Una jugada hábil de la Presidenta

Martes 03 de marzo de 2015 | Publicado en edición impresa

Ante la Asamblea Legislativa

Una jugada hábil de la Presidenta

Esta vez, más que a polarizar, Cristina Kirchner se dedicó a
cohesionar a los suyos y a construir discursivamente el legado de su
gestión

Por Vicente Palermo | Para LA NACION

está muerto quien pelea, reza la sabiduría popular. Cristina
Fernández de Kirchner ha cometido, en su lucha por alcanzar sus
objetivos políticos, incontables errores de todo tipo, muchos de ellos
descomunales. Pero éste -su discurso ante la Asamblea Legislativa- no
ha sido el caso. A todos los que somos indomables opositores se nos
presenta así todavía como un adversario temible y deberíamos extraer
las consecuencias del caso.

Los prolegómenos del 1° de marzo incluyen dos hechos significativos.
Primero, la palabra de orden del acontecimiento en tanto acto político
del Frente para la Victoria, que en gran medida es lo que fue: "La
democracia no se imputa". Estas palabras horripilantes anticipaban que
sobre la plaza del Congreso irían a cernirse los nubarrones de la
intolerancia y la intimidación. Segundo, el fallo del juez Rafecas,
que hacía sospechar que estaríamos ante un Frente para la Victoria
envalentonado y dispuesto a hacer "tronar el escarmiento". En otras
palabras, que la líder de un movimiento que enfrenta -no como futuro
inexorable, pero sí como fantasma- su descomposición aprovecharía la
oportunidad no solamente para galvanizar las fuerzas propias, sino
también para amedrentar a las ajenas. Y para profundizar la
polarización en la que, Cristina cree, radica su energía política.

No fue esto lo que sucedió. Y la sorpresa dejó algo descolocados a
muchos analistas y a muchos actores políticos. En esto, creo, radica
la maestría de su jugada: en elegir un trayecto inesperado y en
dosificar con bastante medida la composición de defensas y ataques
necesaria -como la diatriba destinada a la Corte Suprema- para seguir
ese trayecto.

Primero, el discurso de Cristina, más allá de algunos floreos, no
estuvo dirigido a "todos" los argentinos. Fue un discurso orientado
enteramente a las fuerzas propias; la "otra" Argentina, la Argentina
de clase media, la Argentina que lee los "diarios monopólicos", que
siente un singular afecto, según CFK y tantas plumas del Frente para
la Victoria, por los "grupos más concentrados" y por lo "foráneo"; en
suma, la Argentina de la prosperidad en una sociedad cruelmente
desigual, esa Argentina fue poco menos que un convidado de piedra. No
fue atacada, fue simplemente ignorada. Gran acierto político el de
Cristina: que sea la propia oposición partidaria, hasta ahora sin
liderazgos claros, fragmentada en exceso, sumida en sí misma en el
desconcierto, la que se ocupe de ofrecer una política a la Argentina
próspera (y a las multitudes medias que por falta de alternativas se
agarran de sus faldas).

Las bases sociales y políticas propias fueron, en cambio,
convenientemente mimadas. Se destaca un intento estratégico que podrá
fracasar o no, pero es claro: fortalecer un pacto de creencias sobre
la base de los años kirchneristas como los de reinstitución de los
años dorados de la Argentina peronista. La refundación de una
Argentina productiva (sobre todo industrial, siendo la industria la
rama predilecta de la ideología kirchnerista), del pleno empleo, de un
Estado de bienestar, fueron enfatizados y realzados mediante el uso de
los números, muchos de ellos verdaderos, muchos de ellos falsos. Y
también mediante las omisiones más conspicuas: la inflación, los
gravísimos desequilibrios macroeconómicos creados, la mala calidad del
empleo, la hipertrofia del sector público, entre otros.

No se trató de un informe; se trató de la constitución de un legado
con destinatario abierto, pero del que el lazo actual entre la
conducción y los seguidores es fundante. Políticamente, en las
palabras de Cristina, esta constitución tiene en el victimismo de cuño
peronista uno de sus eslabones más fuertes; victimismo que exculpa y
desresponsabiliza por eventuales catástrofes (que tendrán así que
absorber gobernantes y fuerzas políticas venideras): "Nuestros
fracasos no pueden ser sólo adjudicados a los de afuera, también a los
de adentro". Es el querido enemigo interno, tan útil. La memoria de
oro de una época puede, así, ser fijada, y si esa época se
desvaneciera, esto no debería ser atribuido a quienes la construyeron
con pies de barro.

Aunque este victimismo no es sólo peronista, sino también muy
argentino, Cristina pulsa hábilmente las cuerdas de una cultura en la
que se siente muy a gusto sin, tal vez, creer del todo en ella. "Ni
magia ni inteligencia, voluntad política y coraje", nos dice, o,
mejor, les dice. En todo, es querer y poder. La voluntad política
convertida en el núcleo duro de la acción de gobierno le confiere una
inteligibilidad a este todo: en fin, no somos el pueblo, estamos por
encima de él, pero lo queremos, y porque queremos podemos protegerlo.
La corrupción, que para nosotros tiene tanta importancia práctica,
para ustedes, los de abajo, es un detalle nimio. También el
anticapitalismo más tibio, más lechoso, estuvo presente como
ingrediente (ingrediente que puede justificar la explotación más
cruda): "Si se caen las empresas, se caen los trabajadores; no es que
seamos buenos con los empresarios, los necesitamos". La versión flor
de ceibo, nac&pop, del pacto socialdemócrata tiene esto, se puede
declarar impunemente la falta de amor, mientras el amor se vuelca
selectivamente hacia socios y amigos. Y el Estado de bienestar es en
verdad un Estado benefactor: "Un mango de los que gastan [por el
programa Ahora12] se lo paga el Gobierno". No los contribuyentes,
incluidos los paupérrimos que pagan IVA, por supuesto. En suma, dirían
los kirchneristas, dejamos un redomón muy difícil de montar, salvo
para nosotros, que no deberíamos salir del gobierno, pero, si eso
ocurriera, estaremos listos para volver no bien nos llamen: "País
cómodo para la gente, incómodo para los dirigentes".

No se trata aquí de analizar la veracidad de esta frase, sino de
sopesar su valor discursivo. Por lo pronto, encaja muy bien con todos
los otros componentes. La vieja idea de que Perón dejó un país de
organizaciones populares fuertes y por ende ingobernables (como si no
existieran regímenes democráticos capaces de gestionar el conflicto
social) le pone una determinada letra al impulso popular: la del
cortoplacismo que se desentiende de las consecuencias, modalidad tan
cara, al menos antaño, a las organizaciones sindicales (y también a
los empresarios, hay que decirlo).

Tenemos, desde luego, un área importante del discurso que disgustó a
los opositores: las diatribas contra el Poder Judicial ("iba a decir,
casi digo, Partido Judicial"). En ellas, la Presidenta no avanzó un
centímetro de lo que ya había dicho en ocasiones anteriores y que
expresa una noción antiliberal de predominio del Ejecutivo (sólo éste
encarna la voluntad nacional). Pero obsérvese lo siguiente: "La
Justicia tiene que ser independiente del poder político, de los
poderes concentrados de la economía, pero no puede ser nunca
independiente de la Constitución". Tampoco aquí interesa si Cristina
lo cree o no, pero podemos preguntarnos si está fijando una línea
argumental de defensa para enfrentar el fuego graneado de las causas
que "imputan (o imputarán) a la democracia" (por supuesto, ellos son
la democracia).

Como sea, el fantasma del golpismo no estuvo presente, y aunque la
retórica fue encendida en ciertos pasajes (sobre todo en el dedicado
al atentado a la AMIA), no incurrió en invectivas contra traidores o
enemigos de la patria. No se trató de una pieza destinada a la
polarización. No anunció una nueva arremetida acompañada por las
trompetas del ¡vamos por todo! Estuvo más bien destinada a solidificar
una configuración política lábil y poco consistente. Y que descolocó
bastante a la oposición que, otra vez, tendrá que acomodar su libreto.
Desde esta perspectiva, y de cara a las próximas elecciones, el
panorama que se presenta es el de un oficialismo cuyos activos
políticos no están intactos pero cuya oposición no ha encontrado aún
la forma de ponerlos en jaque. Y el de una oposición en cuyo seno no
han surgido aún ni el liderazgo ni el discurso político necesarios
para ello.

El autor es investigador principal del Conicet y miembro del Club
Político Argentino



http://www.lanacion.com.ar/1772846-una-jugada-habil-de-la-presidenta

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