Cristina, el Colón y un ejemplo venezolano

Sábado 20 de abril de 2013 | Publicado en edición impresa

Cristina, el Colón y un ejemplo venezolano

Por Luis Gregorich | Para LA NACION


Los proyectos culturales, en la Argentina, suelen estar sometidos a inconvenientes y demoras mayores que otros emprendimientos. Un caso que lo tipifica es el del Palacio de Correos, o Correo Central, de Buenos Aires. El edificio, situado en nuestro barrio de San Nicolás, sobre Leandro Alem y Corrientes, constituye un clásico ejemplo del academicismo francés. El proceso de su construcción fue ya largo y sinuoso, a partir del diseño original del arquitecto Norbert Maillart, solicitado por el presidente Juárez Celman, luego modificado en 1908, e inaugurado en 1928.

El Correo dejó de serlo en 2003 y fue cerrado al público. El presidente Kirchner anunció que el edificio sería restaurado y convertido en Centro Cultural. Más específicamente, en 2010 Cristina Kirchner proclamó que allí funcionaría el Centro Cultural del Bicentenario, y a fines de 2012 el Senado aprobó que se llamara, además, "Presidente Néstor Kirchner". Una reciente frase de la Presidenta, sea que la tomemos al pie de la letra o la consideremos una metáfora, merece ser debatida: "Mi sueño es que [ese edificio restaurado, ese Centro Cultural] sea el Colón del siglo XXI".

¿Qué significa esta afirmación? Por lo pronto, una mezcla de sentimientos desdeñosos y admirativos acerca de nuestro gran teatro de ópera. Y también, salvo que se trate de una confusión conceptual, una indicación de que la sala central para 2500 espectadores, el núcleo mismo del Correo restaurado, a la que por su forma se ha dado en llamar la "Ballena Azul", se dedicará asimismo al teatro lírico. Nadie ha desmentido hasta ahora esta interpretación, diferente al razonable propósito inicial, según el cual ese ámbito sería el nuevo Auditorio Nacional de Música, dedicado básicamente a conciertos orquestales, vocales o corales.

Es lo que ocurre, entre muchas otras ciudades, en Madrid, donde el Teatro Real convive con la excelencia de un Auditorio Nacional. Sin embargo, no parece ser ésa la idea. La Presidenta sugiere un Colón mejor y más moderno, designado con el nombre que designa todo, y que costará, por lo que se sabe, más de mil millones de pesos.

Si ésta es la intención oficial, sólo podemos calificarla de absurda. El Colón del siglo XXI ya lo tenemos, ha sido restaurado y tecnológicamente puesto al día, está donde estuvo desde 1908, y sólo espera que la Presidenta se digne presenciar alguna de sus funciones o reponga las galas conmemorativas que parecen olvidadas. Ni siquiera tuvimos una de plena participación en el Bicentenario, debido a mezquinas razones políticas. Como el jefe de gobierno de la ciudad es opositor, no debe concedérsele ni tan sólo un palco en común.

Exagerando un poco, ¿entra en alguna cabeza la posibilidad de que el presidente Obama, por mero afán competitivo, proponga destinar ingentes fondos públicos a la construcción de un escenario lírico que enfrente, en plena Manhattan, al imbatible Met? ¿O que el presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, celoso del alcalde de Milán, gestione antes de abandonar su cargo (lo que ocurrirá pronto) un presupuesto para un nuevo teatro de ópera "más moderno y del siglo XXI" que el de la Scala, y que le dé, por ejemplo, el nombre de Aldo Moro (con perdón de Moro)?

Si la Presidenta hubiese concurrido hace pocos días al Colón (el Colón que no pertenece a la pasajera gestión de Macri, sino que es patrimonio de la ciudad de Buenos Aires, y por extensión de todos los argentinos), habría podido comprobar que una gestión cultural exitosa y socialmente útil requiere ideas inspiradoras, continuidad en el tiempo, equipos idóneos y falta de prejuicios ideológicos.

En ese Colón de siempre pudimos aplaudir, dirigida por el joven y cotizado Gustavo Dudamel, a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, estandarte y emblema del Sistema de Orquestas y Coros Juveniles de Venezuela (conocido popularmente como "el Sistema"), multipremiado emprendimiento que ha impartido enseñanza musical a cientos de miles de jóvenes de todas las regiones venezolanas, y sobre todo a aquellos en situación de riesgo y marginalidad. Su fundador, el musicólogo y compositor José Antonio Abreu, lo creó en 1975 durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (de quien sería ministro de Cultura); en 1999 consiguió el apoyo del entonces presidente electo, Hugo Chávez (enemigo político de Pérez), y hoy sigue dirigiendo el Sistema, vivo y firme, después de superar duras críticas de ultras, chavistas y antichavistas. Actualmente, Abreu es candidato al Premio Nobel de la Paz.

En lugar de refundar, cuidar lo fundado. En lugar de confrontar, ponerse de acuerdo. A veces vale la pena y es necesario.

© LA NACION

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