Menem, el viejo rival que hoy salva del naufragio

Puente aéreo

Menem, el viejo rival que hoy salva del naufragio

Por  | LA NACION

MADRID.- "Nosotros no vamos a terminar como Menem." Néstor Kirchner solía repetir esa frase en privado con el énfasis que ponía para transmitir sus obsesiones. En la primavera del kirchnerismo, "terminar como Menem" era la descripción imaginaria de un fracaso vergonzoso, la expresión última de una decadencia.

"Terminar como Menem" aludía al repudio social que impide salir a la calle, a la soledad política que una vez perdido el poder acompaña al que traiciona sus principios, a la amenaza de la cárcel ante la sospecha de un enriquecimiento injustificable, a la búsqueda de fueros para asegurarse la libertad individual.

Menem era el enemigo ideológico y también moral. Un enemigo tan absoluto que no se le daba ni siquiera el reconocimiento de pronunciar su nombre en público. Los Kirchner lo acusaban de haber arrastrado la Argentina hacia el infierno y encontraban en la destrucción de su legado la razón de su misión política.

El recuerdo de aquella prehistoria agiganta el simbolismo de la escena vivida en el Senado en vísperas del fin de año: la de Menem -octogenario, silente y con la mirada extraviada- convertido en el apoyo decisivo para aprobar la ley que reglamenta la elección de diputados argentinos para el Parlamento del Mercosur.

El viejo rival reaparecía para salvar del naufragio un proyecto reclamado por Cristina Kirchner en apariencia más por la posibilidad de tener a mano un blindaje judicial que por el afán de ejercitarse en la todavía incierta legislación regional.

Hace tiempo que Menem ingresó en el pelotón de los aliados tácticos del kirchnerismo, escaso de votos en el Senado. Él necesita tanto los fueros que ni siquiera reclama que le agradezcan el servicio restituyendo la memoria de sus días felices.

Tan sin querer, la heredera de Néstor se expone a su manera a eso de "terminar como Menem". Sin entrar en comparaciones ideológicas, su 2014 acumuló parecidos con el 1998 del presidente riojano, el año previo al final de su decenio en el poder.

Cristina, como Menem, tuvo que resignarse al derrumbe de su plan reeleccionista por fuera de la Constitución. Igual que él, se preocupa por no dejar un sucesor de su partido y se sueña en un regreso redentor. Sufre también las deserciones de quienes tantean el poder que viene. Se aferra a recetas económicas que dieron alas en el pasado reciente a su proyecto político, pero que se revelan ineficaces para solucionar los conflictos del presente y para ofrecer esperanzas de futuro. Hasta soporta denuncias de organismos de derechos humanos por haber sostenido a un jefe del Ejército sospechado de un crimen en la dictadura. Y los une, claro, la sombra de la corrupción. El matrimonio Kirchner decidió en 2003 incorporar a su patrimonio oficial millonarios emprendimientos privados: "blanquear" la fortuna -con ayuda de algunos jueces fáciles de convencer- era otra forma de no terminar como Menem. Mucho tuvo que salir mal para que ahora la Presidenta reclame la asistencia del caudillo de los malditos 90 para garantizarse un posible futuro a prueba de cárceles.

Las vueltas de la vida tal vez la muestren a ella algún día en un Parlamento lejano, rodeada de antiguos colaboradores que respondan ya al próximo líder. Quizás esté ahí Miguel Pichetto para darle un abrazo.

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