Los precios fuera del freezer

Domingo 30 de junio de 2013 | Publicado en edición impresa

Al margen de la semana

Los precios fuera del freezer

Por Néstor O. Scibona | LA NACION



Aunque nunca se sabe, por ahora parece difícil que el Cedin sea utilizado en los supermercados. Pero una lámina equivalente a 100 dólares de esta cuasimoneda no alcanzaría hoy para pagar una compra con la que ni podría llenarse un changuito. Según el relevamiento que realiza periódicamente esta columna en la misma sucursal porteña de una cadena supermercadista líder, hay que desembolsar casi 828 pesos para adquirir una canasta integrada por 30 alimentos, bebidas y artículos de limpieza.

Para quienes siguen estadísticas verdaderas, no es gratificante recordar que en abril de 2007 -poco después de que el gobierno kirchnerista decidiera apartar al Indec de los precios reales- esa misma canasta equivalía a 72 dólares al tipo de cambio único y libre de entonces ($3,08), ya que su precio era de 222 pesos.

Tampoco es una buena noticia para los consumidores de bajos ingresos, especialmente los no bancarizados, que no puedan acceder todavía a la promocionada tarjeta Supercard para financiar compras a una tasa de interés de 22% anual, ligeramente inferior a la inflación. Después de tres meses de demora, sólo acaban de emitirse simbólicamente tres tarjetas; la primera de ellas a nombre de Cristina Kirchner, a quien no suele verse precisamente de compras en los súper. De otra manera, no hubiera pronunciado en Nueva York aquella frase según la cual "el país estallaría" si la inflación fuera del 25% anual. Ese nivel está apenas por encima del flamante índice de precios de la Ciudad de Buenos Aires (22,2%) y del 23,4% promedio de las consultoras privadas (IPC-Congreso), mientras el Indec registra un inverosímil 8,8 por ciento.

La Supercard utilizará la plataforma informática y comercial de otra ya existente -Tarjeta Shopping, que el Banco Hipotecario maneja desde 2010-, pero hasta el viernes último su sitio web no incluía ninguna mención sobre cómo obtenerla para ser utilizada en supermercados y autoservicios. Y el hecho de que sólo dos grandes cadenas de supermercados y otras tantas de electrodomésticos hayan aceptado formar parte de la sociedad administradora, revela cómo han bajado las expectativas respecto de esta tarjeta. Incluso, hasta esas mismas cadenas vuelven a promocionar ahora descuentos con las tarjetas de crédito que emiten todos los bancos para elevar sus ventas, pese a que en su momento se quejaban de que la comisión (3%) les impedía absorber la pérdida de rentabilidad que implicó el generalizado congelamiento vigente entre el 1º de febrero y el 31 de mayo.

Aunque la Supercard será un canal de financiación más ventajoso para los supermercados (ya que tendrá una comisión de 0.75% y se fondeará con recursos excedentes de las compañías aseguradoras), sus alcances son una incógnita. Bien podría tener el mismo destino de otros anuncios oficiales rimbombantes, como "milanesas para todos" o "pescado para todos", que finalmente quedaron en el olvido.

A pesar de ser también intensivo en marketing político, el congelamiento de 500 precios a partir de junio significó, en la práctica, el descongelamiento de otros 9500 que comenzaron a registrar dispares aumentos porcentuales en las góndolas. Y ese medio millar de precios congelados resulta insignificante para medir el impacto de la inflación sobre el poder adquisitivo, afectado por alzas en otros rubros como alquileres; expensas; ropa; calzado; restaurantes; combustibles (supuestamente congelados, pero en alza) y servicios privados (colegios, prepagas, estacionamiento, TV por cable, telefonía celular), más una creciente presión tributaria (nacional, provincial y municipal), que resta recursos al consumo. De ahí que cualquier medición inflacionaria deba ser más amplia que restrictiva.

Si hubiera que atenerse sólo a la canasta de 30 productos relevada en esta columna, debe destacarse que el actual costo total de $828 es prácticamente igual al de febrero último ($827) y que supera en 9.4% al de hace un año ($757). No obstante, desde comienzos de junio se registran aumentos de precios en las presentaciones más vendidas de agua mineral (11.5%); gaseosas de primera marca (de 2,3 a 7,5%); hortalizas (papas 14,3% y zapallitos 27%); suavizantes para ropa (10,2%); detergente (6,3%); papel higiénico (7%) y lácteos (de 5 a 10 pro ciento). El aumento de la harina de trigo por ahora significó un alza de 7,7% en los fideos guiseros, que por escasez pasaron a ocupar un espacio mucho más estrecho en las góndolas. Y más llamativamente, el pan francés bajó 4,8% (de $ 20,90 en mayo a $ 19,99), presumiblemente por alguna "sugerencia" oficial. Estas subas fueron atenuadas por la estabilidad en los precios de cortes de carne vacuna y pollo y cierto retroceso en frutas.

La comparación interanual (contra junio de 2012) es más preocupante. Los mayores aumentos se verifican en papel higiénico (69%); suavizantes de ropa (46%); lácteos (de 23 a 27%); quesos (24,5%); gaseosas (de 19 a 25%); café (24%); fideos y pan (21%); detergente (18%); presas de pollo (12%); azúcar (11,7%) y yerba mate (10%), contrarrestados por bajas en frutas y hortalizas (de 6 a 16%). Esto demuestra que el congelamiento sólo permitió atenuar la aceleración inflacionaria del último verano.

Trampas en las góndolas

Ahora todo indica que los supermercados -y sus empresas proveedoras- están contrarrestando la estrechez de márgenes con el actual descongelamiento sui generis y los nuevos precios "acordados" con el Gobierno. Y aquí surgen sorpresas insólitas. Entre ellas, la reaparición en las góndolas de productos importados como agua mineral Evian (a 32 pesos el litro); fideos italianos o chocolates suizos, lejos de la promesa presidencial de abaratar precios mediante la apertura de importaciones, justo cuando cada vez más industrias se quejan por el recrudecimiento de las trabas oficiales para hacerse de maquinarias, repuestos e insumos, debido a la caída de reservas del Banco Central.

Paralelamente, la ley que acaba de sancionar la legislatura porteña para impedir que los supermercados y autoservicios cobren recargos por vender bebidas frías, busca evitar una "avivada" difícil de justificar: la semana pasada, un litro de cerveza de primera marca se vendía a $ 13,90 en las góndolas y a $ 18,05 en los refrigeradores (¡30% más!).

No sólo eso: hay variedades de café ("molido equilibrado") con precios congelados a casi $ 100 el kilo, muy cerca de las presentaciones habituales de la misma marca a $ 57. El azúcar común tiene un precio congelado de $ 2,77 pero desapareció de las góndolas y su sustituto (refinado) cuesta $ 7,75 (¡casi 180% más!), mientras que el precio congelado a $ 11,99 de una marca líder de yerba (con bajo contenido de polvo), resulta 22% más caro que el mismo envase de medio kilo de la variedad común. Otro tanto ocurre con los preparados para bizcochuelos, donde los sabores de chocolate y vainilla cuestan 30% más que los "congelados", que se limitan a naranja y coco.

Si la Supercard todavía es un proyecto incierto, más previsible es que tienda a diluirse el plan Mirar para cuidar, a cargo de militantes políticos oficialistas: son pocos los productos básicos con precios congelados que teóricamente deberían vigilar y muchos los escasamente relevantes para los consumidores

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