Es más difícil negociar con una mujer

Empresarios & Cía.

Es más difícil negociar con una mujer

Por Francisco Olivera | LA NACION

Algún día, a modo de pasatiempo, negocio o filantropía, Sebastián Eskenazi podría tal vez convocar a varios de sus pares a una charla que ellos pagarían gustosos y muy bien: contarles cuáles son los errores que un empresario argentino no debería cometer si corre riesgo de expropiación, una cornisa por la que creen estar caminando muchos hombres de negocios. Algo comparable, aunque más banal, a la parábola evangélica de Epulón: aquel hombre rico que, condenado al Infierno, le pide a Abraham, custodio de las puertas de ese tormento, que lo deje volver por un instante a la tierra para advertirles a sus cinco hermanos que no deben imitarlo. Abraham le da una respuesta no aplicable aquí, donde todo se puede revisar: es tarde para lágrimas.
El ex CEO de YPF debería remontarse entonces a su conversación más importante de estos años. La que tuvo el 27 de diciembre en Olivos con Cristina Kirchner. Un encuentro ya famoso en el mundo corporativo por lo esclarecedor, abarcativo y frontal. Hay que ubicarse en la situación. El grupo Petersen había sido elegido socio de YPF por el propio Néstor Kirchner -Julio De Vido se los explicó en 2007 a otros interesados- y desde entonces el trato de Eskenazi fue sólo con el santacruceño.
Por eso resultaba aquella vez tan difícil y extraño el diálogo con Cristina. En realidad, los empresarios más cercanos se habían acostumbrado a verla con frecuencia sentada a la mesa de las decisiones, pero siempre apuntalando y a veces explicando lo que en verdad decidía su marido. Aunque fuera ella la jefa del Estado. No es casual que, al día siguiente de la expropiación de YPF, en una relevadora conferencia en Madrid, Antonio Brufau, CEO de Repsol, se haya defendido con un argumento que aquí ya todos pasan por alto, pero que sorprendería en otro país: la operación de 2008, justificó, fue aprobada por Néstor Kirchner. Cristina ya ejercía entonces la primera magistratura. Pero solía soltar sus bríos desde los atriles de los actos. Así la recuerdan quienes la ven seguido.
Todo ha cambiado muy pronto. Por eso el tono que Eskenazi había elegido aquel 27 de diciembre en Olivos resultaba anacrónico. La Presidenta le exigió inversiones y, principalmente, que no repartiera dividendos. Justo el corazón del negocio de YPF: cuando entró Petersen, la petrolera pasó de distribuir 700 millones a 1000 millones de dólares. El demiurgo del nuevo argumento era Guillermo Moreno, pero ya todo el Gabinete lo empezaba a repetir. Incluso De Vido, gestor y defensor del plan anterior.
Eskenazi contestó entonces algo que empeoró las cosas. No es así como estaba acordado , dijo, y se explayó en números y razones que, a esas alturas, la Presidenta ya no creía. Ella tenía en mente, acaso por filtraciones de la propia YPF, datos que contradecían al empresario y que el Gobierno repetirá hasta el infinito para justificar el avance: hay más gas y stock de combustibles que el que decía el dueño anterior. Fue el primer movimiento que ensayaron los propagandistas del Gobierno apenas intervenida la empresa.
Y en eso pensaba Cristina Kirchner cuando planteó, en la conversación, que sus funcionarios le decían otra cosa y que ella podía convocarlos ahí mismo a constatarlo. Mencionó entonces a Amado Boudou. La respuesta de Eskenazi fue más desafiante que la anterior. Le contestó que los ministros mentían y que él no estaba dispuesto a sentarse con ellos. Ya estaban rotos todos los puentes. Si no estás de acuerdo, me bajo , redondeó el empresario, y oyó una reacción presidencial que resulta reveladora y explica muchas cosas: Vos nunca te vas a poder bajar .
Así fue. Eskenazi quedó hoy en el peor de los mundos: tiene 24,9% de una petrolera de que no dispone y que no ha terminado de pagar y, para peor, carece de dividendos para hacerlo. Un escenario por demás hostil para quien es también dueño de cuatro bancos. Son las razones de la perturbación que el empresario confía en privado y que, según ha dejado trascender el Gobierno, es por ahora infundada: nadie irá por él. Sí renunció, de todos modos, a la presidencia de Cedera, la cámara energética que había armado con De Vido en octubre, días antes del 2 de noviembre en que le ordenaron formalmente no repartir utilidades. Fue el principio de todo: Roberto Baratta, director por el Estado que hasta entonces había aprobado todos los balances sin objeciones, votó ese día en contra por primera vez.
Me cagó a pedos , resumió Eskenazi ante sus compañeros de Cedera después de ver a la Presidenta. Lo que siguió es más o menos conocido. El Gobierno denunció en enero a las petroleras por la venta de gasoil a granel, se tensó la relación con la empresa y Brufau entendió que su socio argentino, a quien había elegido por sus vínculos con el regulador, no era ya un interlocutor atendible. Tanto que no volvió a incluirlos ni a él ni a Ignacio Morán, entonces COO de YPF, en reuniones con De Vido.
Era ya muy poco lo que se podía hacer. Una semana antes de la expropiación, incómodo y nervioso, el embajador Carlos Bettini sondeó por teléfono a confidentes a quienes pidió sin éxito interceder ante la Presidenta. Decía tener al lado a Brufau mientras hablaba. No es fácil, para ningún embajador, vivir en un país al que la propia nación le ha socavado la empresa más grande en plena crisis. El jueves anterior a la intervención, Brufau se reunió por última vez con De Vido y le propuso algo que la Casa Rosada rechazó y que expone el talón de Aquiles de la credibilidad local: invertir más, pero con garantías del Estado.
¿Cuántas verdades o ardides podrían extraer de esta experiencia hombres de negocios que, en su mayoría, sólo vienen mostrando desvelo por sobrevivir frente a un gobierno que adulan en público y que los espanta en privado? Hace 20 días, una carta de la Comisión Nacional de Valores llegó a los directorios con una orden inapelable: las empresas ya no podrán repartir resultados no asignados, aquellos que, acaso por cuestiones impositivas, no incluyen en los dividendos. Por lo general, esa plata termina fuera del país.
¿Cómo afrontar esas tribulaciones y con qué ánimo? Sólo hay que ver las caras de esos aplaudidores de cada acto al que son convocados, por lo general y por primera vez en la historia, sin que se les anticipen los anuncios. Alfonso Cortina, antecesor de Brufau, vivió en 2004 una mala experiencia durante el lanzamiento de Enarsa. Ese 11 de mayo, él, Alejandro Bulgheroni y el brasileño Alberto Guimaraes (Petrobras) terminaron como testigos calificados del lado oculto de esa iniciativa en el Salón Blanco: un aumento en las retenciones a la nafta (del 0 al 5%), el gasoil (5 al 10%), el crudo (20 al 25%) y el gas licuado, propano y butano (5 al 20%).
Es probable que Cortina se haya convencido ese día de la necesidad de reclutar a un especialista en mercados regulados

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