El histórico alegato de Julio César Strassera en el juicio a las juntas militares: "Señores jueces, nunca más"

Viernes 27 de febrero de 2015 | 11:48

El histórico alegato de Julio César Strassera en el juicio a las
juntas militares: "Señores jueces, nunca más"

El fiscal que falleció hoy tuvo la trascendental tarea de armar,
durante el gobierno de Raúl Alfonsín, la acusación contra Videla,
Massera, Viola, Lambruschini y Agosti

Julio César Strassera fue el fiscal que actuó en el juicio a las
juntas militares que operaron durante la dictadura y, en su alegato
final, para cerrar la acusación, dijo la famosa frase: "Señores
jueces, nunca más".

Antes de aquellos años, Strassera se había desempeñado como fiscal
durante el gobierno de facto, pero en 1983 el entonces presidente Raúl
Alfonsín le dio la pesada pero trascendental tarea de armar la
acusación contra los jerarcas del gobierno de facto. Strassera se
valió del informe de la Conadep y, sobre esa base, desarrolló una
acusación muy sólida y eficaz.

El juicio se realizó entre el 22 de abril y el 14 de agosto de 1985.
Se trataron 281 casos. El 9 de diciembre se dictó la sentencia
condenando a Jorge Rafael Videla y Eduardo Massera a reclusión
perpetua, a Roberto Viola a 17 años de prisión, a Armando Lambruschini
a 8 años de prisión y a Orlando Ramón Agosti a 4 años de prisión.

En 1987, Alfonsín lo nombró embajador ante las Naciones Unidas, con
sede en Ginebra, pero luego de renunciar, en los noventa, se dedicó a
ejercer la profesión.

Julio César Strassera, cuando era el fiscal en el histórico juicio a
las juntas militares. Foto: Archivo


SU ALEGATO FINAL EN EL JUICIO A LAS JUNTAS

Señores jueces:

Se ha probado durante este juicio la existencia de un plan criminal
que no concluyó cuando fueron reemplazados los procesados Galtieri,
Anaya y Lami Dozo. La crisis interna que produjo entre las autoridades
del Proceso de Reorganización Nacional la derrota militar sufrida en
las Islas Malvinas, no importó ningún cambio en las directivas dadas a
raíz de la lucha contra la subversión.

(...)

Este proceso ha significado, para quienes hemos tenido el doloroso
privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas
tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la abyección y el horror
registran profundidades difíciles de imaginar antes y de comprender
después.

Dante Alighieri -en "La Divina Comedia"- reservaba el séptimo círculo
del infierno para los violentos: para todos aquellos que hicieran un
daño a los demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto,
sumergía en un río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género
de condenados, así descriptos por el poeta: "Estos son los tiranos que
vivieron de sangre y de rapiña. Aquí se lloran sus despiadadas
faltas".

Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda condena para los
procesados, si bien no puedo descartar que otro tribunal, de aún más
elevada jerarquía que el presente, se haga oportunamente cargo de
ello.

Me limitaré pues a fundamentar brevemente la humana conveniencia y
necesidad del castigo. Sigo a Oliva Wondell Holmes, cuando afirma: "La
ley amenaza con ciertos males si uno hace ciertas cosas. Si uno
persiste en hacerlas, la ley debe infligir estos males con el objeto
de que sus amenazas continúen siendo creídas".

El castigo -que según ciertas interpretaciones no es más que venganza
institucionaliza- se opone, de esta manera, a la venganza
incontrolada. Si esta posición nos vale ser tenidos como pertinaces
retribucionistas, asumiremos el riesgo de la seguridad de que no
estamos solos en la búsqueda de la deseada ecuanimidad. Aun los
juristas que más escépticos se muestran respecto de la justificación
de la pena, pese a relativizar la finalidad retributiva, terminan por
rendirse ante la realidad.

Podemos afirmar entonces con Gunther Stratenwerth que aun cuando la
función retributiva de la pena resulte dudosa, tácticamente no es sino
una realidad: "La necesidad de retribución, en el caso de delitos
conmovedores de la opinión pública, no podrá eliminarse sin más. Si
estas necesidades no son satisfechas, es decir, si fracasa aunque sólo
sea supuestamente la administración de la justicia penal, estaremos
siempre ante la amenaza de la recaída en el derecho de propia mano o
en la justicia de Lynch".

Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son
importantes y necesarios para la Nación argentina, que ha sido
ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la
mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los
argentinos haya descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que
el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan "hechos políticos"
o "contingencias del combate". Ahora que el pueblo argentino ha
recuperado el gobierno y control de sus instituciones, yo asumo la
responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una
ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión
moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino
recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los
cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente
dañada por los crímenes de la represión ilegal...

Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el
olvido, y fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas
amnistías.

Hemos tratado de buscar la paz por la vía de la violencia y el
exterminio del adversario, y fracasamos: me remito al período que
acabamos de describir.

A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la
responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la
memoria; no en la violencia sino en la justicia.

Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la última.

(...)

Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de
originalidad para cerrar esta requisitoria.

Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a
todo el pueblo argentino.

Señores jueces: "Nunca más".


http://www.lanacion.com.ar/1771951-el-historico-alegato-de-julio-cesar-strassera-en-el-juicio-a-las-juntas-militares-senores-jueces-nunca-mas

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