Todo por retener algo de poder

Miércoles 25 de febrero de 2015 | Publicado en edición impresa

El escenario

Todo por retener algo de poder

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION





El país político tiene dos escenarios, no sólo el que protagoniza con
pertinacia, para su bien o para su mal, Cristina Kirchner. Ella no
está en el otro espacio, que es el proceso electoral y que empieza a
registrar novedades importantes. No obstante, cabe la certeza de que
la política oscilará en los próximos meses entre ambos escenarios, al
menos hasta el 8 de agosto, cuando se haga, mediante las PASO, el
"primer turno" de las elecciones presidenciales. Una de las
estrategias de Cristina es, justamente, sacarle protagonismo al
proceso electoral para eclipsar el futuro sin poder que la aguarda.

También, para retener los márgenes más amplios posibles de control
político hasta que se cumplan los plazos electorales.

Anda, por eso, entre Facebook, donde canaliza sus consideraciones más
ocurrentes, y la inexplicable insistencia en la cadena nacional para
decir siempre lo mismo. Esa desesperación por ser parte de las
noticias diarias la lleva a veces a patear la pelota contra su propio
arco. Sucedió ayer cuando denunció a Antonio Stiuso, el ex mandamás de
los servicios de inteligencia kirchneristas, por contrabando agravado.
Es decir, por usar su enorme poder dentro del Estado para hacer
negocios personales. Nada nuevo en los últimos veinte años.

A pesar de todo, esa denuncia contra Stiuso podría ser también una
advertencia al viejo espía. Ayer se supo que Stiuso le aseguró a la
fiscal Viviana Fein, que investiga la extraña muerte de Alberto
Nisman, que el Gobierno estaba al tanto de las escuchas telefónicas
que respaldaron la denuncia del fiscal contra el Gobierno por
encubrimiento de terroristas. ¿Cómo no lo iba a saber si las
grabaciones telefónicas las hacía, y las hace, la SIDE, que manejaba
el propio Stiuso? El mensaje del cristinismo parece claro: lo
perseguirán los jueces al antiguo jerarca de los servicios de
inteligencia si siguiera dando rienda suelta a su lengua llena de
secretos.

Es probable que Stiuso haya cometido el delito de contrabando y muchas
cosas peores, pero Cristina Kirchner se olvidó de los cómplices
necesarios de Stiuso, el ex jefe de la ex SIDE Héctor Icazuriaga y su
ex número dos, Francisco "Paco" Larcher. Si Stiuso pudo usar el poder
del Estado para contrabandear, fue porque Icazuriaga y Larcher, sus
entonces jefes, se lo permitieron. Éstos eran los jefes políticos y
administrativos del servicio de inteligencia. El problema de la
Presidenta es que Icazuriaga y Larcher pertenecen a la pingüinera de
Santa Cruz desde los albores del kirchnerismo. ¿Cómo culparlos a ellos
sin culparse a sí misma?

Sin embargo, la noticia más importante en el otro escenario, el
electoral, se produjo el fin de semana último, cuando Carlos Reutemann
anunció su adscripción a la candidatura de Mauricio Macri. La
sorprendente decisión del ex gobernador santafecino significa una suma
y una resta, porque él había estado, hasta hace algunos meses, al lado
de Sergio Massa. Reutemann explicó que su alianza con Massa sirvió
para las elecciones legislativas de 2013, porque entonces, abundó, se
necesitaba que el kirchnerismo perdiera en la provincia de Buenos
Aires para eliminar cualquier fantasía reeleccionista de la Presidenta
y su séquito. Cumplido ese objetivo, ahora se impone, dice, lo que le
ordenan la cabeza y el corazón.

La cabeza y el corazón le imponen sacarle a la alianza
radical-socialista la gobernación de Santa Fe. Y el único que podría
hacer eso, aunque tampoco da garantías absolutas, es el macrista
Miguel del Sel. Es cierto, por lo demás, que Reutemann tiene con Macri
una muy vieja relación personal, que es casi familiar. Incluso, un tío
de Macri, el ex presidente de la UIA Jorge Blanco Villegas, ya en los
umbrales de la muerte, le rogó a Reutemann, de quien era muy amigo,
que fuera candidato a presidente para batir al kirchnerismo. En fin,
Reutemann se siente personal e ideológicamente más cómodo cerca de
Macri que de Massa.

Massa sintió el golpe político que significó el alejamiento de
Reutemann, que era una de las dos grandes cartas de presentación que
tenía para demostrar que contaba con hombres experimentados y
previsibles. La otra carta es Roberto Lavagna. Reutemann representa
para Macri, además, mucho más de lo que parece a simple vista. El
actual senador por Santa Fe es uno de los pocos peronistas bien vistos
y recibidos por la clase media argentina, incluida la clase media
alta. Tiene un fuerte predicamento entre los ruralistas argentinos,
porque él mismo es un productor rural. Y podría suministrarle a Macri,
por último, la imagen de control de la gobernabilidad que siempre
acompaña a los peronistas, buenos o malos.

La noticia coincidió con los resultados de dos encuestas (de
Poliarquía y de Management & Fit) que por primera vez lo dieron a
Macri primero en la intención de voto presidencial. Otras, como la de
Ipsos, no dicen lo mismo. De todos modos, deben hacerse dos
aclaraciones. Una: el orden de los candidatos cambia casi todos los
meses entre Macri, Daniel Scioli y Massa. La otra: los números son tan
cercanos que es, técnicamente, un triple empate. La única novedad es
que Macri, que empezó con números muy bajos, se consolidó en el podio
donde sólo caben tres. La única coincidencia entre los encuestadores
es que el próximo presidente será uno de esos tres hombres. Ya no hay
tiempo para que aparezcan candidatos con capacidad de sorprender.

A Macri lo aguarda todavía la convención radical que se hará a
mediados de marzo. Es probable que el cordobés Oscar Aguad haya
expresado el pensamiento de la conducción nacional del radicalismo
cuando dijo que el destino de su partido es aliarse con el Pro de
Macri. Ése es también, tal vez, el objetivo final del presidente del
radicalismo, Ernesto Sanz, pero las cosas no serán tan fáciles en un
partido que ha hecho de sus luchas internas el proyecto de poder más
coherente. El radicalismo está dividido en, por lo menos, tres
franjas. Una es la que expresan Sanz y Aguad, y persigue el
acercamiento electoral con Macri. En ese sentido, Elisa Carrió les
hizo un favor invalorable cuando fue la primera en legitimar un
acuerdo con el macrismo para competir en una interna común.

Otro sector radical está más cerca de Massa. Son los que exhiben
argumentos ideológicos y señalan que el radicalismo siempre estuvo, en
última instancia, en el "campo popular" que comparte con el peronismo.
Tienen también otras razones. El principal promotor de un acuerdo con
Massa es el senador Gerardo Morales, acompañado por el diputado
nacional tucumano José Cano. Tanto Morales como Cano aspiran a ganar
las gobernaciones de sus provincias, Jujuy y Tucumán; en ambas el
peronismo tiene una larga historia de triunfos electorales. Necesitan,
por lo tanto, hurtarle votos al peronismo y para eso requieren un
proyecto presidencial peronista. La influencia de Morales, sobre todo,
en la estructura nacional del radicalismo no es desdeñable.

La tercera franja del radicalismo es el radicalismo en esencia pura.
Quiere mantener su identidad partidaria y sólo admite una alianza de
centroizquierda con el socialismo y otros socios menores. Es el
proyecto, quizá ya fracasado, de UNEN. Fracasado o no, lo cierto es
que ningún radical obsesionado con su historia da por muerto a UNEN.

El proceso del radicalismo será, así las cosas, forzosamente
traumático. La propuesta de Morales consiste en unir en una sola
interna a Macri, a Massa y a los radicales, además de otras
expresiones partidarias. Algunos sectores empresarios tratan de
influir en el mismo sentido ante Macri. Pero esa propuesta, dice
Macri, es inviable. Algo lo distanció para siempre de Massa, pero,
además, ¿qué haría con Reutemann y con Carrió si aceptara competir con
Massa? ¿Podría decirle a Reutemann que hay que volver a negociar con
Massa? ¿Qué le respondería Carrió, quien ya se entreveró con Massa
hasta en los tribunales? Es, a todo esto, el propio Macri el que no
quiere saber nada con Massa. La propuesta, como toda propuesta
política, no es imposible, pero es seguramente improbable.

El único protagonismo que le queda a Cristina Kirchner es el de ayudar
o arruinar a Scioli. Su política consiste en tenerlo siempre congelado
en el freezer, aunque de vez en cuando lo saca y lo pone unos minutos
en el horno. En la heladera o en el horno, Scioli gana puntos en las
encuestas cuando, con palabras elípticas o gestos claros, se
diferencia del cristinismo. Pero el oficialismo le hace saber en el
acto su rencor y lo maltrata. Scioli vuelve a la disciplina y entonces
pierde números en las mediciones de opinión pública. Ése es su
laberinto que, por ahora, carece de salida. El gobernador sabe una
sola cosa: o ganará la Presidencia en la primera vuelta de octubre o
no será presidente. El peronismo filokirchnerista no pasaría nunca por
una segunda vuelta electoral

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