Cómo convertirse en espía, el camino hacia un trabajo oculto


Domingo 15 de febrero de 2015 | Publicado en edición impresa

Agentes

Cómo convertirse en espía, el camino hacia un trabajo oculto

Contactos y un voto de silencio, dos condiciones para trabajar en los servicios de inteligencia; se buscan ingenieros, licenciados en sistemas y abogados, entre otros perfiles

Por Sebastián Hadida  | Para LA NACION



Nadie hubiera podido imaginar una historia (trágica) como la que rodea a la muerte del ex fiscal Alberto Nisman. El caso logró conmover a la opinión pública, que sigue con avidez los acontecimientos de la causa.

Pero al mismo tiempo, es la punta de un ovillo que una vez desenrollado permitirá, en el mejor de los casos, echar algo de luz sobre ese submundo de intrigas y pujas de poder que opera desde los sótanos de la democracia argentina.

En este momento, la figura del espía adquiere una entidad mucho más tangible y cercana para el ciudadano medio argentino. Ya no la referencia lejana de la industria cultural estadounidense, que pone en escena a agentes de la CIA, el Mossad o la KGB haciendo de las suyas a miles de kilómetros de distancia, sino la sospecha extendida de que los espías pueden estar entre nosotros.

El descubrimiento no viene solo. Plantea un interrogante elemental: ¿Cómo se consigue trabajo como espía?

Si las búsquedas de personal fueran abiertas y públicas, sería de esperar que los servicios de inteligencia no fueran lo que son: una caja negra, absolutamente oculta a los ojos del ciudadano de a pie, incluso invisible a las altas esferas del poder político, con un manejo de voluminosos recursos.

Cabe preguntarse entonces de qué manera se recluta personal, de qué manera se amplía "La Familia", como le dicen al personal de "La Casa", en la jerga de la inteligencia. Mala noticia para los que creen tener atributos naturales para convertirse en el próximo James Bond de los servicios de inteligencia argentinos: no es mucho lo que pueden hacer si no tienen buenos contactos.

Máxima confidencialidad

El novelista John Le Carré, que en una fase de su vida supo también dedicarse a las oscuras artes del espionaje, afirmaba que "uno no se contacta con el servicio secreto. Es el servicio secreto quien se contacta contigo". Y no estaba equivocado. La premisa de la máxima confidencialidad hace que nadie que esté en el llano pueda jactarse de haber conseguido empleo como espía tocando tal o cual puerta.

"No hay ninguna forma de buscar trabajo porque sería la mejor forma de que se te infiltre alguien de algún servicio de inteligencia externa", manifiesta Gerardo Strada Sáenz, ex director de la Escuela Nacional de Inteligencia durante la gestión en la Secretaría de Inteligencia de Miguel Ángel Toma entre mediados de 2002 y principios de 2003.

La regla de oro para la incorporación de nuevos agentes es la recomendación por parte del personal del organismo. "El recomendado siempre tiene alguien que se hace cargo, que es quien lo recomendó", explica Strada Sáenz. De esa forma, "La Casa" se asegura de que cada recomendación haya sido previamente analizada y meditada por quien recomienda, lo cual de por sí ya es indicador de un filtro bien estricto. La otra fuente de ingresos son las recomendaciones políticas. De hecho, es un secreto a voces que cada una de las gestiones de la Secretaría de Inteligencia han dejado en la Casa una suerte de capa geológica o cuadros que ingresaron en esa época y luego se fueron acomodando a las distintas conducciones como las sandías en la carreta.

La recomendación no fue siempre la única vía. Hubo tiempos en que se exploraron caminos alternativos. En el gobierno de Raúl Alfonsín se realizó una experiencia muy interesante con la publicación de avisos de trabajo en los diarios. Se realizaban concursos y los aspirantes seleccionados eran sometidos a un examen de contrainteligencia.

No todos los recomendados pasan a formar parte de la Secretaría de Inteligencia. Antes de eso, tienen que embarcarse en un curso de ingreso en la Escuela Nacional de Inteligencia (ENI), que en la época de Miguel Ángel Toma tenía una duración de tres meses. "En general, los candidatos provenían del mundo civil y en algunos casos eran familiares de funcionarios ya existentes", señala el propio Toma, en diálogo con LA NACION.

Durante el lapso que dura el curso, se les hace un contrato laboral y deben firmar la declaración jurada de mantenimiento de secreto de Estado. "Esto es así acá y en cualquier agencia del mundo", aclara el ex jefe de la Secretaría. Además de recibir todo tipo de capacitaciones teóricas sobre inteligencia, contrainteligencia, círculos de inteligencia y otras yerbas, son examinados con lupa por los docentes de la Casa, quienes serán los encargados de poner a los aspirantes delante de una serie de pruebas para determinar si son aptos para la tarea. "A veces se los monitorea", revela Strada Sáenz, que actualmente ejerce la docencia universitaria en la Universidad de Lanús y en la Universidad de 3 de Febrero.

La cuestión de la confidencialidad, queda claro, es de estricta prioridad para la Secretaría, ya que consideran que es la única forma de blindar la estructura frente a posibles infiltraciones. En este sentido, "La Casa" intenta obsesivamente no dar puntada sin hilo y es por eso que el curso se realiza en un espacio separado al de la central, para que los alumnos no tomen contacto con ningún miembro de la agencia más allá de los docentes y por ende cualquier información sensible queda a salvo y fuera de alcance.

Las pruebas a las que son sometidos se cuentan de a montones, pero hay un aspecto que Strada Sáenz resalta, que tiene que ver con el grado de atención. Lo explica de forma muy gráfica: "Hay muchas metodologías para darse cuenta de si la persona es atenta o no. Por ejemplo, mientras se da un curso de metodología I de Círculos de Inteligencia, alguien llama por teléfono al profesor. Éste atiende y contesta: "Disculpame Carlos, no te puedo atender ahora. Llamame más tarde" y corta. Tres horas más tarde, el mismo profesor pregunta en la evaluación: "¿Quién me llamó por teléfono?". Algunos lo registraron y otros no. Ahí te das cuenta de que hay gente más y otra menos atenta. Se necesita gente despierta para este trabajo".

Al final del curso, los docentes son los que bajan el martillo y deciden quiénes -entre todos los candidatos- se convierten en agentes y quiénes, sin pena ni gloria, quedan afuera del campeonato. Los docentes también son los que evalúan para qué área los candidatos seleccionados podrían desempeñarse mejor. No se necesita lo mismo para ser un agente de operaciones que para ser un analista de información. Se puede ser James Bond en lo que respecta a llevar adelante riesgosas misiones en el terreno, pero tener menos luces a la hora de procesar metodológicamente la información reunida y desentrañar los complejos enigmas que plantea la investigación. O viceversa.

Título universitario

Acción y análisis son precisamente las dos grandes áreas en las que se divide el trabajo de inteligencia. "Alguien de operaciones debe tener sin duda formación en el manejo de la defensa personal, en el uso de tecnología y en el manejo idóneo de armas letales", ejemplifica Toma. Para el cargo de analista de información, comenta un prestigioso docente universitario, que pidió a LA NACION reserva de fuente, "es importante tener estudios universitarios e inclusive de posgrado si es posible. Después seguirá formándose adentro". Y enumera las carreras más compatibles con esta función: Ciencia Política, Relaciones Internacionales, Abogacía, Psicología, Sociología, Criminología. Para tareas más técnicas menciona las ingenierías y Licenciatura en Sistemas.

"La figura del agente de operaciones, que es la que aparece más asiduamente en películas y series, tiene mucho más glamour. Pero en realidad es muy posible que la función más importante en una organización de inteligencia sea la de analista", opina.

"La Casa" es consciente de que los espías no nacen espías sino que se fabrican. Los cursos de formación, tanto los de ingreso como los de especialización y actualización para los que ya están adentro, sirven para ir moldeando las capacidades de los agentes de acuerdo a los usos y costumbres internos de la organización. Más allá de que es posible que se contraten expertos en determinados temas para trabajos específicos, es decir, profesionales ya formados, en general la preparación del personal de inteligencia es un work in progress.

Este es el modelo predominante en la Argentina, similar al de países como Francia y Alemania, de acuerdo con Strada Sáenz. La CIA "aplica un mecanismo distinto. Busca alguien ya formado y lo trata de cooptar. No necesita formar a un especialista en Medio Oriente sino que sale de compras a la Universidad de Yale y lo contrata". Este modelo encuentra su explicación en la Guerra Fría, "cuando la CIA precisaba muchos agentes y no tenía tiempo de formarlos".

Top Secret

Dentro de un cuerpo de inteligencia, el silencio sobre la identidad de los agentes y sobre las actividades de la agencia es el tesoro más preciado. Si se revelasen los secretos, toda la operación se derrumbaría y dejaría de tener sentido financiar una estructura ociosa de alrededor de dos mil agentes, que es la cifra aproximada que muchos dejan entrever.

Por eso, cada conducción de la Secretaría de Inteligencia se desvive por mantener bajo cuatro llaves las distintas operaciones. Por protocolo, la información de la agencia está compartimentada, es decir, diseminada en los distintos estratos que componen los servicios de inteligencia. "Sólo los que están en la cúpula tienen acceso a toda la información. Cuanto más arriba estés, más sabés. Esa es la norma", indica Strada Sáenz. Se trata de una política de contrainteligencia, que no es otra cosa que los mecanismos que se articulan para que no se filtre información a manos del enemigo.

Por otra parte, la agencia exhorta a sus cuadros a mantener en reserva su identidad en tanto que agentes. "Técnicamente, no se puede contar a nadie lo que estás haciendo", señala Strada Sáenz. Claramente esto es muy difícil de controlar, ya que lo que en definitiva cuenta es el compromiso de cada uno de los agentes. "Si le comunica a su mamá, papá o mujer, eso ya está vinculado a su decisión", admite Toma. En realidad, la vida de un espía no es tan diferente a la de cualquier otro ser humano, más allá de las peculiaridades de su trabajo.

Existe un mito que cala hondo en el imaginario popular, y es que el agente tiene que esconderse de la sociedad o manejarse en la vida privada con una identidad falsa. La persona no es secreta. No tiene que andar con una capucha ni nada por el estilo. Lo que es secreto es el cargo. Los únicos tres nombres que tienen estado público son los del secretario, del subsecretario y el del director de la ENI. Strada Sáenz señala que uno de los atajos más frecuentes para ocultar la pertenencia a los servicios es decir que se trabaja para Presidencia de la Nación. El que quiera dedicarse al espionaje ya conoce la fórmula: contactos y pocas palabras.

Claves para? ser contratado

  • Tener contactos en la fuerza. Este factor es determinante ya que la única forma de entrar a los servicios es por recomendación del personal de organismo
  • No revelar las actividades de los servicios: al ingresar se firma una declaración jurada por la cual se prohíbe terminantemente la violación de secretos de Estado. Puede ser motivo no sólo de expulsión de la fuerza luego de un sumario interno, sino que también puede configurar delito penal
  • No contar cuál es el lugar de trabajo: en los papeles, ni siquiera habría que comentarle a la pareja, hijos ni padres
  • Superar el curso de ingreso: se hace en la Escuela Nacional de Inteligencia bajo la supervisión de docentes de "La Casa"
  • Tener buen estado físico y manejo idóneo de armas: es fundamental para puestos operativos. También hay que dominar técnicas de defensa personal
  • No hay restricciones de edad para ingresar a los servicios



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