no sólo podrán hacerse de obras públicas
locales sin pasar por licitaciones, sino también traer sus propios
trabajadores desde China, a los que les aplicarán las implacables
leyes laborales de China. A pan y agua.

Pero un país gobernado por un Partido Comunista, como es China, le
sienta bien a la Presidenta. Algo parecido le sucede con Rusia, la
patria de Lenin (y también, cabe recordar, la del criminal Stalin),
aunque el déspota de ahora se llame Putin y gobierne uno de los
regímenes más corruptos del planeta. Con todo, esos símbolos le sirven
para entusiasmar a algunos adolescentes que ignoran todo, salvo el
discurso cristinista, y a los nostálgicos de un mundo que desapareció
hace 25 años. Está preparando el discurso para cuando haya vuelto a
casa, el de una líder progresista perseguida por la Justicia por
progresista y no por otra cosa.

A pesar de Rafecas, Cristina necesita la bandera del golpismo judicial
y la levantará con argumentos o con pretextos, pero no la dejará. ¿De
qué le serviría Scioli, si Scioli no estará en condiciones de salvarla
de los jueces? ¿No sería mejor, en cambio, abroquelarse como
estandarte de una izquierda alegórica para exhibirse luego como
víctima de sus ideas y no de sus hechos?

Padecerá necesariamente la soledad de los rupturistas. Fracturó la
sociedad, la dividió con trazos de fanatismo y de odio, sólo para
defender una fortuna que ella no puede explicar. El destino se encoge,
al fin y al cabo, en el pobre empeño de salvarse de algunos jueces, ni
siquiera de todos

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