Gobierno de kirchner: Efectivamente, van por todo

Efectivamente, van por todo

Por Fernando Laborda | LA NACION

Martes 17 de abril de 2012

La vertiginosidad y el escaso tiempo con que el gobierno kirchnerista adopta e implementa algunas reformas clave dan cuenta de la profunda ausencia de políticas de largo plazo en la Argentina.
Los Kirchner alentaron y festejaron la privatización de YPF en los denostados años noventa. A cambio de los votos favorables de sus legisladores en el Congreso, el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, logró que el gobierno de Carlos Menem le pagara a la provincia una deuda de 480 millones de dólares por regalías mal liquidadas, que en 1993 ascendieron a 630 millones.

El gobierno, lejos de privilegiar un proyecto productivo en materia energética, ha puesto por encima de todo un proyecto de poder

La privatización de YPF fue a tal punto defendida por Kirchner y su esposa, en aquel momento diputada nacional, que el propio Menem admitió públicamente que ellos fueron "los más entusiastas" en el pase a manos privadas de la empresa petrolera.
Catorce años después, en 2007, Néstor Kirchner fue el impulsor y artífice del desembarco en YPF del grupo Eskenazi, al que, hasta hace al menos un año, la presidenta Cristina Kirchner elogiaba en público, considerándolo como parte de "la nueva burguesía nacional que necesita el país".
Fue este último hecho uno de los capítulos del modelo del capitalismo de amigos, que permitió que empresarios locales o sectores gremiales, habitualmente muy cercanos al poder, llegaran a empresas en manos de grupos extranjeros con la abierta ayuda del Estado argentino.
En prácticamente todos los casos, el modus operandi para hacerlo fue similar. Mediante los congelamientos tarifarios, combinados con fuertes aumentos en los costos, o a través de fuertes regulaciones, se asfixió desde el Gobierno a las compañías para obligar a sus dueños o concesionarios a ceder una parte o la totalidad de las empresas a un socio afín al partido gobernante o al propio Estado. Ocurrió con Aguas Argentinas, con Edenor, con Aerolíneas Argentinas y con YPF.

En YPF, en cambio, se privilegió la distribución de dividendos para beneficiar a un grupo afín al Gobierno, lo que demuestra, en rigor, el profundo desprecio por la inversión que prevaleció en las autoridades nacionales, pese a lo que pueda decir el relato oficial

Claro que en la empresa petrolera, el resultado distó de ser el esperado por la Presidenta. Era previsible que fuese así, desde el momento que el propio Estado autorizó la posibilidad de que en YPF se distribuyeran masivamente dividendos, con la finalidad de que el grupo Eskenazi pudiera pagar sin mayores problemas el 25 por ciento de las acciones de la compañía que había adquirido.
La consecuencia fue más que visible. Cualquier empresa petrolera de envergadura debe reinvertir gran parte de sus ganancias para mantener un elevado nivel de reservas y de producción. En YPF, en cambio, se privilegió la distribución de dividendos para beneficiar a un grupo afín al Gobierno, lo que demuestra, en rigor, el profundo desprecio por la inversión que prevaleció en las autoridades nacionales, pese a lo que pueda decir el relato oficial.
Las cifras de producción de energía primaria (gas y petróleo) entre los años 2003 y 2009 son elocuentes. De acuerdo con un trabajo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la Argentina fue el único país en la región donde la producción de energía se redujo en ese período: cayó un 7 por ciento.
En petróleo crudo, la producción en 2003, al llegar Néstor Kirchner a la Casa Rosada, había sido de 43 millones de metros cúbicos, en tanto que en 2011 fue de 29,8 millones, al tiempo que también disminuyeron las reservas.
El gobierno, lejos de privilegiar un proyecto productivo en materia energética, ha puesto por encima de todo un proyecto de poder. El desembarco del Estado en YPF, concretado ayer con la intervención de la empresa mientras el Congreso analiza el proyecto de ley de confiscación del 51% de su patrimonio, es una confirmación de que el kirchnerismo aspira a controlar cualquier resorte de poder económico. Y las presiones internacionales no hacen más que envalentonar a sus impulsores que, efectivamente, y más que nunca, van por todo

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