La reacción más sórdida

Editorial I

La reacción más sórdida

Resulta altamente preocupante el grado de perturbación que trasunta el gélido mensaje de la Presidenta en Facebook con motivo de la muerte de Nisman

istina Fernández de Kirchner ha elegido el peor de los caminos tras la dudosa muerte del fiscal Alberto Nisman: ha decidido que tanto ella como su Gobierno son la víctima principal de lo ocurrido y no el funcionario judicial que presuntamente tomó la decisión de suicidarse tras haberla denunciado por plantar pistas falsas fabricando la inocencia de Irán en el ataque a la AMIA-el más grave ocurrido en el país-, ni tampoco las 85 víctimas que produjo ese acto terrorista en 1994.
Desde entonces, pasaron 21 años. Más de dos décadas, de las cuales la mitad del tiempo la actual presidenta y su esposo condujeron los destinos del país. Incluso, con anterioridad, la señora de Kirchner participó de la Comisión Bicameral de Seguimiento de los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel, de 1992. Sobre ninguno de esos dos ataques se ha llegado aún a la verdad y, mucho menos, se ha hecho justicia.
La Presidenta duda de que Nisman se haya suicidado. Lo puso entre signos de interrogación en una larga carta que publicó anteayer en su cuenta oficial de Facebook, a modo de insólito descargo, plagado de referencias personales, deducciones detectivescas e informaciones inquietantemente precisas sobre movimientos personales y familiares del fiscal, desde que había comenzado sus vacaciones en el exterior el 1° de este mes hasta que apareció anteayer con un tiro en la sien en su departamento de Puerto Madero.
"¿Quién fue el que le ordenó volver al país el 12 de enero, dejando inclusive a su pequeña hija sola en el aeropueto de Barajas, interrumpiendo vacaciones que debían finalizar más allá del 20 (de enero)?", se pregunta la Presidenta en su extensa misiva, en la que vuelve a alimentar la teoría de un golpe judicial-periodístico contra su gobierno y en la que deja claramente expuesta la información privilegiada que le siguen acercando sobre temas que, contrariamente a lo que ella pregona, siguen lejos de dirimirse en la Justicia, su ámbito natural.
Sin embargo, que Cristina Kirchner sospeche que a Nisman lo indujeron a suicidarse no debería ser del todo extraño teniendo en cuenta la perversa e histórica manipulación política que se ha hecho de agentes de Inteligencia en el país. No en vano el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, poco antes de que la primera mandataria diera a conocer su carta, adjudicó resueltamente a sectores mafiosos la responsabilidad de llevar a Nisman a la muerte. Si se admite oficial y públicamente que hay mafias de ese tenor es porque éstas se mueven orondas en nuestro país, prohijadas desde el mismo poder, inepto o visiblemente interesado en que esos criminales nunca sean identificados y castigados con todo el peso de la ley.
Con su sorpresivo mensaje de anteayer por Facebook, la Presidenta reveló la nula trascendencia que para ella tiene la violenta desaparición física del fiscal que acababa de imputarle hechos gravísimos. En vez de usar la cadena nacional para dirigirse al país en este momento crucial -recurso del que tanto abusa al punto de reinaugurar seis veces una misma obra-, se sentó en la soledad de su residencia a escribir sobre intrigas, desviaciones y confusiones. Pero no sobre las que ella crea, sino respecto de las que sólo ve en el comportamiento ajeno. "Se intenta hacer con el juicio de encubrimiento (en la causa AMIA) lo que se hizo con el juicio principal 21 años atrás: desviar, mentir, tapar, confundir", sostuvo.
Cristina Kirchner comunica lo que quiere y como quiere. No responde preguntas, no se expone a otras luces ni miradas que no sean las festivas que le preparan sus amanuenses. Y cuando extraordinariamente tiene un gesto de acercamiento, siempre tardío, para con víctimas o sus allegados, lo hace ensalzando su propia experiencia, inoportuna y sobrevalorada. Recuérdese cuando comentaba las inundaciones que había vivido de niña a un grupo de desesperados ciudadanos platenses en medio del peor desborde ocurrido en esa ciudad, por el que fallecieron decenas de personas. O cuando tras haberse mantenido callada luego de la brutal tragedia ferroviaria de Once, por la que funcionarios de su gobierno siguen siendo investigados, se limitó a decir a las víctimas que, de dolor, ella conocía mucho. O cuando en esta última carta en Facebook vuelve a ponerse en primera persona al recordar que en 1980 padeció la colocación de un artefacto explosivo en su estudio de Río Gallegos. "De haber detonado hubiera causado un verdadero desastre", dijo.
Coherente con su habitual argumentación, también esta vez la Presidenta ha procurado cambiar el foco de la gravísima situación planteada con la denuncia en su contra en primer término y, después, con la muerte de Nisman. No sólo vuelve a sugerir la existencia de un complot, sino que descabelladamente vincula el proceder del fiscal trágicamente desaparecido con el contenido de las últimas tapas del diario Clarín en las que se comentaba la enorme participación ciudadana en París en la marcha para repudiar los ataques contra un medio periodístico y un supermercado franceses. Antes que admitir los gruesos desaciertos de su política exterior, Cristina Kirchner prefiere erigirse en la heroína política que se apresta a dar pelea a esa delirante confabulación internacional.
Ninguna referencia le ha merecido el profundo retroceso en nuestro país y en la consideración internacional que producen hechos sangrientos como el que acaba de ocurrir con el fiscal.
Del "vamos por todo", expresado por la mandataria en 2012, en un acto en Rosario, cuando suponía que las cámaras no la estaban enfocando, a "el Estado soy yo" no hay un paso, sino apenas milímetros. Precisamente, cuando un gobernante se jacta de ir por todo, no hay lugar para fiscales ni jueces que puedan controlar sus actos y, mucho menos, castigar sus excesos.
Desde el punto de vista humano, la falta de sensibilidad de la primera mandataria para con los deudos de Nisman ha sido lamentable. En ningún lugar de su misiva les dedica siquiera unas palabras a los familiares del fiscal. Por el contrario, generaliza el hecho diciendo que cualquier deceso siempre causa dolor en los seres queridos, y "consternación en el resto", y que detrás de la muerte de Nisman hay una historia "demasiado sórdida". Semejante desatención nos lleva a pensar si no se está en presencia de una mirada enferma con posibles rasgos de perversidad.
Resulta inaudito que la jefa del Estado se refiera en esos términos a un asunto de semejante trascendencia nacional e internacional. Ella no es una espectadora, es la presidenta de un país y, como tal, responsable máxima de la lucha contra el delito organizado y el terrorismo.
Mientras la primera mandataria termina su carta haciéndose preguntas sobre casualidades grotescas en torno de la muerte del fiscal, la ciudadanía se pregunta qué hacía el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, en el departamento del fiscal antes de que llegaran al lugar la fiscal y el juez de la causa.
Siempre dudaremos de si Nisman fue el que apuntó a su sien para suicidarse. De lo que no se puede dudar es de que había muchos factores apuntándole

http://www.lanacion.com.ar/1761722-la-reaccion-mas-sordida

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