La Iglesia y la pedofilia

Sábado 12 de octubre de 2013 | Publicado en edición impresa

Editorial I

La Iglesia y la pedofilia



la gravedad del fenómeno de los abusos sexuales a menores de edad por parte de sacerdotes -que en los últimos años salieron a la luz pudiendo ser conocidos por la opinión pública-, se suma la enorme complejidad del tema. La irritación que suscita impide a veces entender exactamente de qué se está hablando. El marco general es el hecho concreto y penosísimo de la pedofilia en el mundo, paradójicamente tratado no pocas veces con cierta superficialidad e incompetencia, y sin tener en cuenta los datos con que se puede contar.

La razonable conmoción emocional perturba los análisis y puede llevar a cierta confusión ideológica. El problema de los religiosos pedófilos tiene connotaciones que conviene considerar aparte, pero sin olvidar que existe un hecho de magnitud que condena de por vida a cientos de miles de niños en el mundo, una de cuyas manifestaciones más escandalosas es el crecimiento de la prostitución infantil y del turismo sexual con menores de edad. Son numerosos los sitios en Internet que estimulan fenómenos perversos. Y está en juego, además, un importante interés económico.

Corresponde señalar que la pedofilia es, para los clásicos manuales de diagnóstico de enfermedades mentales, una perversión (también lo son el fetichismo, el exhibicionismo, el masoquismo o el sadismo sexual). En general se entiende que la víctima tiene menos de 13 años, porque se define como abuso sexual de menores cuando es cometido contra niños prepúberes, y que el adulto victimario es al menos cinco años mayor, datos que ciertamente se modifican con el correr del tiempo y las tendencias en el campo psicológico.

Se entiende que el porcentaje más alto de abusadores lo conforman varones heterosexuales que se sienten atraídos sexualmente tanto por niñas como por niños. Se habla de incesto cuando se da en el ámbito familiar, que es el marco más habitual: el padre, el padrastro, el tío abusador (en menor proporción en el sexo femenino).

Las instituciones como la familia, la escuela o el internado, a veces pueden ofrecer una perniciosa tolerancia y demuestran la pobreza legislativa y preventiva para denunciar y castigar estos atroces atropellos. Sin embargo, es importante señalar que es muy diferente el abuso sexual de menores de la efebofilia, es decir, la atracción sexual de algunos adultos hacia los adolescentes, tema que también registra la historia desde la antigüedad. Éste es considerado como el problema mayor dentro del ámbito sacerdotal y religioso que, según estadísticas de los Estados Unidos, representaría el 2 por ciento de los clérigos.

En la psiquiatría clásica se tiende a considerar el abuso sexual de menores como una perversión, en el sentido que conforma un conjunto de prácticas sexuales que no se ajustan a lo socialmente establecido como sexualidad en cada época.

Muchos profesionales sostienen que el abusador tiende a ser, además, un psicópata, es decir que no siente culpa de su aberración y que hasta puede experimentar placer en provocar daño a otros. Mayor complejidad agrega la convicción de no pocos expertos en el sentido de que es muy difícil la recuperación de los abusadores, de lo cual tendría que tomar nota la Justicia, porque, por otra parte, muchos pedófilos han sido a su vez abusados en su infancia y sufren lo que se denomina una "compulsión repetitiva".

Según el estudio de los jesuitas Hans Zoller y Giovanni Cucci, "resulta difícil delinear con precisión la personalidad del pedófilo porque, quien comete abusos, no suele revelar sus tendencias y formas de pensar. Asimismo, muchos casos de violencia permanecen secretos u ocultos por vergüenza o por miedo a las consecuencias.

De las últimas investigaciones realizadas surge que el abusador es, en su mayoría, del sexo masculino: según los datos del Centro de Estudios sobre Inversiones Sociales (Censis), la gran proporción de abusos (80 por ciento) ocurre en la familia, y casi el 30 por ciento de ese total lo protagoniza un familiar cercano. Se trata de incesto. Otro dato que surge de las investigaciones es que de los casos de abuso sexual denunciados 30 por ciento son de pedofilia, 30 de efebofilia y, el resto, de víctimas mayores.

El papa emérito Benedicto XVI, que decidió afrontar con coraje este drama en el ámbito de la Iglesia Católica, señaló la importancia primordial de las víctimas sobre las supuestas reputaciones de una institución que debía salvaguardar su honor. Tanto es así que, a contrapelo de algunos jerarcas de la Iglesia, agradeció al periodismo el haber puesto luz sobre este nefasto y condenable problema.

La Iglesia había tipificado con anterioridad este delito en su legislación: "El clérigo que comete cualquier otra ofensa contra el sexto mandamiento del decálogo -reza el canon 1395 del Código Canónico-, si la ofensa fue cometida con violencias o amenazas, o públicamente con un menor de 16 años (ahora se ha extendido hasta los 18) debe ser castigado justamente, sin excluir la expulsión del estado clerical".

Es de señalar que, independientemente del debate que la Iglesia se debe con respecto al celibato obligatorio de los sacerdotes seculares, no guarda relación la abstinencia sexual con las atracciones pedófilas; en todo caso, un celibato vivido como frustración llevaría a depresiones o a la búsqueda de compensaciones con adultos.

Por otro lado, el tema de la homosexualidad en el ámbito religioso y sacerdotal también obliga a consideraciones muy importantes: se trata de un verdadero problema en la estructura sistémica del sacerdocio y de la jerarquía, tal como se pregunta D. B. Cozzens en La faz cambiante del sacerdocio . Sobre la crisis anímica del sacerdote : "¿Tenemos un sistema que atrae a individuos emocional y espiritualmente inmaduros, precisamente por las mismas razones que hacen propensa a cualquier persona a mantener relaciones con individuos de una edad diferente a la suya: miedo a la intimidad y reticencia a asumir riesgos de una manera sana? La posibilidad que tienen los clérigos de mantener relaciones meramente formales y de guardar cierta distancia clerical frente a sus feligreses y frente a otros adultos podría venirle como anillo al dedo al sacerdote inmaduro".

La conciencia de la gravedad de los delitos sexuales con menores de edad y su consideración en las distintas áreas recibieron impulso con la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), sensibilidad manifestada más tarde en la encíclica Mater et Magistra (de Juan XXIII, 1961) y por la Convención de los Derechos del Niño (1989).

En el ámbito católico, la postura decisiva del papa Francisco en este campo (piénsese en el reciente caso el obispo peruano expulsado, entre otros) alimenta la esperanza de que finalmente la Iglesia encare una política estricta en favor de las víctimas y en contra de los victimarios.

Finalmente, cabe preguntarse por qué las noticias públicas hablan casi exclusivamente de los hechos ocurridos dentro de la Iglesia Católica, si éstos representan el 3 por ciento de los casos denunciados. "Una respuesta posible -dicen los autores antes citados- radicaría en el significado particular que reviste la figura del sacerdote en cuanto tal."

Y es cierto, porque todo papel o función de superioridad o de pretendida autoridad moral (sacerdotes, religiosos, docentes, padres, tutores, médicos, psiquiatras, psicólogos, consultores...) implica una seria carga, ya que el menor de edad debe ser protegido por la sociedad de los adultos y, en especial, por quienes cumplen el desempeño de tareas de responsabilidad para con ellos. Por lo tanto, ejercen una autoridad sobre ellos

La Nacion

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