Otro país contradice el relato

Domingo 23 de diciembre de 2012 | Publicado en edición impresa

El análisis

Otro país contradice el relato

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION



l fantasma de la muerte por enfrentamientos sociales, que persigue al kirchnerismo desde su época inaugural, aparece cada tanto. El Gobierno maniató a las fuerzas de seguridad para aliviar su conciencia política de la posibilidad de esas tragedias. El resultado, desastroso y desolador, es que de vez en cuando los argentinos se matan entre ellos. Ninguna policía interviene para detener a tiempo esos desastres. La detestable justicia por mano propia termina reemplazando a los recursos más eficaces y menos irreparables del Estado.

El kirchnerismo ofrece lo que no tiene. Ningún otro gobierno democrático hizo tanto panegírico del Estado. Ninguno lo endiosó de tal manera que sólo el Estado puede ser el constructor de la felicidad colectiva o el protagonista excluyente de cualquier solución social. Resulta, sin embargo, que el Estado kirchnerista desaparece cuando surgen los problemas esenciales que justifican su existencia. La inseguridad, la salud pública, la educación, los conflictos sociales, la política exterior o los problemas fundamentales de la economía. El actual Estado es como su jefa.

¿Cómo es su jefa? Muertos, heridos, saqueos, destrucción y vandalismo vagan campantes por el país. Silencio de la Presidenta. Tanto hablar por cadena nacional explicando las bondades de su gobierno para terminar callándose en el único momento en que su palabra era imprescindible. La historia es siempre igual: ella no sabe convivir con la adversidad. No lo esperaba. Nadie le advirtió nada. Está preparada para las intrigas del poder, pero no para estos conflictos, explicaba ayer un funcionario que la frecuenta. En efecto, la atraen obsesivamente los laberintos políticos del palacio y sus adyacencias.

Pero, ¿nadie le advirtió nada? ¿Nadie le dijo nunca que la marginación y la indigencia son insoportablemente visibles en las calles de cualquier ciudad argentina? ¿Nadie le contó que en su país cualquiera es dueño de la ley y señor de la calle? ¿Ningún funcionario le avisó que las palabras violentas concluyen siempre en actos violentos? Es probable que nada de eso haya escuchado nunca Cristina Kirchner. Prefiere estar rodeada sólo por leales mensajeros de buenas noticias. El problema es el final, que nunca cambia. Todos los conflictos terminan estallando en sus propias manos.

El único recurso, cuando ya cualquier solución es tardía, consiste en encontrar un culpable. Moyano, Barrionuevo, Micheli y -cuándo no- hasta Duhalde. Esta vez sólo faltó Clarín. Todavía queda, parece, un escaso sentido del ridículo entre los que gobiernan. La tempestad social azotó a gobernadores kirchneristas y a opositores. A intendentes que suelen dedicarle a la Presidenta poéticas genuflexiones o a caudillos distritales, como Jesús Cariglino, que la combaten frontalmente. El problema no es culpa de ellos, cristinistas o anticristinistas. El conflicto está en un gobierno distraído en batallas tan políticas como innecesarias.

El jueves, cuando se conocieron los primeros saqueos en Bariloche, hubo otra pésima noticia para la Presidenta. La Cámara Federal en lo Penal, que revisaba algunos pedidos de Amado Boudou en la investigación por presuntos hechos de corrupción, rechazó todos los planteos del vicepresidente. Era una Cámara con fama de permeable a las necesidades políticas del cristinismo. De hecho, uno de los jueces firmantes de la mala novedad, Eduardo Freiler, suscribió hace poco un contradocumento de réplica a la dura declaración de los jueces reclamando por su independencia y pidiendo el cese de las presiones oficiales. Esta declaración contó con el aval de jueces de la Corte Suprema, pero el documento que firmó Freiler desmintió que existieran presiones y que estuviera en discusión la independencia de la justicia.

La sentencia que ahora suscribieron los jueces Freiler y Jorge Ballestero derrumbó la principal estrategia de Boudou. Consistía en anular la declaración testimonial de Laura Muñoz, la ex esposa de Alejandro Vandenbroele, el supuesto testaferro del vicepresidente. Esa estrategia se proponía también dejar sin efecto probatorio el allanamiento a un departamento de Boudou, donde vivía Vandenbroele. El allanamiento fue hecho por el fiscal Carlos Rívolo, quien arrinconó al vicepresidente. Boudou se escudaba en sus fueros vicepresidenciales. Los jueces le respondieron que los fueros los tiene él, no un departamento en el que no vivía ni vive.

La resolución es importante porque el juez que investiga a Boudou, Ariel Lijo, estaba esperando que esos camaristas se pronunciaran. Son los que revisan sus sentencias. Quería saber qué criterios prevalecerían en la Cámara para darle impulso a la investigación que ya tiene como imputado al vicepresidente que Cristina Kirchner eligió, como siempre, sin oír a nadie. Experto en enredar los juicios hasta hacerlos ilegibles, el Gobierno ordenará ahora una nueva apelación a la decisión de la Cámara, esta vez ante la Cámara de Casación Penal. A Lijo le importa la otra Cámara, la que ya decidió, no ésta.

Los suburbios del país comenzaban a incendiarse por el conflicto social. La mancha de la corrupción alcanzaba las playas del oficialismo. Justo cuando la corrupción, por obra y gracia de Boudou, escaló hasta casi la cima de las preocupaciones sociales, según casi todas las encuestas de opinión pública.

Ningún kirchnerista que se precie de tal se hubiera detenido en la violencia social o en reprender la corrupción. El cristinismo fue coherente con su historia. Corrió a doblar la apuesta y confiscó de hecho el predio de Palermo de la Sociedad Rural. Buscó desesperadamente ganar la tapa de los diarios del día siguiente y eclipsar el vandalismo y la corrupción. Que la realidad no tape nunca un buen relato. Consiguió distraer brevemente a los argentinos incautos, porque el estallido social sumergió luego a todo el resto.

Una abogada exitosa se convirtió en jueza y parte. Cristina Kirchner no cree en la Justicia. Pero una cosa es no creer y resignarse a ella; otra cosa es ignorar a la Justicia simplemente porque no se le tiene fe. Esto último es lo que hace la Presidenta. La confiscación de la Rural se respaldó en que el predio fue comprado a un "precio vil" hace 21 años. Los Kirchner llevan casi diez años en el gobierno. ¿Por qué demoraron tanto en descubrir la ruindad del precio? El término "precio vil" está además en una sentencia de hace dos años de un juez de primera instancia, cuya resolución se encuentra en trámite de apelación. No hay sentencia firme. Es, por ahora, sólo una opinión.

Tampoco era ése el camino aunque el Gobierno hubiera tenido argumentos más fuertes que un simple fárrago ideológico. Según la ley, cuando existen derechos adquiridos sólo la Justicia puede decidir la nulidad de las decisiones administrativas. La Presidenta resolvió , en cambio, que ella encarna una autoridad suficiente como para establecer quién es dueño de qué cosa en la Argentina. La Justicia no podría convalidar esa decisión confiscatoria sin derogar de manera implícita el derecho a la propiedad y los derechos adquiridos.

O a Cristina no le importa la clase media o se propuso perseguirla hasta hacerla suya por la fuerza. En ese predio de la Rural se realizan todos los años dos eventos con afluencia masiva de los sectores medios. Uno es la Feria del Libro, una suerte de rito anual para muchos argentinos que van aunque no lean, y la otra es la centenaria exposición rural. Guillermo Moreno amenaza con poner un museo peronista donde había libros y enseres del campo. Las amenazas violentas del poder se convierten luego en saqueos también violentos por parte de los argentinos que nada tienen para defender ni para perder.

La Presidenta parece ya muy lejana de cualquier aspiración electoral. Sólo le interesan pocas cosas, la revancha entre ellas. El enorme triunfo de octubre pasado le sirvió hasta ahora sólo para saldar viejas cuentas. Con Clarín. Con los ruralistas. No se olvidó de nada ni de nadie. Esas son sus guerras sin códigos ni treguas. Los conflictos reales son meras invenciones armadas por un bloque vasto y sombrío de enemigos. Leyendas urbanas, como ella las llama, que incluyen la muerte y la violencia merodeando por calles infieles.

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