El valor de las cosas

Domingo 23 de junio de 2013 | Publicado en edición impresa

Editorial I

El valor de las cosas

Es impropio e inútil acusar a comerciantes y a productores de remarcar los precios cuando éstos se modifican porque hay inflación y no al revés


Los argentinos se enfrentan diariamente a un fenómeno que, por permanente y habitual, no deja de generar sorpresa y desagrado. Los bienes o servicios que se compran cambian de precio y, por cierto, rara vez lo hacen en sentido descendente. Es común escuchar: "No hace mucho con 100 pesos llenaba un carrito y, hoy, con eso, no compro casi nada". La apreciación de mucha gente es que crece el valor de las cosas.

Hay pocos que miran esta situación de la forma en que realmente ocurre: se reduce el valor de nuestro peso. Esta diferencia en la forma de mirar el fenómeno inflacionario no es banal. Cuando se comprende que es la moneda la que se deprecia, se entiende mejor la raíz del problema. La inflación no es consecuencia de que los comerciantes o productores decidan caprichosamente remarcar los precios. Éstos se modifican porque hay inflación, y no al revés. Sin entender esta causalidad resulta difícil explicar por qué hemos tenido períodos de estabilidad con la misma estructura productiva y comercial, y con seres humanos similares a los que hay en períodos de inflación.

Más allá de las condiciones de competencia interna y externa, el diagnóstico y las soluciones pasan por la macroeconomía y tienen que ver principalmente con el manejo fiscal, la expansión monetaria, el balance de divisas, la política cambiaria, y la confianza de consumidores e inversores.

La salida de las hiperinflaciones no ha pasado nunca en la historia del mundo por castigos a comerciantes ni por controles de precios. La solución se ha encontrado con reformas monetarias que permitieron transformar una moneda sometida a intensa desvalorización y repudio, en otra confiable. El caso más cercano en nuestro país es el de la convertibilidad instrumentada en 1991. La atadura del peso al dólar bajo una regla creíble permitió pasar de la hiperinflación a la estabilidad sin cambio de los actores de la economía y la sociedad. El fracaso de ese instrumento después de diez años sin inflación no tuvo que ver con la moneda en sí, sino con el déficit fiscal recurrente y el endeudamiento público que llevó a un inevitable default.

La primera causa de la desvalorización de nuestra moneda es su emisión a un ritmo que supera el crecimiento de la economía y el deseo de la gente de mantener más dinero local. A su vez, la expansión monetaria encuentra su origen en el aumento del déficit fiscal y la necesidad de financiarlo con dinero emitido por el Banco Central por no tener el Gobierno acceso al crédito y por agotarse gradualmente otras cajas como las de la Anses y del PAMI.

Ya instalada la inflación, comienza a autoalimentarse con las propias expectativas y con procedimientos de tipo indexatorio, aunque legalmente esta clase de ajuste esté prohibido. El caso de los salarios es el más notorio. La inflación verdadera, no la del Indec, es tomada como base en las paritarias. Éstas son sectoriales y, por lo tanto, se negocian sobre la base de datos macroeconómicos y del poder de negociación del gremio. La situación particular de cada empresa no es tomada en consideración. Es inconsistente e inútil congelar precios y amenazar a comerciantes mientras la expansión monetaria sea del 35 por ciento anual y los aumentos de salarios se ubiquen entre el 23 y el 30 por ciento. La ciencia económica ha dilucidado la diferencia entre valor y precio. El primero es subjetivo y puede cambiar por circunstancias que tienen que ver con cada persona. El precio de un bien es un dato de la realidad, se expresa en unidades monetarias, y resulta de la oferta y la demanda. Cuando un gobierno pretende reducirlo, se potencia la demanda mientras que se reduce la oferta. Se altera un equilibrio que, de una u otra forma, busca restituirse. Si el precio se altera porque es la moneda, o sea la unidad de medida, la que pierde valor, se está ante la inflación. El valor de las cosas sigue siendo el mismo, el precio no.


La Nacion

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