El modelo Kirchner no implica un plan

Domingo 20 de mayo de 2012 | Publicado en edición impresa

Al margen de la semana

El modelo no implica un plan

Por Néstor O. Scibona | Para LA NACION


ada vez que la presidenta Cristina Kirchner habla de profundizar el "modelo nacional y popular", un alto porcentaje de argentinos se entusiasma y otro -proporcionalmente menor- se inquieta y sale a comprar dólares a cualquier precio.

Desde el punto de vista macroeconómico, esto responde a que el "modelo" se ha convertido en un conjunto de objetivos con los que pocos podrían estar en desacuerdo, pero cuyos pilares e instrumentos han ido transmutándose a través de los años. El mismo concepto sirvió para albergar tanto los superávits gemelos y el tipo de cambio real alto de la gestión de Néstor Kirchner, como su deterioro a lo largo del primer mandato presidencial de su esposa. O el paso de una economía bastante abierta, a otra casi cerrada y ahora plagada de controles. O la coexistencia de una presión tributaria récord, con la reedición de problemas fiscales en las provincias y el uso intensivo de la "maquinita" y las reservas del Banco Central para financiar al Tesoro. También para exaltar el "crecimiento con equidad social" y negar sistemáticamente una inflación de dos dígitos anuales que desde hace seis años impide reducir significativamente la pobreza.

Hablar del "modelo" no implica entonces contar con un programa económico previsible y confiable. Una prueba de ello es que la política económica cambió diametralmente de rumbo en los primeros 160 días del segundo mandato presidencial. Hoy se parece más a la de los años 70 y 80 (con controles más arbitrarios y de mayor tecnología) que a la etapa 2008/2011, y mucho menos a la de 2003/2007. Sin plan, la economía hace camino al andar. No tiene hoja de ruta.

El destino más visible es preservar el superávit comercial y las reservas del BCRA para que el actual esquema se sostenga el mayor tiempo posible y llegue a las elecciones legislativas de 2013, incluso con menos crecimiento y sin que ceda la inflación.

Oportunidades perdidas


Cristina Kirchner dejó pasar la oportunidad de aplicar un programa articulado para corregir los principales desequilibrios que arrastraba la economía, casi cuando celebraba su contundente victoria electoral con el 54% de los votos. Una semana después ponía en marcha los rígidos controles de la AFIP para frenar abruptamente la alta demanda de divisas. No era el mejor camino para restablecer la confianza, luego de que más de 20.000 millones de dólares se fugaran hasta entonces del circuito económico, precisamente, por desconfianza. Ningún indicador macroeconómico presagiaba una crisis, pero el Gobierno transmitió la sensación contraria. Fue como admitir implícitamente que la casa no estaba tan en orden después de años de excedentes de divisas y que el tipo de cambio frente al dólar seguiría ajustándose a un tercio de la inflación real, para no realimentarla.

Otra oportunidad perdida fue el 10 de diciembre: en el discurso inaugural de su segundo mandato, CFK no incluyó referencia alguna a la inflación, como si no existiera. Esta deliberada omisión no sólo invalidaba la necesidad de un plan para contenerla, sino que condicionaba las medidas oficiales para atacar sus causas. Más desconfianza. (Y no sólo eso: la negativa oficial a admitir la inflación implicó además descartar la emisión de billetes de mayor denominación a 100 pesos y multiplicar la impresión de estos últimos, raíz del posterior escándalo Boudou-Ciccone).

Aún así, el Gobierno atacó los principales desequilibrios que hacía tiempo advertían los analistas. Pero lo hizo aisladamente, con una mezcla de ideología setentista y mala praxis que acentuó la incertidumbre y el deterioro de expectativas.

La escasez de divisas fue enfrentada con una lluvia de controles cambiarios, extendida luego a todas las importaciones, que agudiza actualmente la desaceleración del crecimiento de la actividad económica y frena inversiones. También aumenta los costos, ya que quienes tienen stocks suben preventivamente los precios por si tienen problemas para importar. Así queda neutralizado el propósito oficial de no aumentar el ritmo de ajuste cambiario para no presionar sobre la inflación. Que, además, ahora se ve jaqueado por la devaluación del real brasileño y la ampliación de la brecha entre el dólar oficial y sus cotizaciones paralelas (a niveles de 25% a 35%). Más allá de las teorías conspirativas, la actual suba del dólar paralelo fue consecuencia de la decisión de cerrar el grifo de la AFIP para autorizar compras al tipo de cambio oficial y endurecer luego los controles policiales sobre el mercado paralelo. Todo a riesgo de que una cotización de 5,50/5,60 pesos pase a ser la referencia de los precios en dólares. Esto significa más inflación y/o menos consumo y actividad.

El deterioro de las cuentas fiscales, a su vez, fue atacado en dos tiempos. Primero, el Gobierno anunció la quita masiva de subsidios a las tarifas eléctricas y selectivas para el transporte, que archivó tras la tragedia ferroviaria de Once. Luego, optó por la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, que le permite mantener alto el gasto público y ampliar los márgenes para financiarlo con la "maquinita" y las reservas del BCRA, además de promover el crédito a tasas subsidiadas. Según cómo utilice estos instrumentos, puede agregar mayores presiones inflacionarias y/o cambiarias.

Como bisagra de aquellos dos desequilibrios, CFK blanqueó finalmente el creciente déficit energético. Pero su correlato fue cargar todas las culpas a Repsol y promover la expropiación parcial de YPF, sin cuidar las formas jurídicas ni haber definido previamente si habrá cambios en la política energética, especialmente en materia de precios, inversiones y subsidios al consumo. En consecuencia, cuestiones tan elementales como la decisión de calefaccionar una vivienda con gas o electricidad o comprar un vehículo diesel, naftero o con la opción de GNC pasan a ser dilemas sin respuesta en el corto plazo.

Sin embargo, el problema de fondo es que no están camino de ser corregida la mayoría de las distorsiones que -sin ser explosivas- la economía traía de arrastre y que en 2012 se traducen en un crecimiento inferior a la mitad del año pasado. La inflación sigue alta; con mayores costos en dólares que restan competitividad a muchos sectores (ya que el tipo de cambio oficial se ubica, en términos reales, casi en los niveles de la convertibilidad); el peso de los subsidios estatales no disminuye debido a las tarifas políticas; el déficit fiscal es financiado en más de 90% por el BCRA y resulta preocupante en varias provincias, mientras las reservas del BCRA dependen sólo del superávit comercial. Hoy el Gobierno está pagando el costo de carecer de un programa articulado que se ocupara simultáneamente de todos esos frentes. No lo ayuda su enfoque "binario" de ir por todo o nada; ni la suma de medidas aisladas caso por caso; ni la proliferación de controles, que obligan a nuevos controles. El "modelo" puede servir para los discursos, pero no para dar respuesta a interrogantes clave (tipo menos inflación, más devaluación; o bien más subsidios o más tarifas) que hoy encierra la economía.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario